Trabajar hasta morir, la ley de vida en Tarija
En Tarija hay 43.154 adultos mayores. Del total, 23.057 están obligados a trabajar. Es decir el 50 por ciento. La mayor concentración de los adultos mayores se encuentra en un rango de edad de entre 64 y 95 años, sumando 23.290 mujeres y 19.864 hombres. Los datos provienen del Instituto...



En Tarija hay 43.154 adultos mayores. Del total, 23.057 están obligados a trabajar. Es decir el 50 por ciento. La mayor concentración de los adultos mayores se encuentra en un rango de edad de entre 64 y 95 años, sumando 23.290 mujeres y 19.864 hombres. Los datos provienen del Instituto Nacional de Estadística.
Agustina Gálvez tiene setenta años, apenas recorre la calle Domingo Paz , lleva en la mano izquierda un saquillo azul y en la otra mano un retorcido palo que por sus características parece traído de Erquiz, comunidad en la que vive.
A paso lento, revisa los basureros y con el palo arrastra hacia sus pies algunas botellas plásticas que “por suerte” encuentra en la calle. Ella es madre de cinco mujeres, aunque cuenta que dos de ellas murieron por infecciones intestinales antes de cumplir el año de vida, dos se casaron y Carmela la última vive con ella.
La hija que sigue a su cargo tiene síndrome de Down y a pesar de que Agustina dice no saber mucho sobre la enfermedad, asegura que hasta ahora ambas han podido salir adelante. “Tengo que trabajar no hay de otra”, dice mientras revela que no recibe ayuda económica de ninguna de sus otras hijas.
Cuándo se le pregunta con quién dejará a Carmela si a ella algún día le sucede algo. De inmediato llora y dice “A Dios nomas señorita, a Dios, por eso ahora que puedo me la cuido”. Dicho esto, y con justa razón, nos da la espalda y vuelve a su faena.
En la plaza Luis de Fuentes está Lorenzo Valencia, sentado junto a un desgastado bolsón de mercado. De rato en rato agudiza su mirada y cuando funcionarios de la policía municipal se dan la vuelta saca un pequeño vasito desechable con maíz y le alcanza a un niño que rápidamente le alcanza unas monedas. “Aún no es hora de vender maíz”, susurra.
Usa un rústico bastón y de pronto se anima a decir que sus pies apenas le responden y le duelen porque debe caminar desde su casa que queda en el mercado Campesino hasta el centro de la ciudad, dice que nació con un defecto “el de tener un pie más corto que el otro”.
Se queja de todo, de la vida, del mal tiempo, del sol, de sus hijos que jamás lo visitan y de que no puede vender como quisiera. Con una rabia encarnada apunta a otro anciano y asegura que él tiene privilegios. “A él no le dice nada la policía del alcalde, se vende nomas y a mí que estoy enfermo no me dejan”, afirma y frunce el ceño.
Sin embargo, Toribio (el otro anciano) también oculta su maíz y lo vende a hurtadillas, no habla con nadie y aunque escucha la crítica la ignora y se concentra en su venta.
Más allá está Lucinda, una vendedora Ambulante de dulces que se rehúsa a contarnos algo de su vida, sólo atina a decir que ha trabajado desde muy niña. “Así siempre he vivido y así será hasta que me muera”, dice.
De acuerdo a la Defensoría del Pueblo la situación de los adultos mayores en Tarija es muy crítica, debido a que hay una constante vulneración de sus derechos humanos y desconocimiento de la Ley Nº 603 (Código de las Familias y del Proceso Familiar) que en su artículo 33, inciso d. (Deberes de hijas e hijos, tuteladas y tutelados) expresa: “Son deberes de las y los hijos, tuteladas y tutelados: prestar asistencia a su madre, padre o a ambos, y ascendientes, cuando se hallen en situación de necesidad y no estén en posibilidades de procurarse los medios propios de subsistencia”.
Rubros de trabajo
De acuerdo al INE, la mayor cantidad de mujeres adultas mayores en Tarija se concentra en tres actividades económicas: unas 2.758 mujeres trabajan en la agricultura, 2.580 trabajan en el comercio informal y 663 de éstas se dedican a brindar servicios de alojamiento y comida.
