SALVEMOS ELCERRO RICO DE POTOSÍ

“Diera yo porque me dieras/ de tu linda boca el sí/, las alfombras de Turquía/,  las minas de Potosí” Eso fue ayer, cuando la Villa Imperial de Carlos V hizo decir a Miguel de Cervantes Saavedra; “Esto vale un Potosí” refiriendo el asombro de  alguien  que exaltaba la mayor riqueza...

“Diera yo porque me dieras/ de tu linda boca el sí/, las alfombras de Turquía/,  las minas de Potosí”

Eso fue ayer, cuando la Villa Imperial de Carlos V hizo decir a Miguel de Cervantes Saavedra; “Esto vale un Potosí” refiriendo el asombro de  alguien  que exaltaba la mayor riqueza del mundo, en el símil  concebido por la mente humana y acaso, sólo en el sueño de los ángeles.

¡Qué no se ha dicho de la fabulosa vida potosina en el tiempo de  la Conquista a la que siguió la Colonia! El cuerno de la abundancia pletórico para unos y la miseria que hacía doblar el alma miserable de los desheredados de la tierra.

En 1545 comenzó el deslumbramiento para unos y la oscuridad para otros. 170  españoles y 3.000 indígenas  comenzaron a cavar el Cerro Rico  hasta el quebrantamiento humano y luego la muerte en las minas de plata y después de estaño, cuando no de otros minerales  de grandes emprendimientos.  Hasta ahora que lo han dejado como un cascarón vacío, a punto de tumbarse al suelo y quedar, en una pobreza franciscana muy parecida a la desgracia. La desgracia es haber salido de la mirada de Dios. Esto parece irreverente si el Cristo de la Vera Cruz vigila el solar nativo de pintores sin par en Bolivia o de los personajes principales de  crónicas y de  leyendas que superan los cuentos de Las Mil y Una Noches.

Los mineros cooperativistas que se siguen beneficiando de los despojos del cerro, han dicho que no van a dejar de hurgar las vetas, porque de ellas todavía puede extraerse el portentoso aliento de los socavones, donde vigila Supay al que se le ofrece alcohol, coca y tabaco en tributo de su poder (que da miedo, que espanta o que acaba en el “aisa”) Tengo registradas historias de hombres sepultados bajo el derrumbe. Ahí la muerte no es democrática. Las mujeres no acaban sus días enterradas en vida; porque ellas no entran a trabajar en interior mina. De hacerlo, “se pierden los minerales”. Esa es una abusión de los mineros a quienes el Diablo les sopla al oído palabras  que no tienen respuesta.

El antiguo Cerro Rico es ahora un espejismo que nos obliga a los potosinos a  mirar con los ojos en la nuca. El pasado está detenido en la Villa y hasta las estrellas resultan coloniales, como lo afirma una canción de Humberto Iporre Salinas.

Lo  último que podría ocurrir a esta ciudad de maravillas, es que un día el cerro de los hechizos se venga abajo -del que el tarijeño Wilson Mendieta Pacheco rescata de la historia secreta de Potosí  la frase agridulce: semejante al “nervio del Reino  y el corazón de las Indias”

Todavía huele a mojado la voz de cierto comunicador social de Madrid -quien hizo befa de la afirmación Alto Peruana-: Con la plata de Potosí se pudo tender un puente entre esa ciudad y la que ocupa el “sorprendido” periodista español.

Potosí fue el emporio de la riqueza nacional y la envidia de reyes en el orbe, y no es menos cierto que  la Ínclita Ciudad, llamada también La Ciudad Única sale, de la imaginación comprobada en los hechos. Esta noble cuna fue  el asiento asegurado de la muerte por cuanto los mitayos de comienzos de la explotación minera, trabajaban duramente hasta la expiación. Índice Vital del Minero entonces: Menos de 27 años.

Don Gabriel René Moreno, en un enjundioso estudio acerca de La Mita en los años de los 700, relata la angustia de las familias de los reclutados para trabajar bajo tierra. Por ahí anduvieron  los vencidos, frecuentemente encadenados

Se sabe que éstos provenían, mayormente, del Cuzco y mucho más de las regiones del dominio español en  nuestra  América Morena. Los españoles fracasaron trayendo negros del  África para cumplir tales tareas. Los esclavos de color no resistieron la altura. Y padecieron su existencia. Hay crónicas a este respecto. Todas ellas siempre amargas cuando más intolerantes

Costa du Rels tiene una palabra que contrasta la riqueza minera de ese departamento con su paisaje desolador, en el yermo:

“La puna es la tristeza humana caída poco a poco en el polvo. Inmensas llanuras áridas que aquí y allá tropiezan con Los Andes; reducidas a su soledad y a su infortunio, son los testigos de la vejez siniestra de la tierra”

Es de notar que el Cerro Rico se vendrá  abajo si no se toman las debidas providencias para rescatarlo de la desaparición. Que los mineros están en su derecho de trabajar es incuestionable; pero, que el “Alma del Universo” como es el portentoso Sumaj Orko, debe ser protegido antes de que sea demasiado tarde, es una tarea que no puede esperar. Si eso sucediera, mejor no haber nacido,

El Gobierno está en la obligación ineludible de procurar nuevas prospecciones a fin de que los mineros cooperativistas  accedan a otros lugares de explotación del metal del diablo.

Con una secreta angustia existencial, hallo insuperable la estrofa de un poema de Ricardo Jaimes Freyre: “Por bajo los arcados de rancia arquitectura/ sobrevivientes graves de las fiestas de antaño/ mostrando el ágil bronce de la musculatura/ pasa el humilde quichua, silencioso y huraño” ¡Hablo de los legítimos dueños de la tierra!

Todo el país tiene puestos los ojos en la Ínclita Ciudad y ya no de Carlos V. sino de la Patria entera. El Cerro de Plata debe quedar enhiesto, -vencedor de los siglos-, como si el dedo de Dios lo apuntara desde el cielo: “No hay nada más profético en el mundo, que este pedazo de eternidad” Ese cerro sin término ilusorio que, por paradoja, muere poco a poco

Tarija, 13 de agosto de 2010


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