Bolivia y su deuda con la infancia

Programas para la conciliación, para que las familias puedan compartir más con sus hijos, garantizar el acceso tecnológico, la alimentación y el vivir bien son temas a los que los políticos no les encuentran espacio

La pandemia ha quedad allá atrás como una especie de pesadilla en la que nadie quiere pensar, por si acaso. Es una especie de fantasma que se metió en una habitación por propia voluntad y del que no se puede hablar por si vuelve, y son pocos los que se pavonean por lo realizado. Sin embargo, ni lo hecho ni las consecuencias de lo sucedido han sido suficientemente evaluado ni corregido, y eso acabará tarde o temprano pasando factura.

De todo, el colectivo más impactado fue el de la infancia. Una enorme cantidad de niños – en Bolivia unos cuatro millones – que cambiaron sus rutinas de la noche a la mañana y pasaron casi dos años en un régimen de semi reclusión, con contactos moderados e irregularidad en las clases, algo que ha afectado tanto en el plano curricular como en el de las relaciones sociales, aunque ni uno ni otro hayan sido suficientemente analizados.

La primera medida que se tomó contra el virus fue cerrar las escuelas, y prácticamente la última, el reabrirlas, a pesar de que todos los informes médicos e investigaciones coincidían en que el colectivo no era ni mucho menos el más vulnerable, sino todo lo contrario. La tasa de mortalidad por Covid-19 de los niños sanos a nivel mundial tiende a cero y prácticamente nadie presentó síntomas prolongados.

El daño es seguramente irreversible en términos educativos, pues la educación virtual a la que se les sometió durante demasiado tiempo estaba muy lejos de un mínimo estándar de calidad y la mayoría ni siquiera las siguió porque el costo lo hacía inviable. Por ende, apenas en áreas rurales con maestros comprometidos se ha podido seguir un ritmo más o menos normal de aprendizaje.

La traducción de aquellos dos años sin clase, que difícilmente podrán recuperarse, son puntos de crecimiento económico perdido según respaldan informes de la Cepal: están llegando estudiantes a niveles universitarios y técnicos superiores con muy pobres conocimientos científicos y filosóficos y con muy poca capacidad de pensar por sí mismos.

El daño también fue grande a nivel social y emocional. Niños con necesidades vitales de movimiento y expansión se vieron recluidos por varios meses a sus patios de casa y contactos reducidos. Después a la negación del contacto físico con pares, a la advertencia, a la generación de miedos al contacto y al contagio, para después ver cómo todo eso se deshacía y todo volvía a la normalidad medio a escondidas, menos sus colegios. Los psicólogos advierten de que seguramente se haya formado la generación más débil de la historia, sin habilidades para relacionarse y con temor a desarrollarse en el entorno.

Ahora, todo esto ya es pasado y sirve de poco lamentarse sobre lo que pudo hacerse y no se hizo, más bien los poderes públicos, ejecutivos y legislativos, deberían ocuparse en buscar formas para compensar el daño hecho, pero pasa el tiempo y no se ven cambios.

De inicio, parece imprescindible revisar la Ley Avelino Siñani, que quedó obsoleta sin apenas desarrollarla, y ponerse a pensar en serio una reforma educativa que acelere los procesos, porque nuestros jóvenes no solo tienen que alcanzar el nivel exigido, sino compensar el tiempo perdido. Esa debería ser la principal tarea para el futuro gobierno.

Programas para la conciliación, para que las familias puedan compartir más con sus hijos, garantizar el acceso tecnológico, la alimentación y el vivir bien son asuntos en agendas sociales a los que los políticos no les encuentran espacios, seguramente porque hace tiempo que están desconectados de los problemas reales de la calle.

Hoy es un nuevo Día del Niño, pero la crisis se ha acabado llevando todo por delante, incluso las pocas ideas que sobre esto se habían trenzado. Ojalá no sea un día solo de palabras huecas, sino que alguien recuerde que es la infancia nuestro único tesoro, el único que puede lograr que este país crezca de verdad y cambiar la Historia.


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