El relato de Evo
Los nuevos gurús de la comunicación política han despojado a las contiendas electorales de la ideología y la han convertido en una lucha de relatos. Cuanto más épico y emocionante, mejor. De ahí vienen monstruitos como Jair Bolsonaro, pero de eso ya nadie se hace responsable. Antes de que...



Los nuevos gurús de la comunicación política han despojado a las contiendas electorales de la ideología y la han convertido en una lucha de relatos. Cuanto más épico y emocionante, mejor. De ahí vienen monstruitos como Jair Bolsonaro, pero de eso ya nadie se hace responsable.
Antes de que estos mismos gurús empezaran a dar cátedras por todo el mundo, el MAS de Evo Morales había dado vuelta y media a un país demasiado necesitado de amor propio. No había tanta teoría al respecto. O quizá estaba muy vieja. Pero desde el comienzo de siglo confluyó una agenda soberanista con un líder carismático y sin miedos que asumiera el desafío. Así lo recuerda esa vieja guardia que hoy llamamos operadores.
Morales era uno más del pueblo, y ese era nomás su secreto. La agenda de octubre contenía lo imprescindible, y como parecía imposible de implementar pero empezó a andar, Bolivia correspondió con las grandes mayorías nunca antes vistas. El MAS era más.
Morales se convirtió en el Presidente “de todos” los bolivianos, y fue dejando el discurso campesino – indigenista para optar por una vía de la integración muy gramsciana dictada desde los círculos más elitistas de su propio Gobierno. En enero de 2018 Álvaro García Linera ya determinó que el “sujeto” a conquistar era esa clase media urbana que se había enriquecido con el proceso de cambio; que había encontrado grandes pegas públicas, y que tal vez podía dudar de cuál había sido el origen de su promoción social y económica.
Toda la campaña se basó en un concepto: Futuro Seguro. Y tomando a Tarija como ejemplo, Morales jugó al golf y almorzó o cenó con el 90% de los apellidos más jailas de la capital del Guadalquivir, en los mejores restaurantes, mandando un claro mensaje a sus bases con quienes apenas compartió Los Ángeles Azules al cierre de campaña.
Al cierre
Y de repente, en la campaña más dirigida a esos votantes que en 2009 y 2014 le dieron las mayorías fabulosas… 47%.
Morales no es ni mucho menos el títere de nadie que algunos círculos aristocráticos dibujaron al principio de los tiempos. Sin esperar asesores ni politólogos – hasta se mofó de ellos en una de las primeras conferencias de prensa -, Morales apeló a su relato: Voto rural, campesinos, indígenas, discriminación.
Después profundizó la confrontación: “Mueran los neoliberales y vendepatrias”; ridiculizó al enemigo: “por platita o por notita van a bloquear”, “con pititas y con llantitas bloquean, voy a tener que dar taller”; llamó a la confrontación abiertamente: “cercar ciudades y ahí vamos a ver como aguantan”; tiró de clásicos volteadores de miradas: “golpe de Estado”, “golpe de Estado”, “golpe de Estado” y acabó rematando con el eco de los que piden fútbol luego de dos semanas de suspensión.
Morales nunca fue un gran orador, pero tampoco fue malo. Evo hablaba como el pueblo. Hacía al relato, a la épica, a la emoción de tomar el poder y mantenerlo…
Los politólogos no salen de su asombro luego de que una frase del calado del cerco citadino o los continuos llamados a enfrentar los bloqueos, reproducidos una y otra vez por Morales y sus allegados, no hayan tenido una mayor contestación en las calles.
Morales no es un producto del marketing, su autenticidad siempre fue su secreto, pero siempre ganó. Desde 2002. En 2019 se ha quedado en el 47%, un retroceso relevante que exige, sobre todo, una reconfiguración de prioridades.
En su discurso, Morales ha echado mano del viejo relato de la liberación indígena y campesina, de los pobres contra los ricos, de una exclusión que durante 13 años se ha vendido como superada. Mientras tanto, aquellos que llegaron al MAS creyendo en el discurso de la integración se han quedado patidifusos con la escalada violenta y confrontadora del Presidente.
