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Una elección contra los extremos

Las agendas ocultas de unos y otros parecen condicionar una cita electoral que debía servir para poner fin a una de las peores crisis políticas de la historia republicana, y que sin embargo, algunos intentan convertir en un simple capítulo más

Ahora sí, entramos en la semana electoral decisiva, básicamente porque es la última. El domingo los bolivianos acudiremos a las ánforas – según el Ministerio ya no hay ni pandemia que no haga dudar – para elegir el camino por el que transcurrirá el país en un tiempo de crisis e incertidumbre que se avecina complejo y largo. Los efectos de la pandemia apenas se empiezan a notar.

La campaña ha discurrido por unos canales meridianamente normales: actos multitudinarios pese a la pandemia; cruces de acusaciones entre candidatos; el Gobierno echando leña al fuego a cada oportunidad; el tercero fustigando al segundo y el segundo pidiendo al tercero que se retire y muchísima guerra sucia en redes sociales, pero hasta ahí todo dentro de los cauces de la normalidad.

En los últimos días se ha empezado a poner el acento en la violencia y en el fraude, dos conceptos que intimidan por demás en cualquier proceso electoral.

En los últimos días se ha empezado a poner el acento en la violencia y en el fraude, dos conceptos que intimidan por demás en cualquier proceso electoral. El Tribunal Supremo Electoral liderado por Salvador Romero va a tener que hacer esfuerzos extras para garantizar una elección limpia y transparente en cuyos resultados se puedan confiar. El problema se agrava cuando es el propio Gobierno, lejos de cualquier pose de neutralidad, el que amenaza y prejuzga qué es un resultado democráticamente aceptable y qué no. El ruido de cuarteles no beneficia a nadie.

Cuatro de las últimas cinco encuestas han dado un margen de entre 7 y 9 puntos de ventaja del candidato Luis Arce, del MAS, sobre Carlos Mesa, de Comunidad Ciudadana. La última, sin embargo, ha dibujado un empate sin mucho sustento técnico, pero que alimenta otro tipo de narrativas.

Si las cuatro encuestas anteriores recordaban que el MAS sigue siendo la principal fuerza hegemónica del país y que todos los discursos de odio, acusaciones y demás no han servido para erosionar la imagen salvo en los ya “desencantados”; también le sirvieron a Carlos Mesa y sus acólitos para posicionar el argumento del voto útil y su función como única alternativa.

La última, sin embargo, posiciona un campo abierto donde ya nadie sobra. La campaña de Camacho, que no tiene previsto renunciar, dice, ha sido sin duda la más aliviada suponiendo que su objetivo siga siendo ganar la Presidencia.

Bolivia, tantas veces campo de pruebas y experimentos, vuelve a estar en uno de esos momentos clave, frente al abismo. Las agendas ocultas de unos y otros parecen condicionar una cita electoral que debía servir para poner fin a una de las peores crisis políticas de la historia republicana, y que sin embargo, algunos intentan convertir en un simple capítulo más de algo que se resolverá por la fuerza y en las calles, como tantas veces.

Es más necesario que nunca que los bolivianos se planten frente a los extremismos. Es sin duda tiempo de líderes, pero de líderes de bien. De aquellos que sean capaces de frenar la escalada dialéctica y comprometerse con el futuro. Es tiempo de que los ciudadanos se hagan escuchar con su voto. Por una vez, solo con el voto. 


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