Primarias, pasiones y desesperaciones
La carrera electoral está en marcha para unos y para otros. La Ley de Partidos ha precipitado los desenlaces en la oposición. Quedan menos dos meses para registrar las alianzas de partidos, cada una con sus militantes que serán al final quienes tengan derecho a voto, y dos semanas más para...



La carrera electoral está en marcha para unos y para otros. La Ley de Partidos ha precipitado los desenlaces en la oposición. Quedan menos dos meses para registrar las alianzas de partidos, cada una con sus militantes que serán al final quienes tengan derecho a voto, y dos semanas más para que se registren los binomios que competirán en cada alianza por ser los designados para pelear la presidencia al único candidato que no oculta su intención de ir a las elecciones de octubre de 2019: el presidente Evo Morales.
Morales ha declarado emergencia de campaña y ha afilado a los suyos. Las Primarias pueden acabar siendo un tiro en el pie si de verdad no hay una gran movilización y por el momento no avanza como se esperaba sobre todo en las regiones periféricas, donde nunca el MAS ha sido bastión. Es un misterio el número real de afiliados al partido y las metas declaradas: un millón de votantes, parece exagerado sobre un padrón de 6,5 millones de personas de los que votan 5,5.
Aún en el caso de que se alcance esa cifra, el millón de votantes que respalde a Evo en una elección contra nadie, pues difícilmente alguien en el MAS quiera protagonizar un binomio alternativo, quedará lejos de los 2.682.517 bolivianos que el 21 de febrero de 2016 decidieron, vía referéndum constitucional, que Morales ya no podía volver a las ánforas.
Como nadie se hizo responsable de la decisión de colocar un referéndum de las kcaracterísticas mencionadas en febrero de 2016, es difícil aseverar que todos aquellos brillantes estrategas han sido alejados y sustituidos por otros, y que sean estos y no los otros los que hayan decidido volver a jugar con el calendario anticipado. Han rodado algunas cabezas que tuvieron peso en aquellos meses; Amanda Dávila, Hugo Móldiz, Juan Ramón Quintana… etc. El vicepresidente, que pareció asumir alguna responsabilidad asegurando que no volvería a candidatear ya se ha olvidado de su compromiso.
Desde enero a octubre, los candidatos de la oposición tendrán nueve meses para armar un relato “emocionante” y ganador que pueda desbancar a Morales de la Presidencia, pero se enfrentarán a una maquinaria de poder perfectamente engrasada y a la defensiva. La judicialización de la política es casi un clásico en Sudamérica, pero en tan largo periodo se pueden ensayar otras técnicas de “ataque” más sofisticadas y de resultados inciertos.
Oposición en su laberinto, un clásico
Precipitar la definición de bloques ha vuelto a dejar en evidencia las escasas habilidades políticas de una generación que sobrevivió al descalabro de los partidos tradicionales precisamente por su intrascendencia. En cualquier caso, y gracias a la habilidad que sí han demostrado para secar cualquier nuevo liderazgo, serán quienes jueguen, esta vez sí, su última carta.
Con la anticipación de las definiciones se acabaron las especulaciones y los proyectos personalistas que requerían de más tiempo: ni Luis Revilla, ni Rubén Costas, ni ningún otro líder regional tiene tiempo para promociones, que además son infructuosas.
El escenario opositor tradicional se pelea entonces entre dos bloques, el de Carlos Mesa, favorito en los sondeos, y el de Samuel Doria Medina, con determinación y espaldas para seguir corriendo.
Carlos Mesa aún no ha declarado que será candidato, pero todas las señales apuntan a ello. En cuanto resuelva un par de variables: ¿antes o después del fallo del mar del 1 de octubre? ¿Con quién?, y arme el relato para justificar que dará la batalla electoral sin que eso signifique traicionar los postulados de las plataformas del 21F, por otro lado sobredimensionadas, el asunto estará servido.
Las encuestas lo han colocado muy cerca de Evo Morales; el 40 por ciento del padrón no lo ha visto hacer política, aunque tampoco televisión ni periodismo; su perfil se ha acrecentado por su vocería en la demanda marítima e incluso los últimos ataques judiciales del MAS le han beneficiado en su proyección. Habla más claro y con menos pelos en la lengua sobre Morales, el MAS y la democracia.
