Votar sin amor
Queda un mes menos un día para las elecciones. Un mes menos un día, y que día, justamente el 21 de septiembre. El Tribunal Supremo Electoral ha dicho que en el padrón electoral han entrado casi un millón de jóvenes electores – con las hormonas a mil por hora en estos días – desde las...



Queda un mes menos un día para las elecciones. Un mes menos un día, y que día, justamente el 21 de septiembre. El Tribunal Supremo Electoral ha dicho que en el padrón electoral han entrado casi un millón de jóvenes electores – con las hormonas a mil por hora en estos días – desde las elecciones de 2014. Un millón de jóvenes menores de 24 años que resultarán clave en una elección que, según las encuestas, van de ratificar al hombre que llevan viendo gobernar casi desde que tienen memoria, o elegir al que estaba antes que él. Extraño concepto el de lo nuevo.
Por lo general, los políticos siempre han considerado que los votantes son unos personajes menores de edad, sin criterio, altamente influenciables, a los que había que prometerles cosas y hablarles mal de los rivales para esperar su voto. Las puestas en escena han ido evolucionando con el paso de los tiempos, pero en esencia, se mantienen. Los 80, con América Latina envuelta en el aura revolucionaria, fueron los tiempos en los que realmente se enamoraba para captar votos. Las grandes soflamas y los canutos a campo abierto eran fenómeno seguro.
En los 90, los candidatos empezaron a hablar del sucio dinero y del miedo. Eran tiempos cerebrales, en los que se impuso aquello de votar con el bolsillo y prometer viajes a Miami si te amoldabas al sistema.
En los 2000, ya diez años sin URSS, el sistema se fue al tacho cuando intentaron probar que la receta del libre mercado de verdad servía sin subsidios camuflados en partes de guerra fría, y volvió eso de la fraternidad interplanetaria sin avasallar a mis caseras, aunque con demasiadas dudas.
Y en 2010 y siguientes llegaron las redes sociales, con lo cual ya nunca hubo forma de generalizar porque sí ni de suponer, porque los memes de uno cuestan más que los de otro pero eso no garantiza el éxito, ni el voto, y todo el mundo sabe de qué nos hemos reído, pero no lo que ha dicho, ni mucho menos como lo ha dicho.
La campaña de Evo Morales es muy poco progre en ese sentido. El MAS hizo la revolución antes de Facebook, y ahí siguen, convencidos de quienes son sus bases, pero conscientes de que sus hijos migran a las ciudades y obtienen mejores pegas. Y que incluso se olvidan del pago. Y pelean con papá. O hasta con mamá. Lo que dicen es que aquí se está seguro y bien, tranquilo. Paz y amor. No cambies nunca.
La alternativa no es mejor según revelan publicación tras publicación las encuestas. Carlos Mesa quiso ser outsider de entrada, luego quiso ser formal – voto útil, luego menos y al final dejó incluso de ir a los medios, como apunta Fernando Molina, por lo que existe un candidato semicamuflado que se supone sigue siendo la alternativa natural de quienes no quieren votar al MAS, aunque estos aún no lo tengan del todo claro. Si los teóricos que aseveraban que el interés de Mesa era saber cómo iba a quedar en la historia tenían razón, ahora mismo tiene un problema.
A los 24 años, los bolivianos se comen el mundo. A los 18 se tiñen el pelo de blanco. O prueban con decoloraciones y acaban rapados. El peso en el padrón es demasiado importante para llorar el desamor sin buscar una segunda oportunidad. O el sexo casual, que hasta Chi anda buscando.