Irena Sendler, la madre de los niños del Holocausto
Aunque parezca surrealista, la historia de Irena Sendler cayó en el olvido durante casi medio siglo. Hasta hace pocos años, nuestra protagonista seguía siendo una heroína totalmente desconocida fuera de Polonia y apenas conocida en su país por algunos historiadores, debido en parte a los...



Aunque parezca surrealista, la historia de Irena Sendler cayó en el olvido durante casi medio siglo. Hasta hace pocos años, nuestra protagonista seguía siendo una heroína totalmente desconocida fuera de Polonia y apenas conocida en su país por algunos historiadores, debido en parte a los años de oscurantismo comunista, que habían borrado su hazaña de los libros de historia.
“Además, ella nunca contó a nadie nada de su vida durante la II Guerra Mundial, era muy discreta, se limitaba a hacer su trabajo y a ayudar a la gente“, explica Anna Mieszkwoska, autora de la biografía de Irena, La madre de los niños del Holocausto. Su historia se hizo popular gracias a un grupo de estudiantes de Kansas (EEUU), en 1999, que estaban haciendo un trabajo sobre el Holocausto y se toparon por casualidad con el nombre de Irena y su gran hazaña.
Su padre fue un médico rural que falleció cuando ella sólo contaba con 7 años de edad. Fue el centro de toda su motivación y del que heredó su gran coraje. De él siempre recordaría dos reglas que cumpliría durante toda su vida: las personas se dividen en buenas o malas categorizándolas en función de sus actos y ayudar siempre a quien lo necesite. Por ello siempre fue una mujer caracterizada siempre por su discreción, que se limitaba a cumplir con su trabajo y con lo que ella creía que era bueno para los demás.
Cuando contaba ya con cierta edad, comenzó a trabajar en los servicios sociales del ayuntamiento de Varsovia. Por entonces corrían los años 30 y su labor era muy conocida, consistía en ayudar a los pobres, huérfanos y ancianos. En esos años también se uniría al Partido Socialista Polaco. “Ella era de izquierdas, sí, pero de una izquierda que ya no existe, preocupada por las personas y por su bienestar”, apunta su biógrafa, que apunta que siempre se mantuvo muy lejos de la política activa.
Cuando Alemania invadió Polonia en 1939, el trabajo de Irena se hizo muy necesario, pues toda ayuda era poca. Trabajó en comedores sociales, donde se entregaban ropas y dinero a las familias judías además de inscribirlos con nombres católicos falsos para evitar que fuesen capturados por los nazis.
Todo este panorama cambiaría en 1942, cuando los soldados del Reich recluyeron a todos los judíos de Varsovia en un área de la ciudad rodeada por un muro, el Gueto de Varsovia, que sería la tumba de miles de personas. Es por ello que Irena, al igual que otros muchos polacos, decidieron hacer algo al respecto. Para poder acceder al gueto de forma legal, Sendler conseguiría un pase del departamento de Control Epidemiológico de Varsovia. Gracias a él accedería diariamente para llevar alimentos y medicinas.
De esta forma Irena consiguió sacar del gueto a estos 2.500 niños de todas las maneras inimaginables: dentro de ataúdes, cajas, restos de basura o como enfermos contagiosos. Otra manera era a través de una iglesia que comunicaba el gueto con el exterior. Los niños entraban como judíos al gueto y salían de nuevo por el otro lado como nuevos católicos. Aun así, ella se lamentaba de que podría haber hecho mucho más por ellos y haber salvado más vidas.
Una vez fuera del gueto, era necesario y vital conseguirles unos documentos de identidad falsos y un nombre católico a todos esos niños. Posteriormente eran acogidos en monasterios y conventos, donde permanecerían seguros. Irena apuntaba las verdaderas identidades de los niños y sus ubicaciones, que guardaría con mucha cautela bajo un manzano ubicado en la parcela de su vecino.
Ni las torturas de la Gestapo, ni los meses que estuvo en la prisión de Pawlak, bajo supervisión alemana, quebraron el silencio de Irena. No dijo ni una palabra cuando la condenaron a muerte, una sentencia que nunca se cumpliría porque, camino del lugar de ejecución, el soldado la dejó escapar porque había sido sobornado por la resistencia, ya que no podían permitir que Irena muriese llevándose a la tumba la ubicación de todos esos niños perdidos.
Así fue como pasó a la clandestinidad hasta el final de la guerra, participando activamente en la resistencia. Tras el final de la guerra, se desenterraron los 2.500 botes escondidos en la parcela de su vecino. Fue así como los 2.500 niños del gueto pudieron recuperar sus antiguas identidades.
