Brasil, al borde del extremismo militar-evangélico-agropecuario
Análisis de Mario Osava para IPS Un terremoto electoral casi puso al ultraderechista Jair Bolsonaro, excapitán del Ejército y diputado desde 1991, en la presidencia de Brasil, encabezando una alianza entre militares, iglesias evangélicas y el negocio agropecuario. La fórmula militar,...



Análisis de Mario Osava para IPS
Un terremoto electoral casi puso al ultraderechista Jair Bolsonaro, excapitán del Ejército y diputado desde 1991, en la presidencia de Brasil, encabezando una alianza entre militares, iglesias evangélicas y el negocio agropecuario.
La fórmula militar, en que Bolsonaro tiene al general retirado Hamilton Mourão como candidato a vicepresidente, obtuvo 46,03 por ciento de los votos válidos en la primera vuelta de las elecciones del domingo 7 de octubre. Con cuatro puntos más, no habría habido segunda vuelta el 28 de octubre.
Las estadísticas apuntan que con ese nivel de votación es seguro el triunfo final. Pero estas son unas elecciones singulares, con factores volátiles y dos protagonistas vulnerables, en que el rechazo puede ser más decisivo que el apoyo. Y el exmilitar presenta los mayores índices de rechazo en los sondeos por su propensión autoritaria.
El adversario, Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores (PT), alcanzó 29,28 por ciento de los votos y contará al menos con el apoyo explícito del Partido Democrático Trabalhista (PDT), cuyo candidato, Ciro Gomes, obtuvo 12,47 por ciento.
Será una disputa entre el miedo a la amenaza a la democracia que representa la extrema derecha bolsonarista y el temor al retorno del gobierno petista, identificado como matriz de la corrupción sistémica y la recesión económica vivida por Brasil en 2015 y 2016.
Bolsonaro, de 63 años, con su discurso de violencia como eje de todas las soluciones, logró una convergencia improbable entre el combate a la corrupción en la política, la criminalidad, el supuesto deterioro moral y la crisis económica, pecados de la izquierda encabezada por el PT, según su discurso.
Afirmarse como la principal fuerza anti PT fue posiblemente el arma decisiva. Otros candidatos presidenciales lo intentaron, pero sin la virulencia suficiente para impedir el monopolio de esa trinchera conquistada en las últimas semanas por el excapitán.
Geraldo Alckmin, aspirante del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), principal rival del PT desde 1994, se vio limitado a 4,76 por ciento de los votos válidos, un melancólico fin para quien era apuntado como uno de los favoritos hace pocos meses, como exgobernador de São Paulo, el estado más rico y poblado de Brasil.
Sublevarse contra todo el sistema político, corrupto y no representativo de los anhelos populares, convirtió a Bolsonaro en el reclamado renovador de la política, pese a estar en el denostado Congreso legislativo desde 1991 y ser aliado de fracciones con líderes en la cárcel por corruptos.
Su propuesta de “matar delincuentes” para combatir el auge de la criminalidad también le granjeó gran popularidad a Bolsonaro.
El hecho de seguir pensando y actuando como militar de formación hizo más creíble su discurso, un bálsamo ante el sentimiento de inseguridad pública que se ha diseminado en la población de este país de 208 millones de personas.
El impulso de evangélicos y ruralistas
Por otra parte, la oleada de votos que se volcaron hacia el ganador los últimos días dejó claro el fuerte respaldo que recibió de amplios sectores de las iglesias evangélicas, que hace mucho eligieron la política como un camino de su expansión local, financiando y postulando candidatos en este país.
Fernando Haddad, candidato presidencial del izquierdista Partido de los Trabajadores, y rival de Jair Bolsonaro en la decisiva vuelta electoral del 28 de octubre, la noche del domingo 7. Su perfil moderado son la herramienta con la que intentará aglutinar al electorado al que le asusta que llegue al poder la extrema derecha en Brasil. Crédito: Ricardo Stuckert/Noticias Públicas
Fernando Haddad, candidato presidencial del izquierdista Partido de los Trabajadores, y rival de Jair Bolsonaro en la decisiva vuelta electoral del 28 de octubre, la noche del domingo 7. Su perfil moderado son la herramienta con la que intentará aglutinar al electorado al que le asusta que llegue al poder la extrema derecha en Brasil. Crédito: Ricardo Stuckert/Noticias Públicas
Los religiosos engrosaron decididamente las filas anti PT y sus prédicas en los templos responden por el sorpresivo brote de votos a candidatos derechistas a los que destacaron su apoyo en vísperas de la primera vuelta.
