Cuidado con la chicana

  Veamos, primero, para que quede claro, qué se entiende por Chicana, que es la palabra popularizada para referirse a la "anomia" El término anomia (etimológicamente sin norma) se emplea en sociología para referirse a una desviación o ruptura de las normas sociales, no de las leyes (esto...

 

Veamos, primero, para que quede claro, qué se entiende por Chicana, que es la palabra popularizada para referirse a la "anomia"

El término anomia (etimológicamente sin norma) se emplea en sociología para referirse a una desviación o ruptura de las normas sociales, no de las leyes (esto último es "delito"). Concretamente, según Emile Durkheim, la anomia implica la falta de normas que puedan orientar el comportamiento de los individuos.

La anomia se constituye con la generalización en el grupo social de cualquiera de las siguientes tres variedades de comportamiento: a) El comportamiento finalista: cuando se adhiere a los fines generales pero pretendiendo satisfacerlos a través de una conducta diferente a la prescripta por la norma. b) El comportamiento formalista/ritualista: cuando se observa la norma ignorando los fines a la que ella sirve (aun cuando tal comportamiento frustre los fines). Estos comportamientos distinguen a la conducta típicamente burocrática y c) El comportamiento "chicanero": cuando se aprovechan los intersticios de las normas para satisfacer fines personales (aun cuando ello frustre los objetivos del conjunto).

Hasta aquí intentamos, sin chicanear, ubicarnos en los parámetros cientistas. Pero "chicana" figura también en el lunfardo, ese argot bonaerense que tan familiar nos es a los bolivianos, principalmente gracias a la difusión de los tangos argentinos.

En "lunfa, "chicana" es: trampa, argucia, garlito, triquiñuela, engaño, ardid, timo. Procede del argot francés: chiqué (garlito, trampa) y este del verbo francés chicaner: provocar una disputa; hacer un embrollo o un enredo.

En la jerga política se denomina «chicana» al discurso falto de contenido ideológico o programático que busca ofender o provocar al adversario. En el ámbito judicial es el sofisma, el truco, la marrulla que utilizan los abogados para torcer el espíritu de las leyes, cuando no pueden utilizar argumentos jurídicos.

Hemos empleado todos los recursos que encontramos a mano para alertar sobre la chicana, porque nos interesa sobremanera que no vayan a lograr su cometido de torcer el rumbo del todavía precario aparato judicial, especialmente cuando lo que se está juzgando cae en el ámbito de la dignamente nombrada Ley Marcelo Quiroga Santa Cruz o ley contra la corrupción y el enriquecimiento ilícito desde funciones públicas.

Porque hay que reconocerles a los chicaneros su inagotable imaginación y su recursividad, que serían admirables si no persiguieran fines perversos.

Como, además, están de por medio grandes cantidades de dinero, que si no prosperan las chicanas y se aplica la justicia tendrá que reembolsado al Estado por quienes resultaren culpables, ese es un estímulo adicional para chicanear.

Pero al menos algunos medios de comunicación y la sociedad civil estamos alertados.

 


Más del autor