Obituario
Muere a los 100 años Jimmy Carter, el presidente que imaginó un mundo en paz
El mandatario estadounidense más longevo medió en la paz de Camp David entre Egipto e Israel, restableció relaciones diplomáticas con China, se comprometió con los derechos de los afroamericanos e impulsó inéditas políticas medioambientales
El 39º presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter (1977-1981), ha muerto a la edad de 100 años, según ha confirmado su hijo este domingo. Ganador del Premio Nobel de la Paz en el 2002, ha sido el presidente más longevo en la historia del país y cumplió el siglo de edad el pasado 1 de octubre. Ha fallecido en su casa en Plains (Georgia), donde se encontraba sometido a cuidados paliativos desde febrero del 2023, cuando renunció a seguir recibiendo atención médica después de una serie de ingresos. Ese mismo año, murió su esposa, Rosalynn Carter, a los 96 años de edad, a cuyo entierro acudió en silla de ruedas y acompañado por sus sucesores Bill Clinton y Joe Biden. Como este último, su presidencia duró tan solo un mandato, aunque su legado ha ganado reconocimiento con el paso de los años, en los que se ha dedicado a la promoción de la democracia a través de su Centro Carter. En las elecciones presidenciales del pasado noviembre, votó por correo a Kamala Harris.
Carter llegó a la presidencia de la primera potencia mundial siendo un completo desconocido fuera de su tierra natal, Georgia, donde había servido cuatro años como gobernador después de dos legislaturas como senador. Pero el clima político en Washington reclamaba renovación y el liderazgo de alguien que no hubiera sido salpicado por el escándalo Watergate, que había forzado la dimisión de Richard Nixon. Con una intensa campaña en la que se recorrió todo el país, Carter se presentó como un político transparente, moralista, cercano al pueblo y alejado del politiqueo de la capital y, contra todo pronóstico, venció contra el incumbente Gerald Ford, que había sucedido a Nixon desde la vicepresidencia.
Desde la Casa Blanca, trabajó incansablemente para la paz en el contexto de un mundo en conflicto permanente durante la Guerra Fría y en un país con la moral destrozada por las decenas de miles de bajas estadounidenses en la Guerra de Vietnam. Fue el primer presidente desde la Segunda Guerra Mundial que no elevó el número de tropas americanas desplegadas en conflictos, medió en el histórico acuerdo de paz de Camp David entre Israel y Egipto, logró el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con China y puso fin a la presencia colonial de EE.UU. en el Canal de Panamá, que fue devuelto al país centroamericano.
En 1978, Carter logró reunir en la residencia presidencial de Camp David a los líderes de dos naciones enfrentadas durante décadas, Egipto e Israel, e intermedió durante catorce días para lograr uno de los acuerdos de paz más importantes en la historia de Oriente Medio. Fruto del encuentro, el primer ministro israelí, Menachem Begin, se comprometió a retirar sus tropas del Sinaí, una península que había ocupado durante la Guerra de los Seis Días (1967) y que Egipto había tratado de recuperar sin éxito en la Guerra de Yom Kippur (1973).
A cambio de la retirada israelí, que permitió a El Cairo recuperar el control del Canal de Suez, el presidente egipcio, Anwar Sadat, reconoció al Estado de Israel, marcando la primera vez en la historia que un Estado árabe formalizaba tal reconocimiento. Fue un hito impensable años atrás: Egipto se había opuesto a la creación de Israel en territorios palestinos desde su misma fundación y lideró, especialmente durante la presidencia de Gamal Abdel Nasser (1954-1970), la beligerancia de los países árabes contra el Estado hebreo. El acuerdo de paz, que incluía también el reconocimiento israelí de la autonomía de Gaza y Cisjordania, no sentó bien en los países de la Liga Árabe, que expulsaron a Egipto durante diez años de esta organización.
Entre otros éxitos de la política exterior de Carter, también destacan su acercamiento a los países africanos, históricamente olvidados por EE.UU., con el primer viaje oficial de un presidente americano a Nigeria; su reconocimiento de la República Popular China, que impulsó el comercio y la diplomacia entre ambos países; o la distensión con la URSS y la firma del segundo Tratado de Misiles Antibalísticos con Leonid Brezhnev.
