La gasolina del gobierno

Hace más de quince años que la subvención es un problema, pero hasta ahora ningún gobierno ha planteado más soluciones que resistir a como dé lugar

Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) lleva casi todo el año negando una crisis de suministro de gasolinas y diésel. Básicamente insisten en que la provisión es normal a pesar de las denuncias de los sectores agrícolas, transportistas y demás, que periódicamente se encuentran con el problema. Si este persiste, se acaban admitiendo algunas restricciones y normativas que exigen mayor control para la venta, lo que en sí acaba causando estos problemas, aunque por el momento siempre han sido muy pasajeros.

La subvención a los hidrocarburos sigue siendo el mayor quebradero del gobierno y de su ministerio de Economía que debe hacer los números para sostenerla, pues lo que está claro es que nadie pretende abordar una modificación de fondo que genere un gran problema político: la subvención de la gasolina es la base de la estabilidad de precios en el país y, por ende, de que la gente pueda seguir comiendo, porque además el transporte da trabajo a infinidad de familias y la gente se puede plantear la movilidad como una inversión en determinados escenarios.

Bolivia subvenciona no solo el diésel, sino miles de puestos de trabajo que se ganan el pan consumiendo ese combustible subvencionado

Las medidas implementadas hasta ahora son poco más que paliativas. Ni siquiera. El control de volúmenes servidos en particular en las fronteras, los controles de matrículas, las restricciones de los bidones, etc., apenas evitará un desvío de combustible al contrabando que no es el problema central.

El problema es que Bolivia no produce su propio crudo y depende de refinaciones externas y por ende, de importaciones a precio internacional, etc. Tiene que ver con inversiones de fondo y con la caída de la producción propia de petróleo, pero sobre todo, por el absurdo y descabellado crecimiento del parque automotor que ni el etanol ni nadie podrá hacerle frente en términos económicos.

El crecimiento del parque automotor suele ser sinónimo de crecimiento económico, y en Bolivia lo es, pero no solo. Es verdad que hay millones de vagonetas circulando al vicio, consumiendo gasolina subvencionada que no necesitan, pero también hay millones de vehículos que han entrado para ser utilizados como fuente de trabajo constituyendo un demencial círculo vicioso.

Así, Bolivia subvenciona no solo el diésel, sino miles de puestos de trabajo que se ganan el pan consumiendo ese combustible subvencionado en un taxi o un micro que no sería rentable a precio internacional.

Si el asunto del dólar y de los precios del combustible no se controlan, el gobierno se verá obligado a diseñar algún tipo de programa que racionalice el consumo de combustible, por ejemplo, extendiendo la subvención solo a vehículos de uso productivo, por muy difícil que sea hacer la discriminación, o por ejemplo, implementando de una vez vehículos de transporte masivo y eficiente en las ciudades que reduzca la proliferación de pequeños vehículos, eso sí, teniendo en cuenta que miles de familias necesitarán nuevas fuentes de empleo.

Hace más de quince años que la subvención es un problema, pero hasta ahora ningún gobierno ha planteado más soluciones que resistir a como dé lugar. Probablemente ni esta YPFB ni este gobierno avancen tampoco en una reestructuración del programa de subvención, pero sin duda, seguirá siendo una tarea pendiente para el país, por el bien de sus finanzas.


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