Bolsonaro se bautizó en la evangélica Asamblea de Dios hace dos años y su segunda mujer es seguidora de la iglesia Batista Actitud. Hace muchos años cultiva el respaldo de las corrientes religiosas más derechistas, que en 2016 llevaron ya a la alcaldía de Río de Janeiro a Marcelo Crivella.
La estrecha alianza se basa en la defensa de costumbres y valores morales que consideran amenazados por la izquierda. Feminismo, despenalización del aborto, matrimonio homosexual, educación sexual en las escuelas, “ideología de género” y liberación de la marihuana son algunos de los “demonios” del “comunismo” izquierdista que predican.
Esas pautas regresivas, persistentes en sectores pobres y de clase media, ganaron una voz de la posibilidad de volver al poder, rescatando y abonando un camino hacia la extrema derecha, del que el país parecía vacunado desde el fin de la dictadura militar (1964-1985).
Otro sector determinante en el “bolsonarismo” es el de los “ruralistas”, que representa al factor de poder más derechista de Brasil, el del llamado agronegocio, y aglutina a 214 diputados. Ese apoyo quedó refrendado por la amplia mayoría que obtuvo Bolsonaro en el oeste agrícola de Brasil.
Entre ellos destaca, los ganaderos, el sector más agresivo y fundador del “ruralismo” político.
Una carrera en partidos de alquiler
El ascenso repentino de la derecha radical se reflejó el domingo no solo en el triunfo de Bolsonaro, sino también en otros resultados de esas elecciones.
El Partido Social Liberal (PSL) es el octavo al que el exmilitar ha adherido en su carrera política, lo que hizo en enero para postularse a la presidencia. Se trata de uno de los pequeños “partidos de alquiler” del voto en que se ha fragmentado la representación parlamentaria en Brasil.
Fundado en 1994 tiene solo ocho diputados en una Cámara de 513 representantes y ningún senador. Eligió ahora 52 diputados y cuatro senadores. Eduardo Bolsonaro, hijo del excapitán, conquistó la mayor votación histórica de un diputado nacional, 1,84 millones de sufragios, 8,7 por ciento del total de votos en el estado de São Paulo.
Adherirse a Bolsonaro alzó varios candidatos a gobernadores de Estado a ser los favoritos en su circunscripción.
Es el caso de Wilson Witzel, un debutante en la política tras 17 años como juez y también exmilitar, que va a la segunda vuelta como candidato a gobernador del estado de Río de Janeiro, con 41 por ciento de los votos en la primera ronda, el doble del segundo más votado.
En la víspera las encuestas lo apuntaban en tercer lugar, por tanto excluido de los comicios decisivos, con escasos 12 a 17 por ciento de la intención de voto.
Sus talones de Aquiles
La gran ventaja del excapitán parece insuperable. Pero Brasil ha mostrado en este convulso y polarizado momento que los tsunamis tienen su reflujo en pocos días o semanas.
Las debilidades del candidato militar son visibles incluso en el confuso discurso con que celebró su votación en la primera vuelta.
Habló de “poner fin a todos los activismos”, sin aclarar a que se refiere o “desgravar el pago de salarios”, una medida que se considera una de las causas del desequilibrio fiscal que provocó la destitución de la expresidenta Dilma Rousseff (2011-2016), en agosto de 2016.
Diputado desde 1991 y reelegido seis veces, la última con la mayor votación en Río de Janeiro con 464.000 votos en 2014, hasta el lanzamiento de su candidatura, Bolsonaro fue un parlamentario que solo destacó por sus brutales declaraciones, como decir que no violaría a otra diputada “porque no lo merece”.
