Cuando se cierre el circo
Sabíamos que eras así, medio loquito, medio tarambanas, medio encorazonado; pero igual te quisimos. Te abrimos las puertas de nuestra casa y te escuchamos cuando todo el mundo se reía de ti y de tus ocurrencias.



No sólo eso, sino que apostamos por vos; quizá más arreglado, más educado, y hasta más limpio, salimos juntos a la calle, a dejarnos ver y oír. Nos hicimos insultar por vos y con vos pero igual nos mantuvimos ahí, firmes, hasta que poco a poco, muchos empezaron a mirar al mismo lado.Las gruesas palabras se convirtieron en zalamerías tan pronto como cambiaron los equilibrios y te convertiste en un simple portavoz de algunos, que te usaron cual ventrílocuo para decir cosas que ellos no se atrevían. Te advertimos sin botarte, seguías en la casa como uno de los nuestros, pero ya no escuchabas.Cuando te creíste lo suficiente fuerte saliste a la calle a redescubrir el mundo en solitario y ahí te atraparon en seguida. Los dueños del circo te querían en la primera línea, para librar la batalla final que sabían vencida de antemano; pero también los dueños del otro circo, los que la sabían perdida, te dieron palmaditas en la espalda. “¡Vamos, vamos!”Desde entonces has conocido nuevos amigos, que te han abierto las puertas de su casa para correr grandes juergas o momentos divertidos sin más. Uno nunca sabe si la risa es con vos o por vos. Hasta aquellos que te arrojaban piedras, ahora te sientan a su mesa; siempre claro, que no pases del 2 por ciento. Tan divertido estabas, tanta gracia hacías, que no tardaste en olvidar a tus viejos amigos y en confundir las puertas cerradas con las que siempre estuvieron abiertas; y viceversa.Pronto se acaba la función, y se cierra el circo.