Otra cuestión es su vulnerabilidad jurídica por el mero ejercicio del poder, aunque hayan pasado tres lustro; y su propia conducta política del pasado que tendrá que contrastar con sus postulados del futuro. Como muestra un botón: Carlos Mesa no quiso firmar la Ley de Hidrocarburos, clave en el incremento de los ingresos petroleros de la última década y prácticamente hay consenso unánime sobre su utilidad histórica.
Al otro lado de la mesa se sienta Samuel Doria Medina, descolocado ante el avance de Carlos Mesa, desconfiado de las intenciones del MAS y atrapado en el discurso de la unidad indisoluble que no le dio resultados en 2014 y no le dará en 2019 si quien reclama al frente lo propio es Carlos Mesa y no Tuto Quiroga.
Doria Medina podía haber puesto la directa: tiene recursos económicos, tiene personería jurídica y tiene unos 100.000 afiliados dispuestos a votar por él en cualquier circunstancia. También tiene la ambición política de ser presidente.
También tiene un 8 por ciento de intención de voto acumulado en encuestas que apenas varía desde hace diez años y el precedente del 24 por ciento de 2014, su mejor resultado, a todas luces insuficiente. Tuto Quiroga, en una carrera de tres meses, con el PDC y el apoyo del MNR y el MIR en Tarija y la permanente acusación de la funcionalidad al MAS logró hurtarle su 9 por ciento de votos. Una cifra que evidencia un rechazo.
La presencia de un frente liderado por Carlos Mesa al frente convocaría mayor unidad, y la posibilidad de verse acompañado solo por aquellos a los que tachó de funcionales en la última elección causa pesadillas. Los ensayos en Tarija y Cochabamba tampoco han dado expectativas positivas.
En la coyuntura, parece que será Samuel Doria Medina y no Carlos Mesa quien finalmente se quede con las plataformas del 21F y sus postulados de no legitimar la elección con su participación, obviando entonces las primarias primero y la elección de octubre después. Una apuesta arriesgada de largo plazo que tendrá éxito solo si fracasa Carlos Mesa, si su candidatura es abortada por la vía judicial, o si los resultados electorales no son reconocidos.
La extraña mano del MNR
En el escenario electoral pivota el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), que con mucha anticipación leyó el escenario y comenzó a mover sus fichas y discursos haciendo gala del olfato que le caracteriza, pero también de la deriva funcional que ha tomado en los últimos años, luego de perder la centralidad política y el discurso nacionalista de sus primeras décadas.
Cuando Johnny Torres, todavía influyente líder emenerrista en el Comando Nacional, irrumpió ante los medios para defender a Gonzalo Sánchez de Lozada y su gestión tras su condena en Estados Unidos y, un día más tarde, precisar y tildar de traidor a Carlos Mesa, su vicepresidente en 2002, ya tenían claro el escenario y su difícil encaje en un proyecto liderado por este.
Torres y Doria Medina tienen cuentas pendientes desde 2014 y, por el momento, es el empresario el que se las está cobrando utilizando al partido rosado para hacer experimentos en diferentes departamentos y medir las posibilidades reales mientras madura la opción de apartarse para velar por el legado del 21F y abanderarlo luego del fracaso.
El acto en Tarija se precipitó con alegría el jueves 6 de septiembre. Torres convocó al Jefe Nacional Hugo Siles, que llegó a un acto donde le esperaban algunos otros políticos departamentales. Ninguno sabe muy bien de qué iba el acto, y diez días después, aunque se habló claramente de alianzas para las primarias y se citó a Samuel Doria Medina, se quiere recordar como una simple reunión de amigos evaluando alcances de una medida cualquiera del Gobierno y no como un intento de demostración de fuerza que acabó descafeinado.
En el acto estaba Mauricio Lea Plaza, que dos semanas antes había dejado claramente establecido que el único candidato posible era Carlos Mesa y que nunca sería funcional al MAS a través de la división.
También estaba Óscar Montes, líder de UNIR y con una reciente alianza con el MAS en el Concejo, objeto de todo tipo de presiones judiciales, colocándose del lado de la oposición, lo cual fue noticia en sí mismo luego de tantas indefiniciones.