En el caso de los hombres los tres rubros a los que más se dedican son: la agricultura con 6.912 adultos mayores, la construcción con 1.436 y el comercio informal y arreglo de vehículos concentra el trabajo de 1.226 ancianos.
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Agustina Gálvez tiene setenta años, apenas recorre la calle Domingo Paz , lleva en la mano izquierda un saquillo azul y en la otra mano un retorcido palo que por sus características parece traído de Erquiz, comunidad en la que vive.
A paso lento, revisa los basureros y con el palo arrastra hacia sus pies algunas botellas plásticas que “por suerte” encuentra en la calle. Ella es madre de cinco mujeres, aunque cuenta que dos de ellas murieron por infecciones intestinales antes de cumplir el año de vida, dos se casaron y Carmela la última vive con ella.
La hija que sigue a su cargo tiene síndrome de Down y a pesar de que Agustina dice no saber mucho sobre la enfermedad, asegura que hasta ahora ambas han podido salir adelante. “Tengo que trabajar no hay de otra”, dice mientras revela que no recibe ayuda económica de ninguna de sus otras hijas.
Cuándo se le pregunta con quién dejará a Carmela si a ella algún día le sucede algo. De inmediato llora y dice “A Dios nomas señorita, a Dios, por eso ahora que puedo me la cuido”. Dicho esto, y con justa razón, nos da la espalda y vuelve a su faena.
En la plaza Luis de Fuentes está Lorenzo Valencia, sentado junto a un desgastado bolsón de mercado. De rato en rato agudiza su mirada y cuando funcionarios de la policía municipal se dan la vuelta saca un pequeño vasito desechable con maíz y le alcanza a un niño que rápidamente le alcanza unas monedas. “Aún no es hora de vender maíz”, susurra.
Usa un rústico bastón y de pronto se anima a decir que sus pies apenas le responden y le duelen porque debe caminar desde su casa que queda en el mercado Campesino hasta el centro de la ciudad, dice que nació con un defecto “el de tener un pie más corto que el otro”.
Se queja de todo, de la vida, del mal tiempo, del sol, de sus hijos que jamás lo visitan y de que no puede vender como quisiera. Con una rabia encarnada apunta a otro anciano y asegura que él tiene privilegios. “A él no le dice nada la policía del alcalde, se vende nomas y a mí que estoy enfermo no me dejan”, afirma y frunce el ceño.
Sin embargo, Toribio (el otro anciano) también oculta su maíz y lo vende a hurtadillas, no habla con nadie y aunque escucha la crítica la ignora y se concentra en su venta.
Más allá está Lucinda, una vendedora Ambulante de dulces que se rehúsa a contarnos algo de su vida, sólo atina a decir que ha trabajado desde muy niña. “Así siempre he vivido y así será hasta que me muera”, dice.
De acuerdo a la Defensoría del Pueblo la situación de los adultos mayores en Tarija es muy crítica, debido a que hay una constante vulneración de sus derechos humanos y desconocimiento de la Ley Nº 603 (Código de las Familias y del Proceso Familiar) que en su artículo 33, inciso d. (Deberes de hijas e hijos, tuteladas y tutelados) expresa: “Son deberes de las y los hijos, tuteladas y tutelados: prestar asistencia a su madre, padre o a ambos, y ascendientes, cuando se hallen en situación de necesidad y no estén en posibilidades de procurarse los medios propios de subsistencia”.
Rubros de trabajo
De acuerdo al INE, la mayor cantidad de mujeres adultas mayores en Tarija se concentra en tres actividades económicas: unas 2.758 mujeres trabajan en la agricultura, 2.580 trabajan en el comercio informal y 663 de éstas se dedican a brindar servicios de alojamiento y comida.
En el caso de los hombres los tres rubros a los que más se dedican son: la agricultura con 6.912 adultos mayores, la construcción con 1.436 y el comercio informal y arreglo de vehículos concentra el trabajo de 1.226 ancianos.
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