Buen empleo juvenil para un Estado fuerte
La precariedad en el empleo juvenil no es una condición propia de Tarija ni de Bolivia, sino que forma parte de uno de los problemas mundiales de la juventud, y es similar en cualquier país del globo terráqueo, aunque en cada lugar haya algunas particularidades endógenas que lo manifiestan de...
La precariedad en el empleo juvenil no es una condición propia de Tarija ni de Bolivia, sino que forma parte de uno de los problemas mundiales de la juventud, y es similar en cualquier país del globo terráqueo, aunque en cada lugar haya algunas particularidades endógenas que lo manifiestan de una u otra forma.
El dato, con sus proyecciones, del Instituto Nacional de Estadística (INE) lleva el porcentaje de desempleados en Tarija entre los 16 y los 29 años al 42%. En esa condición se entiende que están los jóvenes que quieren trabajar y no logran, y no los que simplemente se dedican a estudiar al tener todas sus necesidades vitales cubiertas.
Por lo general, en el mundo entero se empieza a aceptar que el joven, a la hora de ingresar al mercado laboral, debe tener una “mínima” formación teórica, que a veces incluye hasta maestrías. Además, se acepta de forma demasiado normal que al ser joven y no tener la experiencia requerida, se debe pasar por un extraño proceso discriminatorio de cobrar menos por el mismo trabajo que otros. A veces ese menos se alarga en el tiempo y pasa a ser “lo normal”.
Las universidades siguen expulsando una gran cantidad de, por ejemplo, licenciados en derecho, sin que el mercado sepa qué hacer con ellos
Estas condiciones tienen una especial incidencia en Bolivia con un sistema escolar demasiado rígido que expulsa estudiantes sin la capacidad suficiente de completar la escolaridad obligatoria hasta sexto de secundaria y no ofrece otras alternativas de cualificación. En Bolivia parece tabú cuestionar que no todos los estudiantes pueden estudiar hasta esa edad no solo por sus condiciones socioeconómicas, que también, sino por sus propias condiciones intelectuales. Esos alumnos que ingresan al sistema y se frustran, además de retrasar al resto, podrían ser excelentes artesanos o trabajadores manuales; fantásticos carpinteros, mecánicos o electricistas, y probablemente lo acaban siendo, pero no a través del sistema formal de escolarización, sino a través del proceso en cualquier taller o cuadrilla que les da la oportunidad.
El otro gran sector de frustrados desocupados es precisamente el que sí ha estudiado, pero una vez que sale de la Universidad - y también de las carreras técnicas – no logra ubicarse en un puesto de sus competencias, bien porque requiere de una mayor especialización, bien porque simplemente, no hay espacios. Las universidades siguen expulsando una gran cantidad de, por ejemplo, licenciados en derecho, sin que el mercado sepa qué hacer con ellos.
El problema es apenas reconocido por los sectores llamados a ello, incluida la Central Obrera, que pone más énfasis en mejorar la jubilación como método de hacer espacios en el mercado laboral, que en realmente concentrarse en cómo dinamizar a un sector con mucha potencialidad, pero también mucha frustración.
Al final, un país necesita fuerza productiva bien cualificada y con experiencia, pero si no hay un gran pacto que fomente estas opciones y cubra las necesidades reales, difícilmente podremos consolidar un crecimiento ganado en los últimos años.
Un trabajo estable es todavía la piedra fundamental de la construcción familiar, y las familias son a la vez el pilar de un Estado fuerte. Es necesario profundizar en las soluciones.
El dato, con sus proyecciones, del Instituto Nacional de Estadística (INE) lleva el porcentaje de desempleados en Tarija entre los 16 y los 29 años al 42%. En esa condición se entiende que están los jóvenes que quieren trabajar y no logran, y no los que simplemente se dedican a estudiar al tener todas sus necesidades vitales cubiertas.
Por lo general, en el mundo entero se empieza a aceptar que el joven, a la hora de ingresar al mercado laboral, debe tener una “mínima” formación teórica, que a veces incluye hasta maestrías. Además, se acepta de forma demasiado normal que al ser joven y no tener la experiencia requerida, se debe pasar por un extraño proceso discriminatorio de cobrar menos por el mismo trabajo que otros. A veces ese menos se alarga en el tiempo y pasa a ser “lo normal”.
Las universidades siguen expulsando una gran cantidad de, por ejemplo, licenciados en derecho, sin que el mercado sepa qué hacer con ellos
Estas condiciones tienen una especial incidencia en Bolivia con un sistema escolar demasiado rígido que expulsa estudiantes sin la capacidad suficiente de completar la escolaridad obligatoria hasta sexto de secundaria y no ofrece otras alternativas de cualificación. En Bolivia parece tabú cuestionar que no todos los estudiantes pueden estudiar hasta esa edad no solo por sus condiciones socioeconómicas, que también, sino por sus propias condiciones intelectuales. Esos alumnos que ingresan al sistema y se frustran, además de retrasar al resto, podrían ser excelentes artesanos o trabajadores manuales; fantásticos carpinteros, mecánicos o electricistas, y probablemente lo acaban siendo, pero no a través del sistema formal de escolarización, sino a través del proceso en cualquier taller o cuadrilla que les da la oportunidad.
El otro gran sector de frustrados desocupados es precisamente el que sí ha estudiado, pero una vez que sale de la Universidad - y también de las carreras técnicas – no logra ubicarse en un puesto de sus competencias, bien porque requiere de una mayor especialización, bien porque simplemente, no hay espacios. Las universidades siguen expulsando una gran cantidad de, por ejemplo, licenciados en derecho, sin que el mercado sepa qué hacer con ellos.
El problema es apenas reconocido por los sectores llamados a ello, incluida la Central Obrera, que pone más énfasis en mejorar la jubilación como método de hacer espacios en el mercado laboral, que en realmente concentrarse en cómo dinamizar a un sector con mucha potencialidad, pero también mucha frustración.
Al final, un país necesita fuerza productiva bien cualificada y con experiencia, pero si no hay un gran pacto que fomente estas opciones y cubra las necesidades reales, difícilmente podremos consolidar un crecimiento ganado en los últimos años.
Un trabajo estable es todavía la piedra fundamental de la construcción familiar, y las familias son a la vez el pilar de un Estado fuerte. Es necesario profundizar en las soluciones.