El derecho a dudar

Pero inmediatamente después, recuperados del baldazo, resulta inevitable el escepticismo. En negocios de esas dimensiones nada es confiable. Todo es susceptible de manipulación y eso nos ha enseñado, precisamente, las últimas quiebras y crisis económicas. Veamos, como ejemplo, el caso de las...

Pero inmediatamente después, recuperados del baldazo, resulta inevitable el escepticismo. En negocios de esas dimensiones nada es confiable. Todo es susceptible de manipulación y eso nos ha enseñado, precisamente, las últimas quiebras y crisis económicas.

Veamos, como ejemplo, el caso de las grandes empresas “calificadoras de riesgos” o agencias de rating. Este sector funciona como un oligopolio controlado por tres compañías neoyorquinas Standard & Poor's, Moody's y Fitch, que dominan aproximadamente el 90% del mercado. Aunque cada una tiene su propio sistema de calificaciones, éstos son muy similares.

El propio director del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss Kahn, dijo hace pocas semanas que «las agencias de rating no siempre aciertan. La gente les cree y por eso tienen influencia a corto plazo, pero a largo plazo lo que predominan son otros factores».

 

Desde el inicio de la crisis económica de 2008, (que ninguna de las grandes agencias supo prever), están muy desacreditadas. Y es que estas agencias han demostrado sus carencias en crisis como la de Enron y en los primeros estadios de la actual, en donde Lehman Brothers tenía una “buena calificación” justo antes de su debacle.

 

Una serie de técnicas contables fraudulentas, apoyadas por su empresa auditora, el entonces prestigioso despacho Arthur Andersen, permitieron a Enron estar considerada como la séptima empresa de los Estados Unidos, y se esperaba que siguiera siendo empresa dominante en sus áreas de negocio. En lugar de ello, se convirtió en ese entonces en el más grande fraude empresarial de la historia y en el arquetipo de fraude empresarial planificado.

 

En Bolivia curtidos deberíamos estar con grandes engaños, porque de esos está sembrada la historia de nuestro país. El más reciente, destacable por su magnitud, fue el de la corporación petrolera Enron, pero ya antes nos habían hecho creer cosas como que “en Bolivia no se puede fundir estaño”.

 

Por eso, es inevitable que a la cuantificación de las reservas “probadas” de nuestro país le tengamos natural recelo. Eso no puede pasarse así nomas, al desgaire, como una mala noticia. Eso hay que investigarlo esta vez sí “exhaustivamente”. Buscar segundas y si es necesario terceras opiniones, contrastarlas y someterlas a escrutinio social intenso.

 

Y todo esto hay que hacerlo, además, de inmediato, porque el costo de oportunidad es altísimo.

 

Esto no se puede manejar con el secretismo que le aplicaron a las auditorías que se les hizo a las empresas petroleras extranjeras y que todavía no han sido suficientemente socializadas.

 

Si finalmente resulta que no somos “el polo energético continental”, rediseñar nuestra macroeconomía es un desafío monumental, pero de ninguna manera imposible.


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