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La utilidad de los bonos

Sería bueno, mínimamente, que el reparto del bono se acompañara de una campaña de apoyo a la producción local y al consumo de los productos de los vecinos, al menos para generar un poco de conciencia y solidaridad

La crisis aprieta, la destrucción de empleo se acelera y la inversión sigue en mínimos. Ni siquiera los Gobiernos subnacionales están logrando activar alguna parte de la inversión pública que permita dinamizar mínimamente la economía y el desenlace puede ser dramático, tal como advierten las entidades supranacionales como la Cepal o el FMI, pero sobre todo, el sentido común.

La gravedad de la caída, evidentemente, es relativa al entorno. Al final, todos los países caemos y probablemente serán aquellos con una economía más informal, apuntalada además por los oscuros negocios como el narcotráfico, los que puedan encarar mejor su propia reconstrucción.

La caída, sin embargo, no parece tener fin ni concierto. Muchos países del entorno sí han planificado su recesión y han trazado planes para minimizar el impacto. Casi todos, después de la experiencia de 2008, han optado por la intervención directa en los sectores esenciales y no por las recetas keynesianas de estímulo. Lo ha hecho, Chile, Estados Unidos y ni qué decir en Europa, donde las transferencias de capital han ido directamente a subsidiar los puestos de trabajo sin mediar una desvinculación.

El impacto limitado del plan de reactivación ha sido soliviantado políticamente con la promoción de bonos de diferente índole

En Bolivia, sin embargo, el plan de reactivación económica se limita a cubrir los desfases de la banca, suponiendo que así seguirán haciendo su trabajo, y a crear pequeños empleos de emergencia, sin cualificación, sin sostenibilidad y sin ningún afán productivo, es decir, la enésima versión del Plan de Empleo Urgente que ni en bonanza se pudo eliminar.

El impacto limitado del plan de reactivación ha sido soliviantado políticamente con la promoción de bonos de diferente índole. Primero se entregó un bono – canasta, que al principio era canasta y al final fue bono, de 400 bolivianos para las personas precisamente con más necesidades, los beneficiarios del bono de Discapacidad, del Juan Azurduy y de la Renta Dignidad. Luego se creó un bono en función a los niños en edad escolar, de 500 bolivianos, que acabó incluyendo incluso a los estudiantes de colegios particulares. Finalmente se creó el bono universal, que fue para todos excepto para los asalariados legalmente establecidos, pese a que nadie garantizara ni sus puestos de trabajo ni su salario, pues de los dos planes que se crearon en ese sentido, apenas el 4% de las empresas tarijeñas pudieron acceder.

La pelea hoy sigue siendo por un bono de 500 o de mil bolivianos que el Ejecutivo y el Legislativo quieren bautizar y salvaguardar su autoría, aunque ninguno cuestiona el fondo del asunto. Bolivia se está endeudando para repartir un bono que en ningún caso soluciona los problemas en el corto plazo a ninguna familia del país, aunque lo aparente.

Sería bueno, mínimamente, que el reparto del bono se acompañara de una campaña de apoyo a la producción local y al consumo de los productos de los vecinos, al menos para generar un poco de conciencia y solidaridad, pues experiencias en el pasado reciente, como el Juancito Pinto – invertido en material escolar chino – o el doble aguinaldo – diluido en el contrabando – han dejado en evidencia que el mercado, por sí mismo, no ayuda a la empresa boliviana.

 


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