El peor parado también puede acabar siendo el jefe de Unidad Nacional en Tarija, César Mentasti, aparentemente utilizado en el ensayo por sus propios referentes y que prácticamente ha ligado su suerte a la de Montes y Torres.
El MNR va por delante y debe decidir su propia estrategia, que, en cualquier caso, le permita salvar la sigla.
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Morales ha declarado emergencia de campaña y ha afilado a los suyos. Las Primarias pueden acabar siendo un tiro en el pie si de verdad no hay una gran movilización y por el momento no avanza como se esperaba sobre todo en las regiones periféricas, donde nunca el MAS ha sido bastión. Es un misterio el número real de afiliados al partido y las metas declaradas: un millón de votantes, parece exagerado sobre un padrón de 6,5 millones de personas de los que votan 5,5.
Aún en el caso de que se alcance esa cifra, el millón de votantes que respalde a Evo en una elección contra nadie, pues difícilmente alguien en el MAS quiera protagonizar un binomio alternativo, quedará lejos de los 2.682.517 bolivianos que el 21 de febrero de 2016 decidieron, vía referéndum constitucional, que Morales ya no podía volver a las ánforas.
Como nadie se hizo responsable de la decisión de colocar un referéndum de las kcaracterísticas mencionadas en febrero de 2016, es difícil aseverar que todos aquellos brillantes estrategas han sido alejados y sustituidos por otros, y que sean estos y no los otros los que hayan decidido volver a jugar con el calendario anticipado. Han rodado algunas cabezas que tuvieron peso en aquellos meses; Amanda Dávila, Hugo Móldiz, Juan Ramón Quintana… etc. El vicepresidente, que pareció asumir alguna responsabilidad asegurando que no volvería a candidatear ya se ha olvidado de su compromiso.
Desde enero a octubre, los candidatos de la oposición tendrán nueve meses para armar un relato “emocionante” y ganador que pueda desbancar a Morales de la Presidencia, pero se enfrentarán a una maquinaria de poder perfectamente engrasada y a la defensiva. La judicialización de la política es casi un clásico en Sudamérica, pero en tan largo periodo se pueden ensayar otras técnicas de “ataque” más sofisticadas y de resultados inciertos.
Oposición en su laberinto, un clásico
Precipitar la definición de bloques ha vuelto a dejar en evidencia las escasas habilidades políticas de una generación que sobrevivió al descalabro de los partidos tradicionales precisamente por su intrascendencia. En cualquier caso, y gracias a la habilidad que sí han demostrado para secar cualquier nuevo liderazgo, serán quienes jueguen, esta vez sí, su última carta.
Con la anticipación de las definiciones se acabaron las especulaciones y los proyectos personalistas que requerían de más tiempo: ni Luis Revilla, ni Rubén Costas, ni ningún otro líder regional tiene tiempo para promociones, que además son infructuosas.
El escenario opositor tradicional se pelea entonces entre dos bloques, el de Carlos Mesa, favorito en los sondeos, y el de Samuel Doria Medina, con determinación y espaldas para seguir corriendo.
Carlos Mesa aún no ha declarado que será candidato, pero todas las señales apuntan a ello. En cuanto resuelva un par de variables: ¿antes o después del fallo del mar del 1 de octubre? ¿Con quién?, y arme el relato para justificar que dará la batalla electoral sin que eso signifique traicionar los postulados de las plataformas del 21F, por otro lado sobredimensionadas, el asunto estará servido.
Las encuestas lo han colocado muy cerca de Evo Morales; el 40 por ciento del padrón no lo ha visto hacer política, aunque tampoco televisión ni periodismo; su perfil se ha acrecentado por su vocería en la demanda marítima e incluso los últimos ataques judiciales del MAS le han beneficiado en su proyección. Habla más claro y con menos pelos en la lengua sobre Morales, el MAS y la democracia.
Otra cuestión es su vulnerabilidad jurídica por el mero ejercicio del poder, aunque hayan pasado tres lustro; y su propia conducta política del pasado que tendrá que contrastar con sus postulados del futuro. Como muestra un botón: Carlos Mesa no quiso firmar la Ley de Hidrocarburos, clave en el incremento de los ingresos petroleros de la última década y prácticamente hay consenso unánime sobre su utilidad histórica.
