Rumbo al 18-O
Todo lo que no era el MAS
La movilización ha reactivado a las redes sociales y populares adormecidas tras la caída de Evo Morales en noviembre, aunque en el MAS reconocen que les ha perjudicado electoralmente



Acabado el último episodio de esta larga serie de crisis política que vive Bolivia desde 2016, los analistas se aprestan a hacer recuento de daños y éxitos. A priori, el Movimiento Al Socialismo (MAS) es el principal perjudicado después de dos semanas de bloqueo menos férreo que lo mostrado por una cuestión esencial: el pedido no era legítimo.
Muchos estrategas habían advertido de una posible eclosión social entre las clases populares e indígenas por el deterioro de la situación económica producto de la crisis sanitaria, agravada por las continuas amenazas del Gobierno, que auguraba ni más ni menos que el ostracismo para el partido de Evo Morales.
Después de 14 años de Gobierno, el movimiento indígena popular que llevó a Evo Morales al Gobierno había quedado simplificado a tres letras: MAS. Morales, con su estilo de gobernanza, en plena sintonía con el modelo histórico caudillista, había calzado perfectamente en la lógica de Gobierno. El MAS, que en realidad era el Instrumento Político Para la Soberanía Popular (IPSP), quedó subrogado a las necesidades del Gobierno ante la expectativa y lo inaudito. Al principio, por supervivencia en el poder, al final, por instinto de reproducción.
Álvaro García Linera es señalado como el gran responsable de la enajenación de la voluntad de los movimientos sociales. El Vicepresidente operó en las sombras para eliminar cualquier tipo de disidencia en el partido, que en realidad era Gobierno. Los líderes más propositivos fueron apartados sin prisa, pero sin pausa; las organizaciones más revolucionarias, silenciadas con pequeñas concesiones. El modelo chino se impuso en medio de la pulsión indígena.
Tampoco es cierto que las organizaciones sociales hayan sucumbido producto de la trampa o del chantaje, hubo un consentimiento original – advierten desde las filas de la izquierda nacional, uno de los sectores que antes se retiró del Gobierno – y una complicidad posterior. Salvo contadas excepciones, nadie alzó la voz cuando las decisiones empezaron a llegar cocinadas.
¿Estuvo el MAS en riesgo de perder su sigla? Los analistas no se acaban de poner de acuerdo y los operadores aprovechan la pregunta para cargar contra sus enemigos. La participación en las siguientes elecciones era parte del acuerdo de pacificación de noviembre, pero evidentemente hubo quien trató de maniobrar para que eso no sucediera a la luz de las encuestas.
A priori, el MAS ha logrado salvar su sigla con un movimiento rápido y contundente. Más allá de la minimización de la vocería oficial, el partido azul ha demostrado una vez más que son quienes tienen presencia en todo el territorio y por ende, capacidad para paralizar el país.
En ese otro punto, nadie se pone de acuerdo. Las organizaciones sociales se han camuflado, vía Kawsachun Coca, como personas autoconvocadas desde el primer momento, pero a nadie se le escapa que los hilos se movían desde Buenos Aires, al menos inicialmente. Mostrar fuerza alerta sobre lo que puede pasar en un Gobierno que ignore a las clases populares; mostrar mucha fuerza puede provocar rechazo. A dos meses de elecciones unos dicen que lo han soltado en el momento justo y sin daños de relevancia – se atribuyen 30 decesos, pero el Covid ya se ha llevado 4.000 -, lo que les permite volver a ser garantes de la gobernabilidad, y para los otros se ha alargado innecesariamente, asustando para siempre a la clase media que en 2009 y 2014 le dio las fabulosas mayorías, que por otro lado acabaron confundiendo la hoja de ruta.
El quiebre
Si algo deja la crisis es también una reivindicación de las organizaciones respecto al aparato partidario, acusado mil veces de plegarse al convencionalismo, de olvidar el discurso revolucionario. La dirigente bartolina habló específicamente de una “clase media, intelectuales que venían a ayudar y acabaron apropiándose del proceso de cambio”.
El MAS de la cúpula es muy consciente de que con las organizaciones sociales no alcanza, pero las organizaciones sociales parecen haber recordado que no se trata de personas ni de nombres, sino del colectivo, del ayllu.
El MAS iba por delante en todas las encuestas antes de la movilización. Los analistas señalan que seguirán arriba, pero cada vez más lejos de ese 40% que le garantizaría una victoria en primera vuelta en el caso de que no opere el “voto útil” y el antimasismo tenga que decidir entre Carlos Mesa, Jeanine Áñez o incluso Luis Fernando Camacho y Tuto Quiroga.
Para aquellos que no entienden la democracia como una cita con las ánforas cada cinco años, sino como un continuo, como una interpelación permanente, el resultado de la movilización es positivo: el Instrumento Político para la Soberanía Popular está vivo y no es la voluntad de un candidato.