Solo dos de los 170 proyectos legislativos que presentó en 28 años resultaron aprobados, una de reducción de impuestos sobre bienes de informática y otra de liberación del uso de una “píldora del cáncer” que no tiene eficacia comprobada ni debería ser tema de leyes, sino de evaluación científica y médica.
El mismo candidato reconoce sus vulnerabilidades.
Se negó a participar en debates con los demás candidatos difundidos por televisión y la agresión con un cuchillo que sufrió el 6 de septiembre, que exigió su atención en cuidados intensivos en un hospital, del que salió solo para votar, terminó por favorecerle al protegerle de confrontaciones que lo hubieran expuesto.
Una larga exposición pública, que sucede en las tres semanas de campaña para la segunda vuelta, en que cada candidato dispone de 10 minutos en la red nacional de televisión abierta, puede ser fatal para las inconsistencias de uno u otro.
Haddad tiene también sus talones de Aquiles, la mancha de corrupción en el PT, señalada por la prisión desde abril del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, y los errores económicos, especialmente durante el gobierno de Rousseff.
Además se acusa el PT de tendencias autoritarias, “comunistas”, por sus intentos de regular los medios de comunicación y por apoyar el régimen chavista, un tema que se dramatizó por los miles de migrantes que huyen de Venezuela buscando condiciones de vida en Brasil.
El candidato de la izquierda, profesor de política en la Universidad de São Paulo, exministro de Educación y exalcalde de São Paulo, tendrá que desplegar una habilidad hercúlea para unir un frente democrático contra Bolsonaro y mitigar el alto sentimiento antipetista entre pobres religiosos, la clase media y el mundo económico.
Su mayor arma son las políticas sociales que el gobierno de Lula (2003-2010) convirtió en masivas, beneficiando millones de pobres, especialmente en la región del Nordeste, única región en que la izquierda consolidó su fuerte mayoría el domingo.
Edición: Estrella Gutierrez
¿Hay campo para un Bolsonaro en Bolivia?
Es verdad que la teoría política moderna, que desprestigia a los partidos y encumbra a candidatos de fuerte personalidad y convicción, con mensajes meridianamente claros y rompedores, es lo que exactamente representó el Movimiento Al Socialismo y Evo Morales entre 2003 y 2005. Muchos estudiosos del movimiento nacional popular a nivel internacional, como Iñigo Errejón, toman como referencia la experiencia boliviana para desarrollar la teoría posterior.
En ese contexto, experiencias de victorias arrolladoras como la de Donald Trump en Estados Unidos o la de Jair Bolsonaro (aún pendiente de la segunda vuelta) en Brasil por un lado del espectro ideológico o la de Andrés Manuel López Obrador en México por el otro, con muchos puntos en común como la denuncia de la corrupción institucionalizada o el agotamiento del libre mercado, no dejan de ser un punto en común con el origen de Evo Morales.
Teóricos del populismo como Ernesto Laclau y su teoría de los significantes, que en Bolivia fue “fuera Goni” como la expresión de todas las demandas de integración, contra el impuesto, contra el gas por Chile, etc., se han manifestado en otros puntos del planeta. Siguiendo a Laclau, el fracaso de Morales y el MAS, que alcanzaron el poder canalizando todo ese descontento, ha sido no mantener la pulsión revolucionaria y más al contrario, ir acomodándose en las viejas estructuras, particularmente transnacionales.
Continuando con la reflexión teórica populista, la revolución inacabada de Evo Morales puede ser llenada por otra pulsión, pero de otro corte. En la actualidad, el MAS no cuenta con propuestas nuevas salvo la Agenda 2025, enmarcada en el desarrollismo clásico, y viejas promesas repuestas, como el Seguro Universal de Salud. En su contra, además del peso del resultado del referéndum del 21F, desconocido a altos niveles, juega el peso de la corrupción y la derrota en La Haya, que ha dejado un especial manto de descontento por la expectativa desaforada generada.