Es difícil creer que Morales es presa del desconcierto o la improvisación en momentos como este. Pero también es cierto que hace años ni sus allegados le dicen las cosas como son. Quien mejor sepa digerir este momento, incorporarlo a su historia, será quien resulte finalmente ganador, en el corto o en el largo plazo.
Antes de que estos mismos gurús empezaran a dar cátedras por todo el mundo, el MAS de Evo Morales había dado vuelta y media a un país demasiado necesitado de amor propio. No había tanta teoría al respecto. O quizá estaba muy vieja. Pero desde el comienzo de siglo confluyó una agenda soberanista con un líder carismático y sin miedos que asumiera el desafío. Así lo recuerda esa vieja guardia que hoy llamamos operadores.
Morales era uno más del pueblo, y ese era nomás su secreto. La agenda de octubre contenía lo imprescindible, y como parecía imposible de implementar pero empezó a andar, Bolivia correspondió con las grandes mayorías nunca antes vistas. El MAS era más.
Morales se convirtió en el Presidente “de todos” los bolivianos, y fue dejando el discurso campesino – indigenista para optar por una vía de la integración muy gramsciana dictada desde los círculos más elitistas de su propio Gobierno. En enero de 2018 Álvaro García Linera ya determinó que el “sujeto” a conquistar era esa clase media urbana que se había enriquecido con el proceso de cambio; que había encontrado grandes pegas públicas, y que tal vez podía dudar de cuál había sido el origen de su promoción social y económica.
Toda la campaña se basó en un concepto: Futuro Seguro. Y tomando a Tarija como ejemplo, Morales jugó al golf y almorzó o cenó con el 90% de los apellidos más jailas de la capital del Guadalquivir, en los mejores restaurantes, mandando un claro mensaje a sus bases con quienes apenas compartió Los Ángeles Azules al cierre de campaña.
Al cierre
Y de repente, en la campaña más dirigida a esos votantes que en 2009 y 2014 le dieron las mayorías fabulosas… 47%.
Morales no es ni mucho menos el títere de nadie que algunos círculos aristocráticos dibujaron al principio de los tiempos. Sin esperar asesores ni politólogos – hasta se mofó de ellos en una de las primeras conferencias de prensa -, Morales apeló a su relato: Voto rural, campesinos, indígenas, discriminación.
Después profundizó la confrontación: “Mueran los neoliberales y vendepatrias”; ridiculizó al enemigo: “por platita o por notita van a bloquear”, “con pititas y con llantitas bloquean, voy a tener que dar taller”; llamó a la confrontación abiertamente: “cercar ciudades y ahí vamos a ver como aguantan”; tiró de clásicos volteadores de miradas: “golpe de Estado”, “golpe de Estado”, “golpe de Estado” y acabó rematando con el eco de los que piden fútbol luego de dos semanas de suspensión.
Morales nunca fue un gran orador, pero tampoco fue malo. Evo hablaba como el pueblo. Hacía al relato, a la épica, a la emoción de tomar el poder y mantenerlo…
Los politólogos no salen de su asombro luego de que una frase del calado del cerco citadino o los continuos llamados a enfrentar los bloqueos, reproducidos una y otra vez por Morales y sus allegados, no hayan tenido una mayor contestación en las calles.
Morales no es un producto del marketing, su autenticidad siempre fue su secreto, pero siempre ganó. Desde 2002. En 2019 se ha quedado en el 47%, un retroceso relevante que exige, sobre todo, una reconfiguración de prioridades.
En su discurso, Morales ha echado mano del viejo relato de la liberación indígena y campesina, de los pobres contra los ricos, de una exclusión que durante 13 años se ha vendido como superada. Mientras tanto, aquellos que llegaron al MAS creyendo en el discurso de la integración se han quedado patidifusos con la escalada violenta y confrontadora del Presidente.
Es difícil creer que Morales es presa del desconcierto o la improvisación en momentos como este. Pero también es cierto que hace años ni sus allegados le dicen las cosas como son. Quien mejor sepa digerir este momento, incorporarlo a su historia, será quien resulte finalmente ganador, en el corto o en el largo plazo.