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Pandemias y campañas

Esta vez no hay “fiesta democrática”, sino una urgencia por resolver al menos el primer pilar de la crisis, y nadie se está haciendo muy merecedor de ello. Lo dicen las encuestas, donde los candidatos en vez de subir, bajan

Con cierto estupor, el domingo 6 de septiembre se pudo contemplar como la mayoría de los partidos en disputa por llegar al poder el 18 de octubre lanzaron su campaña electoral de forma oficial. La fecha del 6 de septiembre había sido señalada en el calendario, precisamente porque era una de las tres fechas que se fijaron en el año para ir a las ánforas y fueron siendo atrasadas por los riesgos que la pandemia presentaba para la salud de los votantes.

Ni siquiera los partidos que más intensamente pelearon contra esa fecha se privaron de salir a la calle para inaugurar la campaña. Los organizadores dicen que fue una caravana para respetar la distancia social. Los que lo vieron no solo señalan lo poco popular de la caravana de vagonetas, sino la ausencia de distancia y de barbijos, y es que, evidentemente, no hay nada menos emocional que una campaña con medidas de bioseguridad.

Los partidos han tenido seis meses para pensar cómo harían su campaña, y no se les ha ocurrido otra cosa que subirse a una vagoneta. Lo hizo Luis Arce, los candidatos cruceños de Juntos y Luis Fernando Camacho. Comunidad Ciudadana, a riesgo de quedar desbordado por su falta de estructura, optó por un acto igualmente callejero, pero sin vehículos.

La pandemia sigue y además, el trabajo escasea, los sueldos se recortan, las ventas bajan y la inversión se aplaza, pero los candidatos bailan y sonríen

A estas alturas de la película, con casi dos años de campaña electoral ininterrumpida, y con una crisis multidimensional azotando el país de una forma distinta a las enésimas que hemos sobrevivido, la mayoría de los ciudadanos tiene su voto más que decidido y la campaña electoral difícilmente podrá cambiar una parte importante de los votos. O tal vez sí, pero en el sentido contrario del pretendido.

El país está sufriendo por demás los efectos del Covid. El domingo se oficializaron los datos de mortalidad en el país, y hasta septiembre hay casi 20.000 extras al promedio normal de los últimos cinco años. La única explicación lógica es que la inmensa mayoría son víctimas del Covid no diagnosticadas. Ese mismo domingo Santa Cruz reconoció 1.570 muertes adicionales que no habían sido consideradas y dobló su total.

20.000 muertos adicionales son también 20.000 familias en problemas en un país en el que se trabaja hasta morir y las unidades familiares se solapan para tratar de encontrar un poco de dignidad en la precariedad. Las cifras no son solo cifras, sino dramas humanos individuales.

La incertidumbre sigue. Las pruebas rápidas y los laboratorios privados han tapado la incapacidad del sistema público nacional, dejando miles al margen del registro, pero eso no quiere decir que no existan. Además, el trabajo escasea, los sueldos se recortan, las ventas bajan y la inversión se aplaza. Y en medio de todo eso, los candidatos tratan de proyectar imágenes de alegría y optimismo, con risas desenfadadas y eslóganes vacíos.

Esta vez no hay “fiesta democrática”, sino una urgencia por resolver al menos el primer pilar de la crisis, y nadie se está haciendo muy merecedor de ello. Lo dicen las encuestas, donde los candidatos en vez de subir, bajan. Pero claro, el manual impostado dice que, cuando no te va bien, no hay que creer en ellas.


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