Tarija y sus desprotegidos
Atender a los más necesitados es una cuestión moral irrenunciable en la que no caben dudas ni cálculos políticos
En medio de la crisis económica que sufre el país y del desbarajuste de competencias instaurado con la autonomía “fake”, en el que todos los niveles del Estado acaban haciendo de todo, seguramente para que no se note quien falla, es importante fijar las prioridades y en esto no puede haber medias tintas: atender a los más desprotegidos es una obligación.
Es verdad que en los últimos años se ha hecho mucho populismo alrededor de quienes son los más desfavorecidos, y que cuando se plantean políticas de Estado se habla de las grandes mayorías populares y los bolsones en la línea de la pobreza, pero en este caso estamos hablando de la gente “de verdad desprotegida”:
De los niños abandonados al nacer.
De las niñas violadas, maltratadas, agredidas o vejadas que intentan recomponer su vida en ambientes seguros.
De los ancianos que dieron la vida por construir este país y que al final no les quedó ni un pariente que les atienda ni una mínima pensión con la que vivir con dignidad.
De grandes dependientes que no tienen la posibilidad de acceder a ninguna forma de ganarse la vida.
O de aquellos que habiéndolo perdido todo cayeron en las adicciones y acabaron destruyéndolo todo a su alrededor y su propia salud.
Todos sabemos exactamente de quienes hablamos, de cómo llegaron a esas situaciones y también de qué podemos hacer como sociedad para ayudar a estos vecinos que, por cierto, siempre existieron desde el principio de los tiempos.
En la prehistoria se aplicaba el darwinismo social de la selección natural, después la caridad, después la Iglesia y hoy, en algunos lugares, los servicios sociales de los Estados
En la prehistoria se aplicaba el darwinismo social de la selección natural; después hubo algunos mecenas o “dueños” que tenían alguna consideración con sus “súbditos” o “esclavos”, y después, por lo general, las Iglesias se hicieron cargo de la obra social a lo largo de todo el mundo por los motivos que fueran, que hoy no vienen al caso, aunque sí cabe precisar que en aquellos tiempos la Iglesia tenía fortaleza para sumar recursos que destinar a su misión evangélica y hoy, muchos menos, y por eso desde hace cincuenta años al menos son los Estados quienes vienen haciéndose cargo de estas personas a cargo de los impuestos de la gente.
Se puede decir que los recursos salen de los mismos bolsillos, pero se canalizan de otra manera, posiblemente de forma más ineficiente, y a más en países como el nuestro, donde todavía las órdenes religiosas siguen haciéndose cargo de muchas obras sociales, aportando personal, material e infraestructura a través de las misiones.
Hoy por hoy, en medio de crisis, planes de austeridad, decretos de ahorro extremo, priorizaciones milimétricas y fondos reservados, es necesario que nadie se quede atrás y que garantizar la educación de un niño abandonado o la leche caliente de un anciano no dependa del favor de un mecenas o de la indulgencia de un funcionario. Es una cuestión moral irrenunciable en la que no caben dudas ni cálculos políticos.
Las sociedades no son mejores por crecer más o acumular más riqueza, lo son por no dejar a nadie atrás, y aún en medio de todas estas dificultades, no podemos dejar de seguir intentando que así sea.