La necesidad de una planta petroquímica

El problema de que el país se electoralice a toda velocidad y el Gobierno de Transición se convierta en Gobierno candidato, y por tanto, Gobierno electoral, es que las cosas que deben ser abordadas en serio y desde la legitimidad democrática, pueden convertirse en chacotas y mensajes de...

El problema de que el país se electoralice a toda velocidad y el Gobierno de Transición se convierta en Gobierno candidato, y por tanto, Gobierno electoral, es que las cosas que deben ser abordadas en serio y desde la legitimidad democrática, pueden convertirse en chacotas y mensajes de campaña.

Uno de los asuntos más delicados que le quedó a este Gobierno en transición es el de los hidrocarburos. Por un lado están las inminentes negociaciones con Brasil por el contrato de gas y con Argentina, que algunos quieren acelerar, contratos donde apenas un centavo de más o de menos se traduce en decenas de millones. Por otro lado, por el proceso interrumpido de industrialización que el último Gobierno de Evo Morales boicoteó.

El último ministro de Hidrocarburos, Luis Alberto Sánchez, nunca contempló en serio la construcción de la planta de propileno en Yacuiba, muestra de ello son los cinco años de idas y venidas, licitaciones fallidas y plazos incumplidos. Su sucesor, Víctor Hugo Zamora, parece estar en la misma posición. Todo el manejo relativo al tema ha tenido que ver con lo electoral y no con el desarrollo real.

El último en referirse al tema ha sido sin embargo el ministro de Economía, José Luis Parada, que ha decidido que “no es necesaria” una planta de plástico en Bolivia, y ha citado como justificación las supuestas tendencias mundiales hacia la reducción.
No estamos negando aquí el impacto del plástico sobre la salud del planeta, ni siquiera el derecho legítimo de los países pobres a contaminar como contaminaron los que hoy son ricos. Los avances tecnológicos están para aprovecharlos
Es posible que algunos cándidos activistas de salón crean que con unas campañitas de reducción de bolsas plásticas, todo bien propagandeado, se esté contribuyendo a salvar el planeta. Lo cierto es que la producción mundial de plástico creció un 3,8% según el último dato disponible de 2018 de Greenpeace, y se acerca ya a las 350 millones de toneladas al año.

De esa cantidad, el 50,1% se produce en Asia, el continente que más crece; un 18,5% en Europa, un 17,7% en el área de México, Estados Unidos y Canadá; un 7,1% en el Oriente Medio – África y apenas un 4% en Sudamérica.

Que se produzca menos en Sudamérica no quiere decir que sus habitantes no consuman ingentes cantidades de plástico, tanto del duro como del blando, tanto en envases absurdos como en carcasas de computadoras, celulares y piezas de automoción. Lo que quiere decir es que básicamente, lo importamos prácticamente todo.

En el Mercosur, Argentina y sobre todo, Brasil, cuentan con una industria de estas características que ligeramente cubre sus principales demandas. Es curioso que la producción en Colombia, Ecuador o Venezuela, con producciones petroleras notables, es prácticamente insignificante en la relación.

La lucha por la petroquímica boliviana en la frontera sur, ahí donde hay un mercado interno alejado de las costas y con potencial para la dimensión, es sobre todo una cuestión de soberanía. De mostrar que sí se puede. Evidentemente, hay demasiadas cargas que insisten en que los bolivianos no podemos y debemos contentarnos con vender en bruto y nada más, para que al otro lado, otros se hagan más ricos. En este caso, el interés de Brasil es más que evidente en que nada de esto salga adelante.

No estamos negando aquí el impacto del plástico sobre la salud del planeta, ni siquiera el derecho legítimo de los países pobres a contaminar como contaminaron los que hoy son ricos. El plástico sigue siendo elemento vital en la vida y el bienestar social. Los avances tecnológicos permiten cada vez plásticos más amables y con procesos reciclables adecuados y en eso es donde se deben hacer esfuerzos, no comprar cada vez el argumento de nuestra inutilidad.

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