Arce y el desafío de la reconstrucción
La victoria de Luis Arce Catacora muestra el fracaso de la narrativa de la “dictadura masista” y la inutilidad de una estrategia basada en negar al otro como si de la peste se tratara, convirtiendo a la mitad del país en “salvajes” y “delincuentes”
Más allá de la lentitud del conteo oficial del Tribunal Supremo Electoral y de que la presidenta Jeanine Áñez, el jefe de la Organización de Estados Americanos (OEA) Luis Almagro y el principal partido de la oposición, Carlos Mesa, hayan asumido la victoria incontestable del Movimiento Al Socialismo (MAS), la inmensa mayoría da la población lo ha asumido como un hecho irreversible: Luis Arce Catacora será el Presidente de todos los bolivianos a partir del 14 de noviembre, salvo contratiempos de última hora.
Mientras se consolida el conteo y las cifras de las encuestadoras, que dieron dos y tres puntos por encima del 50% al MAS, las narrativas y justificaciones se van cayendo. Gobernar Bolivia no es una tarea fácil y no bastaba con los millones ni las dádivas para construir una hegemonía; tampoco con la simple y llana unidad sin propuesta. En este país, los protagonistas siempre han sido sus pueblos y sus gentes: en esa absurda guerra de egos por atribuirse el “logro” de haber sacado a Evo Morales del poder, los ciudadanos han dictado sentencia.
Con la elección de 2020 se cierra un ciclo traumático en el que los pilares fundamentales de la democracia se han puesto en cuestión: separación de poderes, respeto al voto popular y libertad de elección. Todos debemos aprender mucho de lo sucedido en los últimos cinco años.
Lo que no se cierra es el ciclo histórico nacional – popular que en este país es esencial. El experimento de 11 meses y los resultados del 18 de octubre evidencian que no se trata de importar modelos o “construir” una alternativa viable al soberanismo, probablemente porque no la hay.
La victoria de Luis Arce Catacora muestra el fracaso de la narrativa de la “dictadura masista” – que en realidad ha sido un periodo del que una inmensa mayoría de la población se ha beneficiado, y ahí están los datos de crecimiento en términos bien ortodoxos y liberales -, y la inutilidad de una estrategia basada en negar al otro como si de la peste se tratara, convirtiendo a la mitad del país en “salvajes” y “delincuentes”. Difícilmente quien no entiende su país podrá gobernarlo algún día.
La victoria, en cualquier caso, tampoco es un cheque en blanco. Luis Arce Catacora y David Choquehuanca – que junto a Andrónico Rodríguez y la nueva dirigencia emergida del conflicto seguirán guardando las llaves de la estabilidad social – han asumido compromisos concretos de regeneración política, de impulsar de verdad el aparato productivo nacional, de condenar la corrupción y de reconciliar el país; y el pueblo sabe lo que vota.
Lo que no se cierra es el ciclo histórico nacional – popular. El experimento de 11 meses y los resultados del 18 de octubre evidencian que no se trata de “construir” una alternativa viable al soberanismo, probablemente porque no la hay.
Tal vez la frase que partió aguas en la campaña la pronunció Arce en el no debate de la FAM al respecto de la economía: “no es estirar la mano nomás, aquí hay que producir”. Una frase que recorrió las fibras del nacionalismo patrio frente a un coro que hablaba del FMI y la deuda externa como camino ante cualquier mal.
Los datos aun no son oficiales y las reflexiones están aún pendientes, pero la Bolivia digna y soberana sigue siendo la pulsión principal, y en ese camino hay que avanzar.