En esas, el caldo de cultivo para un antisistema ideológicamente contrario a Evo Morales está dado, aunque no está clara la llegada que tendría entre la ciudadanía boliviana. De momento el único opositor confirmado en la carrera electoral es Carlos Mesa, que por edad, trayectoria política y presentación pública, dista de convertirse en el populista que algunos reclaman.
[gallery ids="67496,67497"]
Un terremoto electoral casi puso al ultraderechista Jair Bolsonaro, excapitán del Ejército y diputado desde 1991, en la presidencia de Brasil, encabezando una alianza entre militares, iglesias evangélicas y el negocio agropecuario.
La fórmula militar, en que Bolsonaro tiene al general retirado Hamilton Mourão como candidato a vicepresidente, obtuvo 46,03 por ciento de los votos válidos en la primera vuelta de las elecciones del domingo 7 de octubre. Con cuatro puntos más, no habría habido segunda vuelta el 28 de octubre.
Las estadísticas apuntan que con ese nivel de votación es seguro el triunfo final. Pero estas son unas elecciones singulares, con factores volátiles y dos protagonistas vulnerables, en que el rechazo puede ser más decisivo que el apoyo. Y el exmilitar presenta los mayores índices de rechazo en los sondeos por su propensión autoritaria.
El adversario, Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores (PT), alcanzó 29,28 por ciento de los votos y contará al menos con el apoyo explícito del Partido Democrático Trabalhista (PDT), cuyo candidato, Ciro Gomes, obtuvo 12,47 por ciento.
Será una disputa entre el miedo a la amenaza a la democracia que representa la extrema derecha bolsonarista y el temor al retorno del gobierno petista, identificado como matriz de la corrupción sistémica y la recesión económica vivida por Brasil en 2015 y 2016.
Bolsonaro, de 63 años, con su discurso de violencia como eje de todas las soluciones, logró una convergencia improbable entre el combate a la corrupción en la política, la criminalidad, el supuesto deterioro moral y la crisis económica, pecados de la izquierda encabezada por el PT, según su discurso.
Afirmarse como la principal fuerza anti PT fue posiblemente el arma decisiva. Otros candidatos presidenciales lo intentaron, pero sin la virulencia suficiente para impedir el monopolio de esa trinchera conquistada en las últimas semanas por el excapitán.
Geraldo Alckmin, aspirante del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), principal rival del PT desde 1994, se vio limitado a 4,76 por ciento de los votos válidos, un melancólico fin para quien era apuntado como uno de los favoritos hace pocos meses, como exgobernador de São Paulo, el estado más rico y poblado de Brasil.
Sublevarse contra todo el sistema político, corrupto y no representativo de los anhelos populares, convirtió a Bolsonaro en el reclamado renovador de la política, pese a estar en el denostado Congreso legislativo desde 1991 y ser aliado de fracciones con líderes en la cárcel por corruptos.
Su propuesta de “matar delincuentes” para combatir el auge de la criminalidad también le granjeó gran popularidad a Bolsonaro.
El hecho de seguir pensando y actuando como militar de formación hizo más creíble su discurso, un bálsamo ante el sentimiento de inseguridad pública que se ha diseminado en la población de este país de 208 millones de personas.
El impulso de evangélicos y ruralistas
Por otra parte, la oleada de votos que se volcaron hacia el ganador los últimos días dejó claro el fuerte respaldo que recibió de amplios sectores de las iglesias evangélicas, que hace mucho eligieron la política como un camino de su expansión local, financiando y postulando candidatos en este país.
Fernando Haddad, candidato presidencial del izquierdista Partido de los Trabajadores, y rival de Jair Bolsonaro en la decisiva vuelta electoral del 28 de octubre, la noche del domingo 7. Su perfil moderado son la herramienta con la que intentará aglutinar al electorado al que le asusta que llegue al poder la extrema derecha en Brasil. Crédito: Ricardo Stuckert/Noticias Públicas
Fernando Haddad, candidato presidencial del izquierdista Partido de los Trabajadores, y rival de Jair Bolsonaro en la decisiva vuelta electoral del 28 de octubre, la noche del domingo 7. Su perfil moderado son la herramienta con la que intentará aglutinar al electorado al que le asusta que llegue al poder la extrema derecha en Brasil. Crédito: Ricardo Stuckert/Noticias Públicas
Los religiosos engrosaron decididamente las filas anti PT y sus prédicas en los templos responden por el sorpresivo brote de votos a candidatos derechistas a los que destacaron su apoyo en vísperas de la primera vuelta.
