De ultimatums y estrategias
La frustración en política no es un estado definitivo que requiera de un tratamiento puntual y constante para recuperar los signos vitales, sino que más bien tiene que ver con una estrategia para llegar a puntos particulares. Viene a ser un estado ideal para subir a otro nivel o abrir vías...
La frustración en política no es un estado definitivo que requiera de un tratamiento puntual y constante para recuperar los signos vitales, sino que más bien tiene que ver con una estrategia para llegar a puntos particulares. Viene a ser un estado ideal para subir a otro nivel o abrir vías hasta el momento vetadas, precisamente por el status quo que rige el establishment político.
Enfrentar esos tabúes debería ser el ejercicio cotidiano de la política nacional, aquí y en Roma, pero sin embargo, todas las fuerzas están más preocupadas del qué dirán – la clase media acomodada – que de plantearse una buena estrategia de comunicación – seducción – convicción para lograr el respaldo necesario a la medida.
En campaña, por ejemplo, se empezó hablando muy tímidamente de derechos de la mujer y otros asuntos como el aborto, pero nadie tenía la intención de enfrentar en serio esos jardines. Cuando apareció el candidato ultraconservador, todos se volvieron ultraconservadores.
En años de Gobierno del MAS, por ejemplo, la izquierda más progresista ha querido ver cambios sociales relevantes, reformas estructurales que permitieran sacar pecho con el gobierno bolivariano, pero a la larga, apenas se cuentan un puñado de bonos nada equitativos, una fiscalidad basada en el IVA – el más injusto de todos los impuestos – y una salud universal impulsada por decreto a meses de una elección y sin molestarse en cambiar la lógica mercantilista que impera en la salud boliviana.
La inmensa mayoría de los bolivianos está convencido de que la violencia no es el camino para superar la coyuntura actual, y que en todos los casos se debe insistir en una vía democrática para la que no existan atajos, ni tramposos
Eso mismo le ha pasado a la izquierda más nacionalista, que se montó en la nacionalización de las riquezas naturales y en los servicios estratégicos del Estado, pera cuya implementación posterior no ha salido de las perversas lógicas del mercado y de los terrores propios del dogma neoliberal – por ejemplo, en la industrialización del gas -.
En esas, también la derecha racial ha tenido que ocultar sus aspiraciones – o perversiones – para conciliar y crecer, mientras en privado alimenta un ideal secreto que solo se alcanza a través de la frustración, pues muy pocos estarían dispuestos a avanzar en caminos separatistas a estas alturas del partido sin apelar de nuevo a un victimismo hipersensible.
La inmensa mayoría de los bolivianos está convencido de que la violencia no es el camino para superar la coyuntura actual, y que en todos los casos se debe insistir en una vía democrática para la que no existan atajos, ni tramposos. Y sí, es evidentemente la movilización la que puede configurar otro escenario, pero nadie debe olvidar que la violencia acaba por deslegitimar a quien la ejerce, y a quien la provoca.
Bolivia vive una situación compleja que exige de políticos a la altura. No es tiempo de dar ultimátum ni de asaltos a los cielos ni de amenazas veladas, sino de decisiones meditadas que garanticen la convivencia pacífica y la unidad nacional. Si nadie es capaz de garantizar esto, es necesario encontrar soluciones en la Constitución, que las hay.
Enfrentar esos tabúes debería ser el ejercicio cotidiano de la política nacional, aquí y en Roma, pero sin embargo, todas las fuerzas están más preocupadas del qué dirán – la clase media acomodada – que de plantearse una buena estrategia de comunicación – seducción – convicción para lograr el respaldo necesario a la medida.
En campaña, por ejemplo, se empezó hablando muy tímidamente de derechos de la mujer y otros asuntos como el aborto, pero nadie tenía la intención de enfrentar en serio esos jardines. Cuando apareció el candidato ultraconservador, todos se volvieron ultraconservadores.
En años de Gobierno del MAS, por ejemplo, la izquierda más progresista ha querido ver cambios sociales relevantes, reformas estructurales que permitieran sacar pecho con el gobierno bolivariano, pero a la larga, apenas se cuentan un puñado de bonos nada equitativos, una fiscalidad basada en el IVA – el más injusto de todos los impuestos – y una salud universal impulsada por decreto a meses de una elección y sin molestarse en cambiar la lógica mercantilista que impera en la salud boliviana.
La inmensa mayoría de los bolivianos está convencido de que la violencia no es el camino para superar la coyuntura actual, y que en todos los casos se debe insistir en una vía democrática para la que no existan atajos, ni tramposos
Eso mismo le ha pasado a la izquierda más nacionalista, que se montó en la nacionalización de las riquezas naturales y en los servicios estratégicos del Estado, pera cuya implementación posterior no ha salido de las perversas lógicas del mercado y de los terrores propios del dogma neoliberal – por ejemplo, en la industrialización del gas -.
En esas, también la derecha racial ha tenido que ocultar sus aspiraciones – o perversiones – para conciliar y crecer, mientras en privado alimenta un ideal secreto que solo se alcanza a través de la frustración, pues muy pocos estarían dispuestos a avanzar en caminos separatistas a estas alturas del partido sin apelar de nuevo a un victimismo hipersensible.
La inmensa mayoría de los bolivianos está convencido de que la violencia no es el camino para superar la coyuntura actual, y que en todos los casos se debe insistir en una vía democrática para la que no existan atajos, ni tramposos. Y sí, es evidentemente la movilización la que puede configurar otro escenario, pero nadie debe olvidar que la violencia acaba por deslegitimar a quien la ejerce, y a quien la provoca.
Bolivia vive una situación compleja que exige de políticos a la altura. No es tiempo de dar ultimátum ni de asaltos a los cielos ni de amenazas veladas, sino de decisiones meditadas que garanticen la convivencia pacífica y la unidad nacional. Si nadie es capaz de garantizar esto, es necesario encontrar soluciones en la Constitución, que las hay.