El MAS y el desafío del relEvo
El fracaso de la “fase de expansión” en la hegemonía del Movimiento Al Socialismo (MAS) que se jugaba en estas elecciones ha abierto en canal la “fase de la renovación” que desde hace varios años el Instrumento Político viene postergando.
Hablar de “fracaso” con más de un 60 por ciento de la votación a favor y con los dos tercios en la Asamblea Plurinacional peleándose voto a voto parece un contrasentido. Lo que hablan no son los datos sino las percepciones, es Evo en el balcón de la Plaza Murillo o en la inauguración de la planta Separadora de Líquidos en Yacuiba, un líder taciturno preguntándose más por lo que ha hecho mal que por disfrutar de una victoria arrolladora. Es la cara de un líder exigente que transmite demasiado para bien y para mal, sin abrir la boca. También hablan las redes sociales, la euforia duró hasta que IPSOS y Mori dieron sus resultados provisionales pero que coincidían bastante con los que manejaba el oficialismo. No hubo ese voto oculto o ese 10 por ciento que se decía estaba en el campo y no era tomado en cuenta por las encuestadoras.
La victoria incontestable es cuestionada más adentro que afuera, a pesar de todo el ruido que está generando el conteo de votos en un Tribunal Supremo Electoral poco solvente. Independientemente de los dos tercios, el objetivo inicial quedó lejos, y Beni aparece allá en el norte oriental, teñida de otro color, una mancha demasiado visible para las previsiones y los esfuerzos realizados.
Para algunos analistas complacientes, el programa era lo de menos, se trataba nomás de profundizar en los pilares que ya estaban plantados. Esa era también la justificación que llevó a abrir las puertas de las listas a nuevos rostros independientemente de su pasado o su compromiso con el proceso de cambio. Los pilares son sólidos y llegan al 60 por ciento en las presidenciales. Los uninominales, el proceso de cambio en las regiones, quedan mucho más lejos del principal pilar, que es Evo Morales.
Un gabinete de transición
En nueve años, el Instrumento Político no ha podido generar una alternativa a Evo Morales. La posibilidad de modificar la Constitución y permitir otra reelección está ahí, pero cada vez menos posible con los resultados en la mano. El propio presidente la ha vuelto a rechazar en esta campaña alegando que el cargo exige juventud. El riesgo de que el presidente con más apoyo de la Historia de Bolivia acabe derrotado en las urnas es como una pesadilla a la que nadie quiere exponerse.
En el Instrumento toca mirar hacia adentro, porque los planes no se improvisan, pero en nueve años no se ha logrado crear una figura de relevo solvente. Quizá porque no se ha podido, quizá porque no se ha permitido.
La solución de continuidad tendrá que venir, seguramente, desde el gabinete ministerial más que desde las regiones o los movimientos sociales cuya imagen también viene a la baja desde hace unos años.
El inmovilismo se ha apoderado del Instrumento. La elección de la misma dupla por tercera vez consecutiva ya dio señales de agotamiento. También el gabinete de Ministros se ha blindado en las últimas tres gestiones, salvo cambios puntuales envueltos en escándalos, como el Ministerio de Minería.
Precisamente en ese ministerio es donde se acomodó a una de las pocas figuras emergentes que ha generado este gobierno. César Navarro, cómodo como nadie al frente de la agenda patriótica para el 2025 en un cargo que le permitía no sólo diseñar planes a largo plazo y conocerlos de primera mano sino además, convivir y conocer gente allá en los confines de Bolivia se convirtió en la curita urgente para una herida que se abría en canal. Conocer el gabinete es experiencia, pero la papa es caliente.
En cualquier caso, Evo no tardará en mover las fichas luego de un análisis detallado que hará él personalmente con su círculo de confianza, el de verdad. La primera decisión es qué hacer con los pesos pesados del gabinete que le acompañan por arriba y por abajo desde la primera gestión. Luis Arce Catacora, el preferido del FMI; Juan Ramón Quintana, señalado por el borrón del Beni que no pudo conquistar pese a los esfuerzos realizados con la reconstrucción tras las inundaciones o el propio David Choquehuanca a quién el vicepresidente puso en primera línea de artillería en esa batalla de baja intensidad que se vive en la Cancillería representan cada vez menos el “cambio”, pero el riesgo de convertirse en “jarrones chinos”, de los que se miran y no se tocan es alto.
Quedan cinco años por delante, todavía de bonanza y con varios proyectos en ciernes, para gestionar un buen relevo que garantice que el proceso de cambio avanza. La industrialización interna y el peso continental son los dos grandes objetivos mientras que evitar la descomposición interna requerirá horas de empeño.