Irena Sendler falleció en Varsovia, el 12 de mayo de 2008, a consecuencia de una neumonía, a los 98 años de edad. En 2007, fue propuesta por el gobierno de Polonia para que le dieran el Premio Nobel de la Paz, que finalmente sería concedido a Al Gore.
La vida de esta grandiosa mujer fue llevada a la pequeña pantalla, en una película titulada “The courageous heart of Irena Sendler”. Siempre se recordará la hazaña de esta increíble mujer, que odiaba que la llamasen heroína, pues siempre decía que ella sólo se había limitado a hacer su trabajo.
Casos
Ni las torturas de la Gestapo, ni los meses que estuvo en la prisión de Pawlak, bajo supervisión alemana, quebraron el silencio de Irena. En aquel terrible 1942, era solamente un bebé de escasos meses cuando se le fue administrado un narcótico y la colocaron en una caja con agujeros que pusieron escondido en un cargamento de ladrillos.
Sus padres murieron en el gueto y la pequeña Elzbieta fue criada por Stanislawa Bussoldowa, una conocida de Irena. Una cuchara de plata con la fecha de su nacimiento y su apodo, Elzunia, grabados fue el pequeño objeto que mantuvo a Elzbieta unida a sus raíces. Y es que Irena siempre quiso que los niños a los que salvó no perdieran nunca sus orígenes y su verdadera identidad. Para eso llevó un exhaustivo registro que enterró en el jardín de una vecina por si ella fallecía.
La valiente mujer que vivió en el anonimato
Torturas
El 20 de octubre de 1943 las cosas se complicaron para Jolanta, nombre en clave de Irena, quien fue detenida por la Gestapo. En la prisión de Pawiak fue sometida a terribles torturas con las que los nazis no consiguieron sonsacarle el paradero de los niños a los que había estado ayudando a escapar del gueto.
Anonimato
Tras décadas de vida anónima, cuando su fotografía fue publicada en los periódicos fueron muchos los hombres y mujeres que reconocieron en aquella mujer a la enfermera que salvó sus vidas durante la ocupación nazi de Polonia.
Reconocimientos
La Orden del Águila Blanca de Polonia, título de Justa entre las Naciones de organización Yad Vashem de Jerusalén o su candidatura al Premio Nobel de la Paz fueron algunos de los reconocimientos a una mujer quien nunca pensó que su labor humanitaria descubierta muchos años después levantara tanto revuelo. Para ella fue lo que tenía que hacer.
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“Además, ella nunca contó a nadie nada de su vida durante la II Guerra Mundial, era muy discreta, se limitaba a hacer su trabajo y a ayudar a la gente“, explica Anna Mieszkwoska, autora de la biografía de Irena, La madre de los niños del Holocausto. Su historia se hizo popular gracias a un grupo de estudiantes de Kansas (EEUU), en 1999, que estaban haciendo un trabajo sobre el Holocausto y se toparon por casualidad con el nombre de Irena y su gran hazaña.
Su padre fue un médico rural que falleció cuando ella sólo contaba con 7 años de edad. Fue el centro de toda su motivación y del que heredó su gran coraje. De él siempre recordaría dos reglas que cumpliría durante toda su vida: las personas se dividen en buenas o malas categorizándolas en función de sus actos y ayudar siempre a quien lo necesite. Por ello siempre fue una mujer caracterizada siempre por su discreción, que se limitaba a cumplir con su trabajo y con lo que ella creía que era bueno para los demás.
Cuando contaba ya con cierta edad, comenzó a trabajar en los servicios sociales del ayuntamiento de Varsovia. Por entonces corrían los años 30 y su labor era muy conocida, consistía en ayudar a los pobres, huérfanos y ancianos. En esos años también se uniría al Partido Socialista Polaco. “Ella era de izquierdas, sí, pero de una izquierda que ya no existe, preocupada por las personas y por su bienestar”, apunta su biógrafa, que apunta que siempre se mantuvo muy lejos de la política activa.
Cuando Alemania invadió Polonia en 1939, el trabajo de Irena se hizo muy necesario, pues toda ayuda era poca. Trabajó en comedores sociales, donde se entregaban ropas y dinero a las familias judías además de inscribirlos con nombres católicos falsos para evitar que fuesen capturados por los nazis.
