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Un bono contra qué hambre

La pobreza extrema se ceba con las clases más necesitadas, pero fortalecer al emprendedor nacional y los puestos de trabajo formales son necesarios para sostener el consumo y la inversión

De la misma manera que se lo hicimos notar a Jeanine Áñez cada vez que recurrió a los bonos para ensalzar su gestión y, sobre todo, apuntalar su candidatura finalmente frustrada, cabe recordar ahora que mil bolivianos no sacan de pobre absolutamente a nadie en este país. Es, claro, una ayuda apreciable, pero no es ninguna solución a un grave problema estructural que más temprano que tarde habrá que abordar en su integridad.

Luis Arce Catacora ha cumplido su primera promesa de campaña: el Bono contra el Hambre, con todas sus prisas e improvisaciones, ha empezado a pagarse antes de fin de año. Mil bolivianos que se estima llegarán a cuatro millones de personas: grandes dependientes, aquellos que cobraron el bono universal – personas sin empleo – y afiliados independientes al sistema de seguridad social, es decir, un grueso de la sociedad boliviana que está sufriendo las consecuencias de la crisis económica de grandes dimensiones a la que nos ha empujado la crisis del coronavirus y su errática gestión inicial.

El plan del equipo económico de Arce Catacora descansa sobre la ortodoxia keynesiana, que el populismo de izquierda y derecha ha elevado a los altares: inyectar dinero público en el sistema para estimular la demanda y qué, por arte de capitalismo, se estimule la oferta y se ponga en marcha la economía.

Muchas de las medidas de inyección directa de recursos en el mercado acabaron convertidos en compra de mercadería china, pequeños electrodomésticos brasileros y productos argentinos, la mayor parte ingresados de contrabando

Esta es la base del modelo bautizado por Arce Catacora en la primera etapa del MAS en el poder y que ha tenido efectos significativos en el crecimiento del Producto Interior Bruto – el indicador por excelencia del FMI -, pero muchos problemas en cuanto a la calidad y sostenibilidad de ese crecimiento.

Los incrementos salariales, la bolivianización y otros programas de apoyo crediticio lograron ampliar la base social de clase media con aspiraciones, incrementando así el consumo, pero la falta de atención y medidas positivas para fortalecer la competitividad de las empresas nacionales provocó una fuga de divisas permanente, que inicialmente se justificaba por la importación de bienes de equipo y otros ítems que apuntaban un crecimiento nacional, pero finalmente acabaron por convertirse en un problema sistémico.

Concretamente, muchas de las medidas de inyección directa de recursos en el mercado, como fue el doble aguinaldo de los años electorales 2014, 2015 y 2016, acabaron convertidos en compra de mercadería china, pequeños electrodomésticos brasileros y productos argentinos, la mayor parte ingresados de contrabando en el país, por lo que el efecto es prácticamente nulo en el mediano plazo.

La improvisación, la celeridad, o tal vez la voluntad, han evitado que se marque una diferencia sustancial en la entrega de este bono, priorizando el gasto en productos y servicios nacionales, una medida necesaria para que realmente los recursos se queden en el país. La pobreza extrema se ceba con las clases más necesitadas, pero sostener al emprendedor nacional y los puestos de trabajo formales son necesarios para sostener el consumo y la inversión también en el corto plazo. Es mucho lo que Bolivia se juega.


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