Jamel, el pueblo neonazi que preocupa al mundo
Los letreros de madera en la calle principal apuntan hacia Viena, París, y hacia Braunau am Inn, el poblado natal de Adolfo Hitler. Un dirigente ultraderechista administra su empresa desde su casa y el estandarte de la compañía es una maza aplastando una Estrella de David. Amenazas, cruces...



Los letreros de madera en la calle principal apuntan hacia Viena, París, y hacia Braunau am Inn, el poblado natal de Adolfo Hitler. Un dirigente ultraderechista administra su empresa desde su casa y el estandarte de la compañía es una maza aplastando una Estrella de David.
Amenazas, cruces gamadas, disparos en la noche, fiestas multitudinarias en el aniversario del nacimiento de Hitler, canticos nazis, ataques incendiarios contra los enemigos políticos... No estamos en 1938 en la Alemania del III Reich, sino en marzo de 2018 en el norte de la República Federal, en una aldea de apenas cuarenta habitantes situada en un rincón rural de la antigua Alemania oriental, a medio camino entre la afluente y cosmopolita Hamburgo y Stralsund. A 250 kilómetros de Berlín, la capital de Europa. Bienvenidos a Jamel, el pueblo nazi.
En el último desvío, una tímida señal avisa de que el camino que allí nace es un callejón sin salida. Entonces el asfalto, húmedo por la lluvia intermitente, se estrecha para serpentear por dos kilómetros entre dos franjas de árboles desnudos. “Jamel”, advierte el solitario cartel de la entrada, queriendo decir sin éxito tantas cosas. El pueblo surge tímido poco después, chato y ocre, tras la curva. Una docena de casas, separadas de forma caótica por pequeños jardines, setos descuidados y algún árbol. Tras unas verjas, un pequeño tobogán de plástico con los colores comidos por la intemperie y un aburrido pastor alemán de pelaje tupido y desordenado. No se ve a nadie. Silencio.
“El 80% en este pueblo son nazis. Somos unas 40 personas, incluidos los niños. Hay 11 casas habitadas y en solo cuatro viven personas que no son abiertamente nazis”, explica Birgit Lohmeyer, la única vecina que, junto a su marido Horst no tiene miedo a denunciar abiertamente la impunidad de los neonazis en Jamel. Su hogar, un rústico caserón rojizo, se encuentra algo retirado de la única calle de la localidad, justo después del ensanchamiento empedrado que marca el comienzo de la Forststrasse. En el otro extremo, a apenas un centenar de metros, se enclava el epicentro del único asentamiento abiertamente nacionalsocialista de la Alemania actual.
Neonazi, delincuente y político
Sven Krueger es un notorio neonazi de 43 años que desde hace un par de décadas viene desarrollando un plan para convertir su pequeña aldea natal en un asentamiento monocolor de la ultraderecha, a imagen y semejanza de su ideal de pureza ideológica y racial del III Reich.
La estrategia de Krueger es sencilla como el funcionamiento de la maquinaria pesada que emplea en su negocio. Conseguir que los antiguos habitantes de Jamel se vayan marchando e ir adquiriendo sus viviendas para alquilárselas a sus camaradas de la ultraderecha. Para ello no ha dudado en emplear el chantaje, la amenaza y el miedo, explica Birgit, así como una política de hechos consumados que hace enmudecer a la mayoría de vecinos. Y a los políticos locales.
Una familia se marchó al no poder soportar más los insultos. Una pareja mayor abandonó el pueblo para trasladarse a una ciudad. Un vecino alcohólico fue presionado a vender. Los nuevos inquilinos, invariablemente, son neonazis. Ahora Krueger está rehabilitando un viejo granero para viviendas, denuncia Birgit: “Nos hemos enterado por el alcalde de que planea construir cuatro apartamentos. Qué tipo de gente se va a mudar ahí es claro. Y no tiene permiso de construcción pero construye igual. Nadie le dice nada”.
“El pueblo tiene muy mala reputación. Mucha gente de la región no se atreve a entrar porque los nazis ejercen aquí su reino del miedo desde hace años, décadas”, resume Birgit.
Los insultos de los niños
El ambiente se ha vuelto irrespirable. Los vecinos neonazis no dudan en insultar y amenazar a los Lohmeyer. También los más pequeños. “Los nazis tienen muchos hijos. Todos los niños que te encuentras por el pueblo son niños nazis, y están fuertemente adoctrinados desde que son muy pequeños. Ellos también nos insultan”, cuenta Birgit. Además, los vecinos que no son abiertamente ultraderechistas prefieren callar, ya sea por miedo o por sus simpatías ideológicas (Horst los tacha de “colaboracionistas”). Estos últimos han dejado de hablar con los Lohmeyer e incluso les tachan de “perturbadores” por denunciar públicamente lo que sucede en el pueblo. “Es frecuente que se culpe al mensajero”, dice Birgit, que mantiene, a pesar de los pesares, que en ciertas cuestiones “no se puede ser neutral”.
