Ultraderecha a la sudamericana

En algunos países se ha tocado fondo, en otros se han removido fantasmas, pero en general, hay terceros muy interesados en cambiar el relato dominante, y es por lo de siempre

Por lo general y hasta hace bien poco, hablar de un movimiento de “ultraderecha” en América Latina despertaba el escepticismo básicamente por la cuestión histórica y racial. El mestizaje es una de las características de este continente nuevo, mientras que el discurso del odio ultra se suele asociar precisamente al racismo, antisemitismo, etc., al que se le añade el prejuicio al diferente, homofobias y islamofobia, etc.

La propia derecha sigue teniendo sus debates, confusiones y adaptaciones al medio en este continente enorme y plural, pero eminentemente pobre y desigual. Así, no suele manifestarse desde la lógica económica liberal, que al fin y al cabo viene a justificar décadas de saqueo multinacional, sino que anida más bien en asuntos de valores católicos y conservadores, aunque la Fe en este lado del mundo también se volvió revolucionaria en su momento.

Sí existen, claro, algunos grupos que hacen política para una élite determinada con postulados muy europeizados que básicamente contentan a quienes insisten en que todo está mal siempre y reniegan de su propia historia. Esto parece haber empezado a cambiar.

A pesar de nuestros orígenes multiétnicos, el racismo sí es una característica demasiado habitual entre los vecinos sudamericanos, donde no solo se guían por el país al que pertenece, sino por el pueblo indígena de referencia. También el clasismo, y esto también parecen haberlo entendido bien aquellos que han empezado a hacer cambiar las cosas.

En algunos países, ciertamente, se ha tocado fondo. La devaluación moral de la Argentina es probablemente mucho más grave que la económica, y las varias generaciones concernidas en ese despropósito parecen ahora más interesadas en caminar hacia su aniquilación.

En otros se han removido fantasmas del pasado movilizando nuevos candidatos con inspiración en las dictaduras de los 80, como Kast en Chile, que abrazó la causa pinochetista, y ni qué decir con Keiko Fujimori en Perú, aunque el referente en ese sentido ha sido Jair Bolsonaro en Brasil, que es además quien se muestra de ejemplo de que un país sí puede salir del autoritarismo por las ánforas.

Tal vez la diferencia de los últimos tiempos es que nada parece ya fruto de una casualidad, sino más bien se está construyendo desde la acción de un tercero muy interesado en que se generen alternativas ultras en el continente. Tiene nombre: es la Iberosfera patrocinada por la fundación Disenso de la ultraderecha española de VOX y otros grupos similares que tienen por delirio recomponer la colonia española, para lo que ya se ha desplegado toda una serie de discursos específicos que diferencian entre inmigrantes latinos e inmigrantes africanos, por ejemplo.

El plan está trazado, aunque es dinámico en función de las oportunidades en cada país, pero en general busca reposicionar la colonia como una época de esplendor que nos dejó motivos de orgullo como la lengua y la religión; eliminar el romanticismo indígena y más bien, construir la idea de una élite traidora, son algo más que ideas a estas alturas del combate regional más intenso desde que germinó el Foro de Sao Paolo.

Sin duda es tiempo de no dejarse llevar por espejitos, por palabras gruesas o poses muy pensadas. Es tiempo de abrir los ojos y cuidar, muy mucho, las raíces.


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