Una campaña sin propuestas económicas
La crisis que se avecina es diferente a las que ya hemos superado, porque la Bolivia de hoy es diferente a la de unas décadas atrás, pero ningún candidato es capaz de concretar su propuesta para el país
En la campaña de 2014, el precio del barril de petróleo empezó su descenso a los infiernos. Cayó de los más de 100 dólares de finales de ese año a poco más de 20 en enero de 2016. Bolivia vivió dos elecciones donde, fundamentalmente, los candidatos optaron por ignorar la caída de precios y el impacto específico en Bolivia. Durante toda la campaña no dejaron de prometer obras, bonos e inversiones más allá de cualquier plan de choque.
El resultado es conocido, el Gobierno de Evo Morales contrató los 7.000 millones de dólares de deuda china, empezó a emitir deuda “soberana” en los mercados internacionales, se entregó a los impulsos de la CAO y el poder del agronegocio y mientras se iban recuperando ligeramente los precios, levantó renqueante los datos de crecimiento, aunque ya no se volvieron a ver las tasas de 6 u 8 por ciento de incremento en el PIB.
La crisis se siente ya en la economía real, con 12% de desempleo en julio y 16% entre los subocupados. Las inversiones se frenan, el consumo se paraliza, los contratos se resuelven, etc., etc., etc.
Otros tuvieron peor suerte. Es el caso particular de Tarija, altamente dependiente de los ingresos del gas y después de una administración irresponsable de los años de bonanza por parte de Lino Condori y su equipo, los ingresos se esfumaron y quedó una enorme deuda tanto contratada como comprometida a través de infinidad de proyectos decididos sin ningún tipo de marco o plan director. Tarija tuvo entonces que contraer diferentes créditos para hacer frente a los pagos y reactivar el departamento al mismo tiempo que los ingresos se estancaban para siempre.
Cuando parecía que se recuperaba, apareció la pandemia. Bolivia se encuentra hoy inmersa en una crisis multidimensional, donde la economía preocupa tal vez más que las demás, aunque se le de mucha menos importancia que a la política.
Bolivia está acostumbrada a superar crisis, pero esta vez parece diferente. Primero, porque la crisis es mundial y las recetas han cambiado. El nacionalismo de Trump, de China y el que se empieza a abrir espacios en Europa ha aparcado las recetas keynesianas y ortodoxas y ya provoca fallas en el mercado de valores y el resto de tótems del capitalismo: el mundo de la economía real quiebra y las bolsas suben porque los Estados van a intervenir.
Segundo, porque Bolivia ya no es el país “miserable” que vivía de la caridad. El PIB ha crecido y la capacidad de endeudamiento también. Con 50.000 millones de dólares, la ortodoxia acepta hasta un 60% de endeudamiento, y a pesar de las diferentes campañas, Bolivia todavía está por el 30%. En ese incremento, Bolivia se ha ido conectando con los principales mecanismos financieros del mundo, y por ahí vendrán los problemas. Tener margen de endeudamiento no quiere decir que sea bueno, sino todo lo contrario.
La crisis se siente ya en la economía real, con 12% de desempleo en julio y 16% entre los subocupados. Las inversiones se frenan, el consumo se paraliza, los contratos se resuelven, etc., etc., etc.
Que esto pase en mitad de una campaña debería ser positivo en tanto los candidatos deberían esforzarse más en explicar sus propuestas concretas y sus marcos de referencia para enfrentar la crisis, sin embargo, hasta el momento el debate es pobre y apenas se basa en el: “sabemos lo que hay que hacer”, en “buscaremos financiación externa porque Bolivia puede” o “daremos bonos”. Demasiado poco para el tamaño del desafío al que nos enfrentamos.