De Petro a Arce; formas de gobernar y transformar

El presidente colombiano lleva diez meses en el cargo con toda la hostilidad del poder y con varias crisis desatadas, pero enfoca las principales reformas para lograr una sociedad más justa

Era más que evidente que el mandato de Gustavo Petro se iba a enrarecer en algún momento. Su triunfo electoral fue de los que se consideran inevitable. La derecha tradicional se “apartó” después de unos cuantos años de convulsión social y la izquierda entró a gobernar en un país en el que nunca lo había hecho. Nunca desde la independencia con todo lo que eso significa.

Colombia es una sociedad cruzada por la desigualdad y con la herida abierta de la violencia, el narcotráfico y la guerrilla que nadie quiere matar del todo. Estos males han exacerbado un racismo peculiar y un clasismo de fondo, muy de manual, urbano/rural, con el que los políticos juegan.

Petro fue un izquierdista más populista que radical incluso en sus años de guerrilla universitaria, un orador finísimo que tenía la presidencia marcada entre ceja y ceja y que ha hecho todo lo que estaba al alcance de su mano para llegar al cargo. De hecho, ese es uno de los principales problemas que han desencadenado la crisis en el país y que tiene un origen difuso por la financiación de su campaña pero que tiene un objetivo: frenar sus políticas cuanto antes, aún cuando ni siquiera han comenzado a desarrollarse.

Y es que el mayor sacrificio de Petro ha sido el de moderar su discurso y acomodarse a los objetivos más posibilistas. Ya nadie habla de nacionalizar las pensiones sino apenas de encontrar un sistema tributario que garantice la solidaridad de los que más tienen con los que menos, y así con todo.

Petro, otrora incendiario marxista, hizo una campaña basada en el medio ambiente y en la paz sabiendo que era su oportunidad de triunfar después del fiasco económico y social del último uribista, Iván Duque, y del derrumbe de Santos. La derecha tradicional no entró ni en segunda vuelta donde se coló Rodolfo Hernández como representante de esa derecha trumpista de verbo fácil y formas efectistas, que se desinfló al final, porque tampoco contó con el apoyo de los poderosos, que por lo que fuera, vieron más factible las opciones de controlar a Petro que arriesgarse ante la imprevisibilidad populista de Hernández.

Petro no es nuevo en estas cosas, pues lleva mucho tiempo en la batalla, por eso tampoco le ha sorprendido la hostilidad con la que le recibieron los medios más alineados a la derecha. Petro también sabe que el periodo presidencial, de cuatro años y sin posibilidad de reelección ni de retorno, es demasiado corto para cualquier transformación de fondo, peor si se pierde en pequeñas batallas con la prensa o con sus opositores.

En esas, no ha dudado en movilizar a sus bases para respaldar sus políticas, no su persona – una diferencia sustancial con lo que sucede en Bolivia – y ha empezado a dar golpes efectistas, como el alto el fuego pactado con el ELN, al mismo tiempo que mantiene el respaldo explícito y sin condiciones del gobierno de Estados Unidos, ese “actor estratégico” clave en la región y particularmente en Colombia, socio de la OTAN.

Por eso mismo, los siguientes pasos de fondo: reforma de la educación, reforma tributaria y reforma de pensiones, ya en trámite en el parlamento con sus sacrificios y concesiones, serán los cambios de fondo que acaben por definir el paso de Petro por el poder. Todos clave si, como también se prevé, aborde un cambo constitucional que le permita buscar la reelección o, al menos, volver al tiempo.

Será bueno que el presidente de Bolivia Luis Arce tome buena nota de la forma en la que Petro está gestionando su corto mandato, con apenas diez meses de mandato y con crisis más profundas de lo que hasta el momento se ha descubierto en este país. De poco sirve hablar de cambio si las políticas no logran transformar la sociedad.

 


Más del autor
Tema del día
Tema del día
Cuando lleguen los incendios
Cuando lleguen los incendios
Satanás y los tres seminaristas
Satanás y los tres seminaristas