Además, Krueger y sus afines han organizado fiestas neonazis en las que se han congregado cientos de personas, desfilando y entonando canciones como “Hitler es mi führer (líder)” y en las que se han escuchado disparos. “Es extremadamente preocupante cuando sabes que en el otro lado del pueblo hay entre 300 y 400 nazis dispuestos a emplear la violencia y que nos identifican como enemigos políticos”, dice la escritora y activista.
Otros lugares
Jamel no es el único pueblo nazi de Alemania. En Dormund, existe un barrio, Dorstfeld, en el que los nazis dominan la vida pública. Además, está la ciudad de Anklam, que pertenece al distrito de Pomerania Occidental-Greifswald, donde hay establecido un centro de información pública sobre el nazismo.
Un ex neonazi
Un ex neonazi de 34 años de edad, que prefirió guardar su nombre en reserva, dijo: “Incitábamos al descontento y los disturbios. La violencia era parte de la escena, la ideología entera del movimiento está basada en la violencia, y es considerada como un medio legítimo para alcanzar las metas políticas”.
“El umbral de la inhibición de llegar a matar gente es muy bajo”, asegura. Sus ojos son de color azul penetrante y su mirada gélida. Dice que nunca mató a nadie, pero que casi lo hace.
“Ni siquiera hoy les puedo decir si lo hubiera hecho, pero me di cuenta después de que sólo dándole puñetazos a alguien en la cara o golpeándolos con nudilleras de metal, los habría podido matar”, agrega.
Este hombre se escapó de la unida comunidad clandestina que glorifica el Tercer Reich de Hitler pero las organizaciones antifascistas están preocupadas porque cada vez más jóvenes están siendo seducidos por la extrema derecha, especialmente en momentos de dificultades económicas.
Datos preocupantes sobre el movimiento
Estrategia
Existe la opinión de que los neonazis tienen una estrategia bien clara: tratan de crear pequeñas comunidades, comprando tierras y propiedades en pueblos devastados. Posteriormente, ejercen presión psicológica sobre la población que no comparte su punto de vista.
Aumento de delitos
Las autoridades alemanas están cada vez más preocupadas por el auge del neonazismo. Las cifras oficiales atribuyen a la extrema derecha más de 17.000 delitos, de los cuales 842 fueron tipificados como violentos, y cada vez más políticos necesitan protección policial ante las repetidas amenazas de los grupos neonazis.
Expansión
Jamel no es el único pueblo nazi de Alemania. En Dormund, existe un barrio, Dorstfeld, en el que los nazis dominan la vida pública. Además, está la ciudad de Anklam, que pertenece al distrito de Pomerania Occidental-Greifswald, donde hay establecido un centro de información pública sobre el nazismo.
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Amenazas, cruces gamadas, disparos en la noche, fiestas multitudinarias en el aniversario del nacimiento de Hitler, canticos nazis, ataques incendiarios contra los enemigos políticos... No estamos en 1938 en la Alemania del III Reich, sino en marzo de 2018 en el norte de la República Federal, en una aldea de apenas cuarenta habitantes situada en un rincón rural de la antigua Alemania oriental, a medio camino entre la afluente y cosmopolita Hamburgo y Stralsund. A 250 kilómetros de Berlín, la capital de Europa. Bienvenidos a Jamel, el pueblo nazi.
En el último desvío, una tímida señal avisa de que el camino que allí nace es un callejón sin salida. Entonces el asfalto, húmedo por la lluvia intermitente, se estrecha para serpentear por dos kilómetros entre dos franjas de árboles desnudos. “Jamel”, advierte el solitario cartel de la entrada, queriendo decir sin éxito tantas cosas. El pueblo surge tímido poco después, chato y ocre, tras la curva. Una docena de casas, separadas de forma caótica por pequeños jardines, setos descuidados y algún árbol. Tras unas verjas, un pequeño tobogán de plástico con los colores comidos por la intemperie y un aburrido pastor alemán de pelaje tupido y desordenado. No se ve a nadie. Silencio.
“El 80% en este pueblo son nazis. Somos unas 40 personas, incluidos los niños. Hay 11 casas habitadas y en solo cuatro viven personas que no son abiertamente nazis”, explica Birgit Lohmeyer, la única vecina que, junto a su marido Horst no tiene miedo a denunciar abiertamente la impunidad de los neonazis en Jamel. Su hogar, un rústico caserón rojizo, se encuentra algo retirado de la única calle de la localidad, justo después del ensanchamiento empedrado que marca el comienzo de la Forststrasse. En el otro extremo, a apenas un centenar de metros, se enclava el epicentro del único asentamiento abiertamente nacionalsocialista de la Alemania actual.
Neonazi, delincuente y político
Sven Krueger es un notorio neonazi de 43 años que desde hace un par de décadas viene desarrollando un plan para convertir su pequeña aldea natal en un asentamiento monocolor de la ultraderecha, a imagen y semejanza de su ideal de pureza ideológica y racial del III Reich.
