Grandeza o mezquindad

 Muy especialmente quienes influyen en el pensamiento y en la política. Aristóteles y Santo Tomás dejaron una huella imborrable en el pensamiento occidental. Churchill y Stalin cada uno desde su ángulo de visión, señalaron caminos distintos a quienes gobiernan. Pero ninguno de ellos...

 Muy especialmente quienes influyen en el pensamiento y en la política. Aristóteles y Santo Tomás dejaron una huella imborrable en el pensamiento occidental. Churchill y Stalin cada uno desde su ángulo de visión, señalaron caminos distintos a quienes gobiernan. Pero ninguno de ellos determinó irrevocablemente lo que la historia tenía escrito. Ellos hicieron parte de la historia.

Muchas de las culpas atribuibles a la historia no son destinos fatales, incorregibles. La falta de caminos desde Potosí al pequeño mundo que lo rodea es una herencia de la historia. Vergonzosa en tanto que en nuestros tiempos había dinero, incluso ayuda exterior para trazar una y cien vías de transporte. Y sin embargo, el actual Gobierno hizo menos de lo que se necesitaba para dotar a la Villa Imperial de carreteras modernas. No fue la historia la culpable, fueron los gobernantes, incluyendo a los actuales. A ellos y no a la historia va dirigido el reclamo potosino.

El otro aspecto que se ha confirmado en los días negros de Potosí fue la mezquindad de las autoridades del Gobierno. Me explico: es propio de los poderosos que poseen un espíritu magnánimo, saber ceder al adversario alguna porción de los temas que son objeto de conflicto.  Cediendo lo menos se gana lo más. Lo más es la paz y la concordia. Por el contrario los espíritus apocados, ruines y mezquinos nunca ceden por temor a ser derrotados y perderlo todo. En general, suelen perderlo todo por no haber cedido en algo que no sea realmente irrenunciable. Si en la protesta potosina, las partes en conflicto no se hubiesen mostrado tan intransigentes, el problema se hubiese resuelto por las buenas. Aquí, la mayor responsabilidad recayó en las máximas autoridades del Gobierno. El Sr. Presidente no hubiese perdido nada de la majestad de su cargo, si hubiese tenido el gesto de acercarse a los cívicos y charlar con ellos. Pero no: Don Evo, cada vez más ensimismado con su cargo, desairó a unos ciudadanos que le habían apoyado con sus votos en todas las consultas pasadas.  Es más, acusó a los dirigentes cívicos de  conspirar con el Gobierno, y a los asambleístas del MAS que se plegaron a la protesta les endilgó el oprobioso calificativo de traidores.

No fue la historia la culpable de los 19 días de sufrimientos de miles de ciudadanos atrapados en el conflicto. Es el propio Evo Morales el que escribe su historia, la misma que sus socios certifican y suscriben. No será una historia para enorgullecerse sino más bien para olvidarla


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