Viáticos para un viaje al pasado
El 8 de junio de 2005 podría ser recordado como el día en que los asambleístas (esa vez se llamaban congresistas) pidieron perdón. Sin duda, nunca antes corretearon, lloraron, suplicaron, hasta extremos que dejaron malos olores en un hotel de lujo.



Eran tiempos en los que su sinvergüenzura impune no admitía límites. Respondían con cinismo y hasta risotadas a las críticas de la población. Bastará recordar que en mayo de 2001, auge de los abusos asambleístas (congresistas), los senadores estuvieron cerca de asignarse “dietas vitalicias y hereditarias”. Fueron frenados por sus propios colegas y jefes de partidos, ante una extendida protesta social. La norma que habían inventado señalaba que: “por sus servicios a la Patria, a toda persona que hubiese sido senador durante 10 o más años le corresponderá un ingreso vitalicio acorde a la dieta parlamentaria”. El “honorable” Enrique Toro de Acción Democrática Nacionalista lideraba al grupo de proponentes.Eran tiempos en los que el país vivía una angustiante recesión. El desempleo cundía, decenas de miles de bolivianos emigraban cada mes a Argentina o España. Pero los parlamentarios de aquel entonces se sentían omnipotentes. Las dietas bordeaban los 2.000 dólares, pero si se pertenecía a alguna directiva o comisión había un incremento. Además tenían diversos servicios, pasajes y, claro, viáticos. Una evaluación realizada por el diario Los Tiempos reveló que en cuatro años aquel Congreso había consumido el equivalente a un año de ingresos de las exportaciones de gas. Claro, porque además para cada comisión y directiva se contrataba “personal de apoyo” que brillaba especialmente por lazos familiares o afectivos.
La vidita en el curulEn cierta oportunidad, un periodista que se inmiscuyó en un ágape de parlamentarios escuchó la siguiente declaración de amor: “Cualquiera piensa que se gana bien en Aduanas o en la Renta, pero donde mejor puedes avivarte es en el Congreso. Las dietas son para los chicles, la clave son las negociaciones de leyes y decretos, y los viáticos para el exterior”. Además, por supuesto, se trabajaba de lunes a jueves. Era un decir, porque más de uno faltaba y se declaraba en comisión, con viáticos incluidos. Existía una rotación que parecía pactada para semejantes afanes. En suma, era una vida para los negocios, los placeres y la holganza. Lejos quedaban los tiempos en que se consideraba la dieta un ingreso simbólico para un puesto de honor. Paulatinamente, en la era llamada “neoliberal” o del “régimen de partidos” los congresales se fueron aumentando y aumentando beneficios e ingresos. Y en 2005, a cada senador le correspondían dos vagonetas 4 x 4, tres equipos de celulares postpago, secretarias, ujieres, alimentación y viáticos, siempre viáticos. Los diputados no se hallaban muy lejos y sus suplentes bendecían ese cargo por el que les pagaban sin que tuviesen que hacer nada. Salvo que los designasen en alguna comisión y les diesen por semejante sacrificio… viáticos.El día en que los viáticos no servíanEso sí, afuera del Congreso el país hervía. Desde 1999 ya se habían producido cuatro convulsiones sociales y cambiado cuatro presidentes. Nada, hasta entonces, que no se pueda evadir en una de las 4x4, bien escoltadas o, simplemente, dejando de asistir a las sesiones. Pero llegó ese 8 de junio y la renuncia de Carlos Mesa a la Presidencia. Se lanzó la convocatoria a la sucesión constitucional para que el Presidente del Senado, don Hormando Vaca Diez, sea el nuevo Mandatario. En los corrillos parlamentarios ya no sólo se repartían viáticos y beneficios, sino hasta ministerios. Por seguridad, se acordó que aquella asunción presidencial se realice en Sucre. Los congresales y don Hormando volaron, viáticos incluidos, hasta la capital de la República. Se alojaron en dos de los hoteles 5 estrellas y se probaron los trajes dignos de semejante ocasión.Sin embargo, por la noche, decenas de miles de campesinos, de mineros, universitarios y activistas del país viajaron en buses y camiones. A media mañana la capital se hallaba cercada y los cordones de seguridad militares y policiales empezaron a verse superados. Nadie quería saber de los congresales abusivos. Vaca Diez logró refugiarse en el cuartel del regimiento Pérez. Los senadores y diputados corrieron a sus hoteles mientras veían que las turbas se acercaban más y más al corazón de la ciudad.“Hormando, Hormando no serás Presidente ni …”, gritaban unos. “Diputados al paredón”, coreaban otros. “¡Cerdos, ladrones, devuelvan las dietas, entreguen los viáticos!”, repetían más voces.En un determinado momento, cientos de campesinos y mineros llegaron hasta uno de los hoteles y empezaron a ingresar a recepción. Los parlamentarios optaron por subir a los pisos superiores. Fueron presas de tal pánico que varias de las damas congresistas no pudieron dominar sus esfínteres y gritaban o se paralizaban aterrorizadas. “¡Perdón! ¡Perdóón! ¡Pieedad!”, se escuchó en más de una ocasión.Hizo el destino que antes de que se desate una tragedia, mediadores, dirigentes sociales y políticos frenaran el golpe parlamentario. Hormando no fue Presidente, Mario Cossío, entonces presidente de Diputados, tampoco. Fue casi forzado a aceptar un veloz interinato Eduardo Rodríguez Veltzé, el presidente de la Corte Suprema de Justicia.Tras aquella experiencia, surgieron múltiples iniciativas contra el abuso de los bienes y recursos por parte de congresistas. Se multiplicaron los recortes y se fijaron ciertas restricciones. Durante, por lo menos, cuatro años los nuevos parlamentarios guardaron ciertas formas.Pero, la era del gas y la bonanza parecen haber tenido un efecto amnésico tanto en la propia Asamblea Plurinacional como en más de una Asamblea Departamental. Otra vez los tiempos se tornan difíciles y los parlamentarios abusivos. Otra vez las críticas se multiplican y los oídos de los asambleístas se llenan de oportuna cerilla. Parecen haber empezado otros deja vu históricos. ¿Volverán a perder el control de sus esfínteres algunas damas y algunos caballeros de esos a los que les encanta cobrar viáticos?