El final de su presidencia estuvo marcado por la crisis de los rehenes de Irán, la invasión soviética de Afganistán y la crisis del petróleo de 1979
Sin embargo, fue precisamente la política exterior una de las causas de su derrota en las elecciones de 1980 frente a Ronald Reagan. La revolución iraní, que terminó con el gobierno prooccidental del sah Mohammad Reza Pahlevi y dio paso al régimen chiita, fue su principal dolor de cabeza. El 4 de noviembre del 1979, un año antes de las presidenciales, un grupo de 500 seguidores de la revolución islámica asaltó la embajada estadounidense de Teherán y tomó 66 rehenes, la mayoría diplomáticos, que estuvieron retenidos 444 días.
El motivo del asalto fue que Carter había permitido a Pahlevi viajar a EE.UU. para recibir tratamiento de cáncer, algo que enfadó al régimen antiamericano del ayatolá Jomeini. Los iraníes pidieron la extradición del sah a cambio de los rehenes, pero Carter se negó a ceder a lo que calificó como un “chantaje”. La crisis de los rehenes se fue alargando, y con ella fue creciendo el descontento de la población, hasta que finalmente se solapó con las elecciones, que perdió abrumadoramente (50,8% frente al 41% de los votos) ante Reagan. El carismático republicano dio una imagen de líder firme y de mano dura, que contrastó con el moralismo de Carter en la renovada tensión de la Guerra Fría.
La etapa final del presidente también estuvo marcada por la invasión soviética de Afganistán, que llevó a Carter a escalar la Guerra Fría y poner fin al periodo de la deténte, imponiendo un embargo al grano soviético y desarrollando la Doctrina Carter, según la cual, cualquier ataque de los soviéticos al golfo Pérsico implicaría una respuesta militar por parte de EE.UU.
Después de un único mandato, perdió abrumadoramente las elecciones frente al carismático Ronald Reagan
En el legado de Carter, el único presidente estadounidense nacido en Georgia –y el primer sureño en ocupar el Despacho Oval desde el 1844–, también quedará su compromiso contra la discriminación racial. “Se acabó el tiempo de la segregación”, declaró en la escalinata del Capitolio del Estado de Georgia tras convertirse en el 76º gobernador del Estado. “Ninguna persona pobre, rural, débil o negra debería tener que soportar nunca la carga adicional de verse privada de la oportunidad de una educación, un trabajo o la simple justicia”.
Nacido en Plains (Georgia), un pequeño municipio en el estado sureño, vivió de cerca las desigualdades que enfrentaban sus vecinos afroamericanos. Como muchos hombres blancos en su contexto rural, su padre era un supremacista y lo llevó a una escuela segregada. Sin embargo, Carter no vivió de espaldas a la realidad de su comunidad, mayoritariamente afroamericana, y entabló amistades duraderas con ellos, que forjaron su visión del mundo y su apoyo al movimiento de derechos civiles del también georgiano Martin Luther King. Contribuyó a ello su madre, enfermera, que de bien pequeño lo llevaba a visitar iglesias de afroamericanos y cuidaba gratuitamente a negros enfermos.
En su etapa como senador estatal (1963-1967), votó a favor de la derogación de leyes que dificultaban el voto de los negros. En su mandato como gobernador (1971-1975), nombró a más afroamericanos en los organismos estatales que ningún otro líder en la historia, pasando de tres a 53, y aumentó en un 25% el número total de funcionarios estatales negros. Y, como presidente (1977-1981), triplicó el número de minorías en la judicatura federal y firmó leyes contra la discriminación racial en los préstamos hipotecarios.
