Martirio político

Por lo general, el relato favorito del político hoy es el del sacrificio por los otros para conseguir el bien mayor, que en este caso no es la salvación sino la victoria electoral

En estos días de fervor católico por Semana Santa cabe la reflexión sobre la vigencia misma del relato en la política boliviana, y no tanto porque los actores se confiesen católicos practicantes o abominen de esta parte del culto como cristianos militantes, ni tampoco por la perspectiva electoral de la apariencia, sino porque el relato universal del mito sigue teniendo fuerza. O lo parece.

Por lo general, el relato favorito es el del sacrificio por los otros para conseguir el bien mayor, que en este caso no se trata de la salvación sino de la victoria electoral, por lo que las diferencias son evidentes. En la política reciente hay ejemplos claros de esta perspectiva mística asumidos con cautela y calculadora y de resultados diversos - por lo general, malos -, algo que no evita que el siguiente no trate de colocarse en la misma posición de salvador asumiendo el martirio.

En los conflictos de 2019 hubo mucha Biblia arrojadiza. Carlos Mesa, a priori el primer damnificado por el supuesto fraude lanzó aquello de que de aquella acababa “en la cárcel o en la presidencia” y ahí sigue cuatro años después de jefe de la oposición.

También Luis Fernando Camacho, que se convirtió en el alma de la protesta, se ofreció en sacrificio para entregar aquella carta en La Paz – que en este caso hacía las veces de Purgatorio – para que renunciara Evo Morales. En este caso le funciono: fue, volvió, volvió a ir, renunció Morales y retornó a Santa Cruz y hasta ahí todo había quedado épico, pero después se hizo candidato presidencial, perdió, postuló a la Gobernación, ganó, y en cuanto se asentó en el cargo y agotó un poco a los cruceños, el gobierno le hecho el guante sin que pudiera jugar apenas la carta del martirio: hoy guarda detención en Chonchocoro mientras la institucionalidad cruceña pasa página.

Lo de Jeanine Áñez fue similar pero más rápido. Llegó a la Presidencia sin moverse de Trinidad a donde volvió tras dejar el cargo básicamente a esperar su detención, un martirio en toda regla que todavía sumó la humillante derrota en las elecciones a la Gobernación del Beni, donde apenas pudo ser tercera.

El caso de Evo Morales entronca hasta hoy con otra parte del catolicismo, que es la culpa, pues no hubo martirio en su decisión de volar a México aunque su círculo íntimo se desgañite diciendo que lo hizo para salvar la vida. Desde entonces anda acomodando un relato que apenas se ajusta a lo vivido y arremetiendo contra cualquiera que le contradiga.

Lo cierto es que necesitamos ya de una política más racional y menos novelada, de una agenda que se concentre en sacar el país adelante, en el vivir bien, o en lo que sea, y menos en la pelea teatral con golpes de pecho, acusaciones y excusas.

La Semana Santa es el tiempo de la fe profunda, es el tiempo de la resurrección, del perdón de los pecados, de las segundas oportunidades. Ojalá un día volvamos a creer en nuestra política.


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