Bolsonaro se bautizó en la evangélica Asamblea de Dios hace dos años y su segunda mujer es seguidora de la iglesia Batista Actitud. Hace muchos años cultiva el respaldo de las corrientes religiosas más derechistas, que en 2016 llevaron ya a la alcaldía de Río de Janeiro a Marcelo Crivella.
La estrecha alianza se basa en la defensa de costumbres y valores morales que consideran amenazados por la izquierda. Feminismo, despenalización del aborto, matrimonio homosexual, educación sexual en las escuelas, “ideología de género” y liberación de la marihuana son algunos de los “demonios” del “comunismo” izquierdista que predican.
Esas pautas regresivas, persistentes en sectores pobres y de clase media, ganaron una voz de la posibilidad de volver al poder, rescatando y abonando un camino hacia la extrema derecha, del que el país parecía vacunado desde el fin de la dictadura militar (1964-1985).
Otro sector determinante en el “bolsonarismo” es el de los “ruralistas”, que representa al factor de poder más derechista de Brasil, el del llamado agronegocio, y aglutina a 214 diputados. Ese apoyo quedó refrendado por la amplia mayoría que obtuvo Bolsonaro en el oeste agrícola de Brasil.
Entre ellos destaca, los ganaderos, el sector más agresivo y fundador del “ruralismo” político.
Una carrera en partidos de alquiler
El ascenso repentino de la derecha radical se reflejó el domingo no solo en el triunfo de Bolsonaro, sino también en otros resultados de esas elecciones.
El Partido Social Liberal (PSL) es el octavo al que el exmilitar ha adherido en su carrera política, lo que hizo en enero para postularse a la presidencia. Se trata de uno de los pequeños “partidos de alquiler” del voto en que se ha fragmentado la representación parlamentaria en Brasil.
Fundado en 1994 tiene solo ocho diputados en una Cámara de 513 representantes y ningún senador. Eligió ahora 52 diputados y cuatro senadores. Eduardo Bolsonaro, hijo del excapitán, conquistó la mayor votación histórica de un diputado nacional, 1,84 millones de sufragios, 8,7 por ciento del total de votos en el estado de São Paulo.
Adherirse a Bolsonaro alzó varios candidatos a gobernadores de Estado a ser los favoritos en su circunscripción.
Es el caso de Wilson Witzel, un debutante en la política tras 17 años como juez y también exmilitar, que va a la segunda vuelta como candidato a gobernador del estado de Río de Janeiro, con 41 por ciento de los votos en la primera ronda, el doble del segundo más votado.
En la víspera las encuestas lo apuntaban en tercer lugar, por tanto excluido de los comicios decisivos, con escasos 12 a 17 por ciento de la intención de voto.
Sus talones de Aquiles
La gran ventaja del excapitán parece insuperable. Pero Brasil ha mostrado en este convulso y polarizado momento que los tsunamis tienen su reflujo en pocos días o semanas.
Las debilidades del candidato militar son visibles incluso en el confuso discurso con que celebró su votación en la primera vuelta.
Habló de “poner fin a todos los activismos”, sin aclarar a que se refiere o “desgravar el pago de salarios”, una medida que se considera una de las causas del desequilibrio fiscal que provocó la destitución de la expresidenta Dilma Rousseff (2011-2016), en agosto de 2016.
Diputado desde 1991 y reelegido seis veces, la última con la mayor votación en Río de Janeiro con 464.000 votos en 2014, hasta el lanzamiento de su candidatura, Bolsonaro fue un parlamentario que solo destacó por sus brutales declaraciones, como decir que no violaría a otra diputada “porque no lo merece”.
Solo dos de los 170 proyectos legislativos que presentó en 28 años resultaron aprobados, una de reducción de impuestos sobre bienes de informática y otra de liberación del uso de una “píldora del cáncer” que no tiene eficacia comprobada ni debería ser tema de leyes, sino de evaluación científica y médica.
