Reflexiones al borde del precipicio

Desde las grandes revoluciones mundiales (industrial y tecnológica) los saltos de la humanidad en su conjunto han sido altamente significativos; muchos de los jóvenes de hoy no pueden concebir el mundo sin energía eléctrica, teléfonos celulares, internet, automóviles, comunicaciones...

Desde las grandes revoluciones mundiales (industrial y tecnológica) los saltos de la humanidad en su conjunto han sido altamente significativos; muchos de los jóvenes de hoy no pueden concebir el mundo sin energía eléctrica, teléfonos celulares, internet, automóviles, comunicaciones rápidas o inmediatas, juegos electrónicos y una larga cadena de productos ofertados por el mercado para su consumo.

Sin embargo, el mundo en el que vivimos, a pesar de la cantidad de cosas que nos ofrece, en multitud de formas y a diversos precios, no parece satisfacer la necesidad más elemental del ser humano: sentirse amado/a y por consiguiente saberse feliz.

La paradoja posmoderna cuestiona radicalmente los afanes de una fallida modernidad que ha cifrado, junto a modelos políticos, económicos y socioculturales, la conquista de la felicidad para el ser humano en el conjunto de cosas que puede desarrollar, comprar o utilizar. No somos más felices porque tengamos más medios para mejorar nuestra vida y, a pesar de ello, descubrimos que algunos medios sí son necesarios para cierta calidad de vida.

Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que vivimos en medio de una serie de paradojas en el afán de ser hombres y mujeres más felices. Probablemente una de las causas es que nos han hecho creer que el progreso o desarrollo prefigurado por las ideas ilustradas y modernas, traducidas en medios meramente materiales, sería la garantía de nuestra felicidad. Es más, aún muchas personas creen que el progreso económico nos otorga la felicidad ansiada, que el estilo de vida de los ricos y famosos es el ideal a conseguir o que si no nos modernizamos estamos fuera de este mundo. Mas queda la sospecha de que solamente se dice una parte de la verdad.

No son únicamente los modelos estatales, de una u otra tendencia, ni los modelos económicos, más o menos igualitarios, ni  tampoco las cosas materiales que podamos adquirir para una vida más cómoda las que nos garantizan la obtención de la felicidad. Tal vez hay algo que se debe añadir como componente fundamental para que todo ello redunde en beneficio individual y colectivo: a nuestro mundo le falta espíritu.

Ese espíritu tiene que ver con los valores que impulsan nuestras leyes y acciones, la creación de relaciones más justas y sanas y la conciencia suficiente para no conferir a lo material o ideológico un valor absoluto. Sin caer en la cuenta de lo anterior, la humanidad avanza irremediablemente, hacia un precipicio y se arriesga a dar un paso adelante sin vuelta atrás.


Más del autor