Bukele, la democracia y la seguridad

El Latinobarómetro viene advirtiendo desde hace más de una década que la población en general, y sobre todo los más jóvenes, prefieren vivir con seguridad física y económica que con democracia

Falta un año para que El Salvador, si todo sucede tal como está previsto, vuelva a concurrir a las ánforas para elegir presidente, sin embargo, este pequeño país centroamericano reúne una atención inusitada por poderosas razones: su presidente, Nayib Bukele, resulta esencialmente un experimento político en la región con muchas probabilidades de extenderse por la similitud de contextos.

Bukele llegó al poder montado en la ola populista de finales de la pasada década, con un discurso antipolítica – aunque lleva en política desde sus 30 años de la mano del Frente Farabundo Martí por la Liberación Nacional – y de mano dura con la corrupción y, sobre todo, con las pandillas. A pesar de su juventud y su apellido exótico de origen palestino, Bukele sumó más del 50 por ciento de los votos en 2019 convirtiéndose en el primer presidente desde la Guerra civil que concluyó en 1989 en llegar al cargo sin representar ni a los guerrilleros del FMLN ni al ultraderechista Arena.

Sacrificar las garantías constitucionales individuales en la lucha contra las pandillas le está surtiendo resultado electoral en el corto plazo

Bukele, de hecho, logró una simbiosis de ambas causas. Por un lado sostiene un populismo asistencial y por otro, toda la iconografía militarista, combinado además con una suerte de ultraliberalismo que fascina a los neolibertarios de la escuela austríaca de estos tiempos, aunque su aplicación en el país ha sido limitada y con dudosos éxitos: enfrentó los precios altos de los combustibles retirando impuestos y compró Bitcoin para las Reservas Internacionales antes de que estas se hundieran, por ejemplo, pero también entró en el Congreso escoltado por militares para exigir que se aprobaran sus planes con ingentes cantidades de dinero público.

Su política internacional está siendo ciertamente contradictoria en una apuesta clara por el aislacionismo; por un lado, desafió a la Reserva Federal de Estados Unidos con el tema de las criptomonedas, siendo un tema recurrente en sus discursos y, a la vez, expulsó al embajador venezolano y rompió relaciones diplomáticas con varios países de izquierda popular.

Con todo, en la interna a Bukele se le va a juzgar por el éxito o no de su Plan de Control Territorial que defiende con uñas y dientes y que básicamente fue su respuesta de mano dura contra las pandillas, que efectivamente se habían convertido en una enorme lacra para el pequeño país, agobiado por el narcotráfico y todos sus delitos subsidiarios como el secuestro y la extorsión.

El Salvador era uno de los países con mayor tasa de homicidios del mundo y ciertamente, han bajado, pero a costa de una suspensión indefinida de elementales derechos constitucionales. Las detenciones masivas y aleatorias han acorralado a los criminales, pero los abusos contra los más desfavorecidos están siendo denunciados desde dentro y desde fuera. En efecto, es lo que sucede en las dictaduras: eliminar las libertades individuales por el “bien común” que los dueños del país administran con eficiencia.

Lo que ha hecho Bukele es una aplicación práctica de lo que el Latinobarómetro viene advirtiendo desde hace más de una década: en general, y sobre todo los más jóvenes, prefieren vivir con seguridad física y económica que con democracia, ergo, la democracia está sobrevalorada… Demasiados toman nota en el entorno. De momento, Bukele, ya ha anunciado que irá a la reelección frente a lo que dice la Constitución. En eso de conservar el poder a como de lugar, todos se parecen demasiado.


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