El mismo candidato reconoce sus vulnerabilidades.
Se negó a participar en debates con los demás candidatos difundidos por televisión y la agresión con un cuchillo que sufrió el 6 de septiembre, que exigió su atención en cuidados intensivos en un hospital, del que salió solo para votar, terminó por favorecerle al protegerle de confrontaciones que lo hubieran expuesto.
Una larga exposición pública, que sucede en las tres semanas de campaña para la segunda vuelta, en que cada candidato dispone de 10 minutos en la red nacional de televisión abierta, puede ser fatal para las inconsistencias de uno u otro.
Haddad tiene también sus talones de Aquiles, la mancha de corrupción en el PT, señalada por la prisión desde abril del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, y los errores económicos, especialmente durante el gobierno de Rousseff.
Además se acusa el PT de tendencias autoritarias, “comunistas”, por sus intentos de regular los medios de comunicación y por apoyar el régimen chavista, un tema que se dramatizó por los miles de migrantes que huyen de Venezuela buscando condiciones de vida en Brasil.
El candidato de la izquierda, profesor de política en la Universidad de São Paulo, exministro de Educación y exalcalde de São Paulo, tendrá que desplegar una habilidad hercúlea para unir un frente democrático contra Bolsonaro y mitigar el alto sentimiento antipetista entre pobres religiosos, la clase media y el mundo económico.
Su mayor arma son las políticas sociales que el gobierno de Lula (2003-2010) convirtió en masivas, beneficiando millones de pobres, especialmente en la región del Nordeste, única región en que la izquierda consolidó su fuerte mayoría el domingo.
Edición: Estrella Gutierrez
¿Hay campo para un Bolsonaro en Bolivia?
Es verdad que la teoría política moderna, que desprestigia a los partidos y encumbra a candidatos de fuerte personalidad y convicción, con mensajes meridianamente claros y rompedores, es lo que exactamente representó el Movimiento Al Socialismo y Evo Morales entre 2003 y 2005. Muchos estudiosos del movimiento nacional popular a nivel internacional, como Iñigo Errejón, toman como referencia la experiencia boliviana para desarrollar la teoría posterior.
En ese contexto, experiencias de victorias arrolladoras como la de Donald Trump en Estados Unidos o la de Jair Bolsonaro (aún pendiente de la segunda vuelta) en Brasil por un lado del espectro ideológico o la de Andrés Manuel López Obrador en México por el otro, con muchos puntos en común como la denuncia de la corrupción institucionalizada o el agotamiento del libre mercado, no dejan de ser un punto en común con el origen de Evo Morales.
Teóricos del populismo como Ernesto Laclau y su teoría de los significantes, que en Bolivia fue “fuera Goni” como la expresión de todas las demandas de integración, contra el impuesto, contra el gas por Chile, etc., se han manifestado en otros puntos del planeta. Siguiendo a Laclau, el fracaso de Morales y el MAS, que alcanzaron el poder canalizando todo ese descontento, ha sido no mantener la pulsión revolucionaria y más al contrario, ir acomodándose en las viejas estructuras, particularmente transnacionales.
Continuando con la reflexión teórica populista, la revolución inacabada de Evo Morales puede ser llenada por otra pulsión, pero de otro corte. En la actualidad, el MAS no cuenta con propuestas nuevas salvo la Agenda 2025, enmarcada en el desarrollismo clásico, y viejas promesas repuestas, como el Seguro Universal de Salud. En su contra, además del peso del resultado del referéndum del 21F, desconocido a altos niveles, juega el peso de la corrupción y la derrota en La Haya, que ha dejado un especial manto de descontento por la expectativa desaforada generada.
En esas, el caldo de cultivo para un antisistema ideológicamente contrario a Evo Morales está dado, aunque no está clara la llegada que tendría entre la ciudadanía boliviana. De momento el único opositor confirmado en la carrera electoral es Carlos Mesa, que por edad, trayectoria política y presentación pública, dista de convertirse en el populista que algunos reclaman.
[gallery ids="67496,67497"]