Todo este panorama cambiaría en 1942, cuando los soldados del Reich recluyeron a todos los judíos de Varsovia en un área de la ciudad rodeada por un muro, el Gueto de Varsovia, que sería la tumba de miles de personas. Es por ello que Irena, al igual que otros muchos polacos, decidieron hacer algo al respecto. Para poder acceder al gueto de forma legal, Sendler conseguiría un pase del departamento de Control Epidemiológico de Varsovia. Gracias a él accedería diariamente para llevar alimentos y medicinas.
De esta forma Irena consiguió sacar del gueto a estos 2.500 niños de todas las maneras inimaginables: dentro de ataúdes, cajas, restos de basura o como enfermos contagiosos. Otra manera era a través de una iglesia que comunicaba el gueto con el exterior. Los niños entraban como judíos al gueto y salían de nuevo por el otro lado como nuevos católicos. Aun así, ella se lamentaba de que podría haber hecho mucho más por ellos y haber salvado más vidas.
Una vez fuera del gueto, era necesario y vital conseguirles unos documentos de identidad falsos y un nombre católico a todos esos niños. Posteriormente eran acogidos en monasterios y conventos, donde permanecerían seguros. Irena apuntaba las verdaderas identidades de los niños y sus ubicaciones, que guardaría con mucha cautela bajo un manzano ubicado en la parcela de su vecino.
Ni las torturas de la Gestapo, ni los meses que estuvo en la prisión de Pawlak, bajo supervisión alemana, quebraron el silencio de Irena. No dijo ni una palabra cuando la condenaron a muerte, una sentencia que nunca se cumpliría porque, camino del lugar de ejecución, el soldado la dejó escapar porque había sido sobornado por la resistencia, ya que no podían permitir que Irena muriese llevándose a la tumba la ubicación de todos esos niños perdidos.
Así fue como pasó a la clandestinidad hasta el final de la guerra, participando activamente en la resistencia. Tras el final de la guerra, se desenterraron los 2.500 botes escondidos en la parcela de su vecino. Fue así como los 2.500 niños del gueto pudieron recuperar sus antiguas identidades.
Irena Sendler falleció en Varsovia, el 12 de mayo de 2008, a consecuencia de una neumonía, a los 98 años de edad. En 2007, fue propuesta por el gobierno de Polonia para que le dieran el Premio Nobel de la Paz, que finalmente sería concedido a Al Gore.
La vida de esta grandiosa mujer fue llevada a la pequeña pantalla, en una película titulada “The courageous heart of Irena Sendler”. Siempre se recordará la hazaña de esta increíble mujer, que odiaba que la llamasen heroína, pues siempre decía que ella sólo se había limitado a hacer su trabajo.
Casos
Ni las torturas de la Gestapo, ni los meses que estuvo en la prisión de Pawlak, bajo supervisión alemana, quebraron el silencio de Irena. En aquel terrible 1942, era solamente un bebé de escasos meses cuando se le fue administrado un narcótico y la colocaron en una caja con agujeros que pusieron escondido en un cargamento de ladrillos.
Sus padres murieron en el gueto y la pequeña Elzbieta fue criada por Stanislawa Bussoldowa, una conocida de Irena. Una cuchara de plata con la fecha de su nacimiento y su apodo, Elzunia, grabados fue el pequeño objeto que mantuvo a Elzbieta unida a sus raíces. Y es que Irena siempre quiso que los niños a los que salvó no perdieran nunca sus orígenes y su verdadera identidad. Para eso llevó un exhaustivo registro que enterró en el jardín de una vecina por si ella fallecía.
La valiente mujer que vivió en el anonimato
Torturas
El 20 de octubre de 1943 las cosas se complicaron para Jolanta, nombre en clave de Irena, quien fue detenida por la Gestapo. En la prisión de Pawiak fue sometida a terribles torturas con las que los nazis no consiguieron sonsacarle el paradero de los niños a los que había estado ayudando a escapar del gueto.
Anonimato
Tras décadas de vida anónima, cuando su fotografía fue publicada en los periódicos fueron muchos los hombres y mujeres que reconocieron en aquella mujer a la enfermera que salvó sus vidas durante la ocupación nazi de Polonia.
Reconocimientos
La Orden del Águila Blanca de Polonia, título de Justa entre las Naciones de organización Yad Vashem de Jerusalén o su candidatura al Premio Nobel de la Paz fueron algunos de los reconocimientos a una mujer quien nunca pensó que su labor humanitaria descubierta muchos años después levantara tanto revuelo. Para ella fue lo que tenía que hacer.
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