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Empatía y derechos humanos

Esas declaraciones plantearon una serie de supuestos que resultaban notables para la época. Uno de ellos, tal cual lo escribió Thomas Jefferson, “que todos los hombres son creados iguales e independientes entre sí, que de esa creación igual reciben derechos inherentes e inalienables, entre...

Esas declaraciones plantearon una serie de supuestos que resultaban notables para la época. Uno de ellos, tal cual lo escribió Thomas Jefferson, “que todos los hombres son creados iguales e independientes entre sí, que de esa creación igual reciben derechos inherentes e inalienables, entre los cuales están la preservación de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.En su obra titulada “La invención de los derechos humanos”, la historiadora norteamericana Lynn Hunt se pregunta cómo estos hombres que vivían en sociedades edificadas sobre la esclavitud, la subordinación y la sumisión aparentemente natural pudieron en algún momento considerar como iguales a otros hombres que no se les parecían en nada y, en algunos casos, incluso a las mujeres.Se dirá con razón, sin embargo, que aquellos que a finales del siglo XVIII habían declarado que los derechos eran universales excluyeron a los niños, los locos, los presos o los extranjeros como incapaces o indignos de participar plenamente en el proceso político. Y también a quienes no tenían propiedades, a los esclavos, a los negros libres, a las minorías religiosas en algunos casos y a las mujeres.Según plantea Hunt, ese carácter inicialmente exclusivista de los derechos humanos no debe hacernos perder de vista el momento trascendental ocurrido en la segunda mitad del siglo XVIII. Tal cosa, puesto que fue entonces cuando se formuló una serie de principios que descansan sobre una determinada disposición hacia los demás, sobre un conjunto de convicciones acerca de cómo son las personas y cómo distinguen el bien del mal en el mundo secular.Los conceptos de integridad corporal e individualidad empática no tienen una historia diferente a la de los derechos humanos, con los que están íntimamente relacionados. Sólo en el marco de sociedades que habían alcanzado cierto desarrollo emocional y sensible podía ser planteado el nuevo paradigma de los hombres libres e iguales, titulares de derechos que se pretendían inalienables, inderogables y universales.La capacidad de sentir empatía es universal, ya que tiene sus raíces en la biología del cerebro. Depende de una capacidad con base biológica, la de comprender la subjetividad de otras personas e imaginar que sus experiencias internas son como las propias. Supone el reconocimiento de que los demás sienten y piensan como nosotros, de que nuestros sentimientos internos son iguales de algún modo fundamental.La autonomía y la empatía no se materializaron en el siglo XVIII a partir de la nada sino que tenían raíces profundas. En el transcurso de varios siglos, los individuos habían empezado a apartarse de las redes de la comunidad y se habían vuelto cada vez más independientes, tanto jurídica como psicológicamente.La tesis de Hunt descansa en la idea de que ciertos hechos culturales de la época, como resultó ser la lectura de crónicas de torturas o novelas epistolares, tuvieron efectos físicos que se tradujeron en cambios cerebrales y que reaparecieron como conceptos nuevos de la organización de la vida social y política.Nuevas formas de leer, ver y escuchar crearon nuevas experiencias individuales que hoy llamaríamos “empáticas”, las que a su vez hicieron posibles nuevos conceptos sociales y políticos, tales como los derechos humanos.Para que esos derechos se volvieran evidentes la gente debió adquirir nuevas formas de comprender y de identificarse con los demás, aun con los diferentes. De trazar una suerte de proximidad y de lazos identificatorios precisos, aunque para entonces imperceptibles.En todo caso, como afirma Lynn Hunt, el aprendizaje de la empatía abrió la puerta a los derechos humanos, aunque no garantizó que todo el mundo pudiera cruzarla.*Martín Lozada es Juez penal

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