Al otro lado de la mesa se sienta Samuel Doria Medina, descolocado ante el avance de Carlos Mesa, desconfiado de las intenciones del MAS y atrapado en el discurso de la unidad indisoluble que no le dio resultados en 2014 y no le dará en 2019 si quien reclama al frente lo propio es Carlos Mesa y no Tuto Quiroga.
Doria Medina podía haber puesto la directa: tiene recursos económicos, tiene personería jurídica y tiene unos 100.000 afiliados dispuestos a votar por él en cualquier circunstancia. También tiene la ambición política de ser presidente.
También tiene un 8 por ciento de intención de voto acumulado en encuestas que apenas varía desde hace diez años y el precedente del 24 por ciento de 2014, su mejor resultado, a todas luces insuficiente. Tuto Quiroga, en una carrera de tres meses, con el PDC y el apoyo del MNR y el MIR en Tarija y la permanente acusación de la funcionalidad al MAS logró hurtarle su 9 por ciento de votos. Una cifra que evidencia un rechazo.
La presencia de un frente liderado por Carlos Mesa al frente convocaría mayor unidad, y la posibilidad de verse acompañado solo por aquellos a los que tachó de funcionales en la última elección causa pesadillas. Los ensayos en Tarija y Cochabamba tampoco han dado expectativas positivas.
En la coyuntura, parece que será Samuel Doria Medina y no Carlos Mesa quien finalmente se quede con las plataformas del 21F y sus postulados de no legitimar la elección con su participación, obviando entonces las primarias primero y la elección de octubre después. Una apuesta arriesgada de largo plazo que tendrá éxito solo si fracasa Carlos Mesa, si su candidatura es abortada por la vía judicial, o si los resultados electorales no son reconocidos.
La extraña mano del MNR
En el escenario electoral pivota el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), que con mucha anticipación leyó el escenario y comenzó a mover sus fichas y discursos haciendo gala del olfato que le caracteriza, pero también de la deriva funcional que ha tomado en los últimos años, luego de perder la centralidad política y el discurso nacionalista de sus primeras décadas.
Cuando Johnny Torres, todavía influyente líder emenerrista en el Comando Nacional, irrumpió ante los medios para defender a Gonzalo Sánchez de Lozada y su gestión tras su condena en Estados Unidos y, un día más tarde, precisar y tildar de traidor a Carlos Mesa, su vicepresidente en 2002, ya tenían claro el escenario y su difícil encaje en un proyecto liderado por este.
Torres y Doria Medina tienen cuentas pendientes desde 2014 y, por el momento, es el empresario el que se las está cobrando utilizando al partido rosado para hacer experimentos en diferentes departamentos y medir las posibilidades reales mientras madura la opción de apartarse para velar por el legado del 21F y abanderarlo luego del fracaso.
El acto en Tarija se precipitó con alegría el jueves 6 de septiembre. Torres convocó al Jefe Nacional Hugo Siles, que llegó a un acto donde le esperaban algunos otros políticos departamentales. Ninguno sabe muy bien de qué iba el acto, y diez días después, aunque se habló claramente de alianzas para las primarias y se citó a Samuel Doria Medina, se quiere recordar como una simple reunión de amigos evaluando alcances de una medida cualquiera del Gobierno y no como un intento de demostración de fuerza que acabó descafeinado.
En el acto estaba Mauricio Lea Plaza, que dos semanas antes había dejado claramente establecido que el único candidato posible era Carlos Mesa y que nunca sería funcional al MAS a través de la división.
También estaba Óscar Montes, líder de UNIR y con una reciente alianza con el MAS en el Concejo, objeto de todo tipo de presiones judiciales, colocándose del lado de la oposición, lo cual fue noticia en sí mismo luego de tantas indefiniciones.
El peor parado también puede acabar siendo el jefe de Unidad Nacional en Tarija, César Mentasti, aparentemente utilizado en el ensayo por sus propios referentes y que prácticamente ha ligado su suerte a la de Montes y Torres.
El MNR va por delante y debe decidir su propia estrategia, que, en cualquier caso, le permita salvar la sigla.
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