Un Gobierno en descomposición

En medio de una campaña electoral hipersensible y una pandemia sin sensibilidad, resulta importante no perder de vista la gestión de Gobierno en este momento, y vale más pecar de susceptible que de bisoño

Después de un fin de semana de rumores de crisis de Gobierno, el lunes, el gabinete empezó a centrifugar. El primero en verse fuera fue el ministro de Economía, Óscar Ortiz, que además dejó muy claro que lo suyo no era una renuncia, sino un despido en toda regla. Un cese fulminante que el ministro de Gobierno, Arturo Murillo, vino a ratificar demostrando su poder.

A la salida de Ortiz le siguieron las de Mercado en Trabajo y Martínez en Desarrollo Productivo, además de otros cargos menores en los organigramas. Áñez reaccionó nombrando de una tacada a Gonzalo Quiroga como ministro de Planificación y a Álvaro Tejerina como ministro de Desarrollo Productivo. El colofón fue la posesión de Branko Marinkovic como reemplazante de Ortiz, porque ya fue simbólico incorporarlo al gabinete siendo como es un archienemigo declarado del Gobernador y valedor de Ortiz, Rubén Costas.

Ortiz habló todo lo claro que sabe en su despedida: Habló de las presiones, habló de su negativa a privatizar Elfec y dejó un párrafo de los que paran las orejas a cualquiera: "No creo que el Gobierno, en sus últimas semanas, deba realizar nuevos contratos o adjudicaciones importantes, que debieran dejarse para la próxima gestión. Hay suficientes deudas como para asumir nuevas obligaciones".

No estamos ante una discrepancia ideológica, no se trata de matices liberales o socialdemócratasni siquiera parece que tenga que ver que unos quieran tratar de “sobrevivir” y otros hayan decidido morir con las botas puestas “caiga quien caiga”.

En respuesta salió Murillo, con su discurso tosco y abusivo, lo tildó de logiero – que no es ninguna novedad – y pretendió convertir el asunto de la entrega de acciones de Ende a Elfec en un asunto regionalista, de cochabambinos contra cruceños. La primera víctima de este asunto fue el Procurador José María Cabrera, quien se opuso al decreto que Murillo trataba de imponer resumiendo que devolver las acciones nacionalizadas como si nada sería atentatorio para el Estado, y podría provocar un daño de hasta 2.000 millones de dólares al generar un precedente de riesgo.

Aun así, siendo el asunto de Elfec serio por donde se lo miré, no parece ser el desencadenante de una crisis de Gobierno de tanto calado en este preciso instante, justo diez días después de que Áñez dejara su candidatura y a solo tres semanas de las elecciones.

No estamos ante una discrepancia ideológica, no se trata de matices liberales o socialdemócratas, ni de la escuela de Chicago ni del keynesianismo, ni siquiera parece que tenga que ver con el legado, ni de que unos quieran tratar de “sobrevivir” políticamente tras el turbulento gobierno de Jeanine Áñez y otros hayan decidido morir con las botas puestas “caiga quien caiga”.

En medio de una campaña electoral hipersensible y una pandemia sin sensibilidad, resulta importante no perder de vista la gestión de Gobierno en este momento, y vale más pecar de susceptible que de bisoño. Todos los poderes del Estado deben concentrarse en que la Transición culmine de la mejor manera, salvaguardando el patrimonio del Estado y velando porque un Gobierno legitimado en las ánforas entre a Palacio Quemado. La cuenta atrás ha empezado.


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