El mentado uranio (Resumen)

Si bien es cierto que con la energía contenida en unos kilogramos de uranio una vivienda pudiera alumbrarse toda la vida y con unas toneladas un buque pudiera navegar treinta años, también lo es que con el material concentrado en una esfera similar a una pelota de beisbol el centro de...

Si bien es cierto que con la energía contenida en unos kilogramos de uranio una vivienda pudiera alumbrarse toda la vida y con unas toneladas un buque pudiera navegar treinta años, también lo es que con el material concentrado en una esfera similar a una pelota de beisbol el centro de Hiroshima fue borrado de la faz de la tierra. Comparado con lo que ocurrió allí la tragedia del 11/S parece trivial.

El uranio

Como el carbón y el petróleo el uranio, el elemento natural más pesado en la tierra (descubierto en 1789), es un mineral que presente en casi todos los suelos del planeta donde convive con los demás minerales, el agua, las plantas, la fauna silvestre y los seres humanos. Sobre los yacimientos de uranio pueden plantarse huertos y jardines, construirse viviendas y practicar deportes sin que ello ejerza efecto nocivo alguno. A diferencia del carbón o el petróleo que en su estado natural pueden incendiarse, jamás en la naturaleza el uranio provocará una explosión atómica ni nadie será dañado por la radioactividad.

La explicación radica en que en su estado natural, más del 99 por ciento del uranio no es fisionable, es decir no es capaz de producir una reacción en cadena, no da lugar a explosiones ni sirve para producir bombas atómicas.

Lo que hace formidable y a la vez demoniaco al uranio no son sólo sus propiedades naturales sino el “valor agregado” añadido por la mano humana, debido que al enriquecerlo, como mismo ocurre con el petróleo, se obtienen derivados con propiedades diferentes al producto natural.

El uranio es utilizable en armas atómicas cuando en su composición existe al menos un 20 por ciento de isotopos de uranio 235, sustancia que en el estado natural nunca sobrepasa el 0,71 por ciento. Incluso después de enriquecido, cuando es ya uranio 235 prácticamente puro, se necesita reunir una determinada cantidad capaz de sostener una “reacción en cadena” y producir una explosión nuclear.

En el uranio ese proceso se llama de enriquecimiento porque consiste en mediante centrifugación, al altísimas velocidades, gasificar el mineral para separar y reunir los isotopos del llamado 235, que posee las propiedades que lo hacen apto para ser empleado en armas nucleares. El evento mediante el cual el uranio 235 libera abruptamente la energía contenida en su estructura, se llama “reacción en cadena” y es provocado, nunca espontaneo.

Aunque era teóricamente conocida, la reacción en cadena atómica, no pudo ser realizada en la práctica hasta que se inventaron los reactores atómicos, en uno de los cuales, en la universidad de Chicago en 1942 el húngaro Leo Szilárd y el italiano Enrico Fermi, lograron provocar una “reacción en cadena” controlada. Al lograr administrar esos eventos de hecho, Szilárd inventó la bomba atómica; procedimiento que patentó convirtiendo el engendro en propiedad privada, cosa que dicho sea de paso nunca reclamó y con la cual jamás lucró.

No obstante, se trataba de una victoria científica parcial y de un hallazgo teórico porque una bomba atómica no es un reactor, sino un proceso mediante el cual se logra la explosión en el momento y el lugar deseado. En la ruta hacía la bomba faltaban varios elementos, entre ellos determinar la “Masa Crítica” del uranio 235, es decir, saber cuál era la cantidad de uranio 235 capaz de provocar una reacción en cadena y una explosión atómica.

Se cuenta que una de sus primeras conversaciones el coronel Leslie Groves, a cargo de las tareas de intendencia y seguridad del proyecto Manhattan, preguntó a Robert Oppenheimer, director científico:

— ¿Por dónde comenzamos?

— Consiga uranio y luego enriquézcalo

Todo el mineral de uranio para crear dos bombas, adquirido en el entonces Gongo Belga, le costó a Groves menos de doscientos mil dólares, mientras la inversión en la planta para refinarlo, edificada en Oak Ridge, Tennessee, alcanzó los mil millones de dólares. Allí, presuntamente se produjo el uranio necesario para crear dos bombas atómicas, la tercera que arrasó a Nagasaki era de plutonio, un material con propiedades parecidas aunque con otra historia.

El uranio y sus propiedades pueden ser una bendición otorgada al hombre o una maldición. En cualquier caso la naturaleza no es culpable, como tampoco lo es la ciencia. Toda la responsabilidad toca a los hombres y al modo como utilizan los bienes terrenales y sus propios conocimientos. La ciencia y la técnica no son buenas ni malas, buenos o malos son quienes la utilizan y, voluntariamente optan por ser: lo uno o lo otro.

* (Especial para ARGENPRESS.info)


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