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Salud, entre la precariedad y el juramento hipocrático

Por mucho que se esfuercen los Gobiernos, las Instituciones y los Medios de Comunicación, el miedo acaba siendo superior en grandes capas de la sociedad, que se acaba entregando a la desinformación y la especulación ante la epidemia de coronavirus que tiene a medio mundo confinado en sus...

Por mucho que se esfuercen los Gobiernos, las Instituciones y los Medios de Comunicación, el miedo acaba siendo superior en grandes capas de la sociedad, que se acaba entregando a la desinformación y la especulación ante la epidemia de coronavirus que tiene a medio mundo confinado en sus domicilios. Otra cosa es que esas mismas reacciones vengan de profesionales del sector salud, e incluso de médicos.

Que el sistema de salud boliviano es uno de los peores del mundo no es una novedad ni hoy, ni hace quince años ni hace cincuenta. El concepto de la salud como derecho apenas ha existido en el imaginario colectivo, y siempre se ha entendido una salud como servicio, en el que se paga hasta por respirar y en el que la atención era simplemente mejor en la sanidad privada. En la construcción de ese producto han colaborado los Gobiernos desde hace muchos años, pero también el personal que no ha tenido demasiados reparos en derivar hacia la consulta privada. Un status quo en el que todos salían ganando, excepto los ciudadanos.

Desde siempre, la salud aparece en los sondeos como una de las principales preocupaciones ciudadanas, pero tanto por el propio impacto en la propia humanidad, como por el que deja en el bolsillo. No arruinarse suele ponderarse incluso por delante de la propia supervivencia.
Es cierto que hay que exigir todas las medidas de seguridad para el personal, y es cierto también que es el momento de la verdad, el momento en el que todos los bolivianos queremos sentirnos orgullosos de nuestros médicos, enfermeras y ayudantes
El coronavirus está generando un impacto mundial, paralizando las economías más poderosas del mundo y sometiendo a sus rigores a una buena parte de la población. Absolutamente todos los sistemas de salud, salvo tal vez el alemán, han colapsado ante los requerimientos médicos del tratamiento del virus y su capacidad de infestación.  Es verdad que unos estaban más preparados y que otros tuvieron más o menos tiempo para reaccionar. En el caso de Bolivia, el virus se hizo presente casi tres meses después de que se empezara a hablar de él.

La falta de equipamiento médico – camas UCI, respiradores, salas, etc., - es una herencia recibida en un sistema que nunca se planificó; la falta de equipamientos de protección personal es, sin embargo, una falta de previsión de corto alcance.

Los datos en todo el mundo están poniendo al personal de salud como uno de los sectores más afectados por la enfermedad, evidentemente por el contacto diario al que se someten y por el sacrificio que le ponen a la misión de salvar vidas.

En el país hemos visto algunas reacciones poco apropiadas ante una pandemia de estas características. Desde personal de salud bloqueando hospitales para impedir que entren los enfermos a médicos que aseguran que nadie les capacitó, pese a que el común de los profesionales entienden que se trata de una enfermedad infecciosa más que hay que tratarla como tal, e incluso médicos renunciando o pidiendo licencias en el momento que más se les necesita.

Es cierto que hay que exigir todas las medidas de seguridad para el personal, y es cierto también que es el momento de la verdad, el momento en el que todos los bolivianos queremos sentirnos orgullosos de nuestros médicos, enfermeras y ayudantes por la valentía de enfrentar a un enemigo desconocido, con lo que tenemos.

 

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