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Tarija, algo pasa con nuestro vino

Algo no funciona como debiera. Durante todo un año, desde las diferentes instancias públicas y privadas, se defienden las virtudes de nuestra campiña y la prodigiosa cadena de uvas, vinos y singanis, segunda fuente de ingresos más importante para el departamento. En nueve o diez meses...

Algo no funciona como debiera. Durante todo un año, desde las diferentes instancias públicas y privadas, se defienden las virtudes de nuestra campiña y la prodigiosa cadena de uvas, vinos y singanis, segunda fuente de ingresos más importante para el departamento. En nueve o diez meses impulsamos y protegemos el producto tarijeño por excelencia, y todo el mundo suelta una sonrisa de orgullo cuando se le reconoce la particularidad en algún lugar del país.

Durante todo un año también, se detallan inversiones de riego, carreteras, se abren caminos y puentes para facilitar la cosecha, y como cada año, se habla de las famosas cámaras de frío de Uriondo.

Por un momento, todo el mundo puede imaginar un mundo idílico de sol, efluvios de vino y rosas, música sentida y campesinos diseminando sus sabidurías sobre el fruto de la bebida literaria por excelencia.

La realidad cuando llega la vendimia es otra. Cada febrero, cada marzo, los productores salen a la plaza Luis de Fuentes a lamentar que los precios de la caja de uva están por los suelos y que apenas vale la pena cosechar porque apenas se gana.

El problema a priori parece evidente. En un mercado basado en las reglas del capital, oferta y demanda como el que vivimos, lo que faltan son lugares donde colocar el producto, que tradicionalmente viajaba al interior del país, sobre todo La Paz; que se iba a las bodegas para producir vinos y que llegaba a las mesas también de los tarijeños.

La tercera opción parece seguir cubierta, y son muchos los tarijeños que reconocen degustar el producto hasta tres veces al día, pero el problema parece estar en los otros dos.

En el mercado interior parece haber calado la campaña irresponsable de algunos responsables del Ministerio de Hidrocarburos anterior, que jugaron con la calidad de la uva para contrarrestar sus macabras intenciones sobre Tariquía o la exploración no convencional, lo que progresivamente ha generado anticuerpos.

El otro problema central es el de las bodegas. Cada vez más, las bodegas tarijeñas han apostado por cultivar su propia uva, pero además, tampoco han invertido en multiplicar la producción de vino, sino que han optado por una estrategia de elaboración de vinos de alta calidad y altos precios, que por el momento les parece ser suficiente.
Más allá del contrabando, que los productores insisten en señalar aunque solo sea para no apuntar a nadie, la colaboración público – privada parece haber llegado a tope en esa cadena.
El resultado es que por ejemplo, en La Paz, uno puede llegar a pagar hasta 200 bolivianos por un vino de clase media que en Tarija cuesta 60, por lo que se ha equiparado ya al precio de los vinos de importación, pese a que los márgenes deberían ser más aceptables, y lamentablemente, en la elección pierden aunque la calidad sea la misma. Así somos.

Cada año se ponen más hectáreas bajo riego, este último, casi se duplicó la extensión con el proyecto Cenavit – Calamuchita. Vender el producto en bruto tiene sus limitaciones, cuando además se han perdido mercados. Las cámaras de frío también son limitadas, además de costosas en su mantenimiento.

La solución pasa evidentemente por el vino, cuyo mercado es mucho más estable y mucho menos urgente, pero por el momento, las bodegas no están logrando – o queriendo – ampliar su producción. Al final, es su derecho.

Más allá del contrabando, que los productores insisten en señalar aunque solo sea para no apuntar a nadie, la colaboración público – privada parece haber llegado a tope en esa cadena. Es tiempo, por tanto, de dar nuevos pasos.

 

 

 

 

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