Sin embargo, la comunidad afroamericana le criticó su notorio silencio en situaciones de injusticia, como cuando el sheriff de su propio condado reprimió a palazos a manifestantes negros, cuando encarcelaron al activista John Lewis por liderar las protestas pacíficas de los Freedom Riders, cuando escondió su discurso antirracista durante la campaña presidencial, o con sus polémicas declaraciones en un mitin electoral, en el que, hablando de las políticas de vivienda pública, dijo que los miembros de una comunidad blanca debían poder preservar la “pureza étnica” de sus barrios; unas palabras que retiró cinco días después, disculpándose por la formulación.
Pese a su discurso antirracista, los afroamericanos le achacaron su silencio ante actos supremacistas
El propio Carter se justificó en los años posteriores, asegurando que, si hubiera sido más confrontativo contra el supremacismo, hubiera alienado a los votantes blancos y “hubiera supuesto el fin de mi carrera política”. Décadas después, tras el asesinato de George Floyd el 2020, se arrepintió de no haber sido más vocal ante las injusticias, asegurando que “el silencio puede ser tan mortal como la violencia”.
Carter también pasará a la historia como un atrevido conservacionista en la América del petróleo. Al año de llegar al Despacho Oval, usó una ley de 1906 para designar como territorio protegido una extensión de 22 millones de hectáreas en Alaska, la mayor cantidad de terreno público que un presidente ha designado como zona no urbanizable. La medida, que fue aprobada unilateralmente tras el rechazo del Congreso, fue recibida con fuertes protestas de vecinos en Alaska, deseosos de beneficiarse económicamente de extracciones de las importantes reservas de gas y petróleo en el Estado. Poco antes de dejar el cargo, Carter firmó otra ley que protegería otros 40 millones de hectáreas en Alaska.
Además, se opuso a la construcción de presas en el Oeste del país, defendida por la mayoría de miembros de su partido, alegando que perjudicarían la salud de los ríos –un vaticinio que se ha cumplido, pues las aguas fluviales de la región enfrentan hoy sus caudales más bajos en 1.200 años–. Durante su mandato, llegó a promover la eliminación de un total de 32 proyectos hídricos federales en curso, con el rechazo de los gobernadores demócratas de los estados occidentales, que habían prometido a sus votantes que se llevarían a cabo. Aunque el Congreso terminó por frenar la mayoría de estas medidas, Carter logró reducir el presupuesto de dichos proyectos.
Con su primeriza lucha contra el cambio climático, Carter se convirtió en un presidente avanzado a su tiempo. A los tres meses de instalarse en la Casa Blanca, dijo que la crisis energética es “el equivalente moral de la guerra” y se propuso en un memorable discurso “reducir a la mitad el petróleo estadounidense importado”. Pronosticó acertadamente que la dependencia energética iba a crecer en un 33% en la siguiente década y pidió a sus conciudadanos que fueran conscientes de su uso de recursos como un ejercicio de “patriotismo”.
Su objetivo tenía menos que ver con el ecologismo que con la independencia energética y la economía. En 1977, EE.UU. todavía sufría las consecuencias de la crisis del petróleo de 1973 y sufriría, dos años después, una nueva crisis por la caída del sah de Irán. Para prevenir futuras crisis, una de sus primeras medidas fue crear el Departamento de Energía, a través del que impulsó el desarrollo de fuentes alternativas, como la eólica y solar, y creó estándares nacionales para la energía. “Debemos empezar a desarrollar ya las nuevas fuentes de energía no convencionales de las que dependeremos en el próximo siglo”, aseguró.
A pesar de ser recordado como el primer presidente que impulsó políticas verdes valientes, Carter se quedó corto en su política medioambiental. Ocultó al público un informe que circuló por su administración en 1977, en el que se alertaba del riesgo de catástrofe climática irreversible si no se reducía drásticamente la emisión de gases de efecto invernadero.
Su legado ha ganado adeptos con el tiempo, especialmente por la promoción de la democracia y los derechos humanos en el mundo a través de su Centro Carter, ubicado en Atlanta. Entre otras actividades, ha participado en la observación y supervisión de más de 100 elecciones en África, América Latina y Asia. En una de sus últimas observaciones, concluyó este año de que las elecciones de Venezuela no habían sido democráticas.