La estrategia de Krueger es sencilla como el funcionamiento de la maquinaria pesada que emplea en su negocio. Conseguir que los antiguos habitantes de Jamel se vayan marchando e ir adquiriendo sus viviendas para alquilárselas a sus camaradas de la ultraderecha. Para ello no ha dudado en emplear el chantaje, la amenaza y el miedo, explica Birgit, así como una política de hechos consumados que hace enmudecer a la mayoría de vecinos. Y a los políticos locales.
Una familia se marchó al no poder soportar más los insultos. Una pareja mayor abandonó el pueblo para trasladarse a una ciudad. Un vecino alcohólico fue presionado a vender. Los nuevos inquilinos, invariablemente, son neonazis. Ahora Krueger está rehabilitando un viejo granero para viviendas, denuncia Birgit: “Nos hemos enterado por el alcalde de que planea construir cuatro apartamentos. Qué tipo de gente se va a mudar ahí es claro. Y no tiene permiso de construcción pero construye igual. Nadie le dice nada”.
“El pueblo tiene muy mala reputación. Mucha gente de la región no se atreve a entrar porque los nazis ejercen aquí su reino del miedo desde hace años, décadas”, resume Birgit.
Los insultos de los niños
El ambiente se ha vuelto irrespirable. Los vecinos neonazis no dudan en insultar y amenazar a los Lohmeyer. También los más pequeños. “Los nazis tienen muchos hijos. Todos los niños que te encuentras por el pueblo son niños nazis, y están fuertemente adoctrinados desde que son muy pequeños. Ellos también nos insultan”, cuenta Birgit. Además, los vecinos que no son abiertamente ultraderechistas prefieren callar, ya sea por miedo o por sus simpatías ideológicas (Horst los tacha de “colaboracionistas”). Estos últimos han dejado de hablar con los Lohmeyer e incluso les tachan de “perturbadores” por denunciar públicamente lo que sucede en el pueblo. “Es frecuente que se culpe al mensajero”, dice Birgit, que mantiene, a pesar de los pesares, que en ciertas cuestiones “no se puede ser neutral”.
Además, Krueger y sus afines han organizado fiestas neonazis en las que se han congregado cientos de personas, desfilando y entonando canciones como “Hitler es mi führer (líder)” y en las que se han escuchado disparos. “Es extremadamente preocupante cuando sabes que en el otro lado del pueblo hay entre 300 y 400 nazis dispuestos a emplear la violencia y que nos identifican como enemigos políticos”, dice la escritora y activista.
Otros lugares
Jamel no es el único pueblo nazi de Alemania. En Dormund, existe un barrio, Dorstfeld, en el que los nazis dominan la vida pública. Además, está la ciudad de Anklam, que pertenece al distrito de Pomerania Occidental-Greifswald, donde hay establecido un centro de información pública sobre el nazismo.
Un ex neonazi
Un ex neonazi de 34 años de edad, que prefirió guardar su nombre en reserva, dijo: “Incitábamos al descontento y los disturbios. La violencia era parte de la escena, la ideología entera del movimiento está basada en la violencia, y es considerada como un medio legítimo para alcanzar las metas políticas”.
“El umbral de la inhibición de llegar a matar gente es muy bajo”, asegura. Sus ojos son de color azul penetrante y su mirada gélida. Dice que nunca mató a nadie, pero que casi lo hace.
“Ni siquiera hoy les puedo decir si lo hubiera hecho, pero me di cuenta después de que sólo dándole puñetazos a alguien en la cara o golpeándolos con nudilleras de metal, los habría podido matar”, agrega.
Este hombre se escapó de la unida comunidad clandestina que glorifica el Tercer Reich de Hitler pero las organizaciones antifascistas están preocupadas porque cada vez más jóvenes están siendo seducidos por la extrema derecha, especialmente en momentos de dificultades económicas.
Datos preocupantes sobre el movimiento
Estrategia
Existe la opinión de que los neonazis tienen una estrategia bien clara: tratan de crear pequeñas comunidades, comprando tierras y propiedades en pueblos devastados. Posteriormente, ejercen presión psicológica sobre la población que no comparte su punto de vista.
Aumento de delitos
Las autoridades alemanas están cada vez más preocupadas por el auge del neonazismo. Las cifras oficiales atribuyen a la extrema derecha más de 17.000 delitos, de los cuales 842 fueron tipificados como violentos, y cada vez más políticos necesitan protección policial ante las repetidas amenazas de los grupos neonazis.
Expansión
Jamel no es el único pueblo nazi de Alemania. En Dormund, existe un barrio, Dorstfeld, en el que los nazis dominan la vida pública. Además, está la ciudad de Anklam, que pertenece al distrito de Pomerania Occidental-Greifswald, donde hay establecido un centro de información pública sobre el nazismo.
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