No solo es que llueva

2018 está resultando un año atípico en el nivel de pluviosidad. Llovió generosamente el pasado verano, con mucha intensidad en febrero y marzo, y como hacía varios años, ha empezado a llover de forma frecuente en los meses de septiembre y octubre. Desde la pasada década que esto no...

2018 está resultando un año atípico en el nivel de pluviosidad. Llovió generosamente el pasado verano, con mucha intensidad en febrero y marzo, y como hacía varios años, ha empezado a llover de forma frecuente en los meses de septiembre y octubre. Desde la pasada década que esto no sucedía con la regularidad actual.

Las lluvias generosas han permitido trabajar con más calma en algunos de los proyectos más ambiciosos que el departamento lleva a cabo, como el de Cenavit – Calamuchita en El Valle de la Concepción, un proyecto que prevé habilitar nuevas tierras para la vid y empezar a apuntalar la teoría casi lírica de la vinicultura como alternativa al gas natural. El proyecto debe entregarse en el corto plazo aunque la cosecha de este año esté – por el momento - más garantizada.

Las lluvias han permitido también un escenario más benevolente en el Chaco ardiente, en el distrito 11 de Villa Montes y en las quebradas de Caraparí. Este año no huele a muerto en la ruta al Paraguay. La lluvia ha mantenido con vida al ganado y salvo hecatombe, dicen los lugareños, que tal vez este año se puedan generar algunas ganancias.

Algo más complejo es el asunto en la zona alta, donde sembrar es siempre más difícil y donde las lluvias adelantadas pueden convertirse en granizo. También allí donde los errores y desastres en la implementación de los proyectos del Mi Riego y Mi Agua se evidencian más. La zona alta está repleta de lonas y agujeros destinados a conservar agua, pero el sistema de canales está condenando al fracaso una y otra vez los esfuerzos concentrados.
Tarija, gran cultivadora de gas, que alimenta a todo el país y por supuesto condiciona toda la economía departamental, sigue siendo un departamento esencialmente agrícola. La desdichada Cementos El Puente al margen, las escasas industrias más o menos grandes en Tarija son agrícolas: IABSA, la fábrica de aceite de Villa Montes, Faba, Montecristo, las lecheras y obviamente, las bodegas.

2018 y sus lluvias resultaba un año precioso para cavilar un plan departamental de revolución agroalimentaria que realmente se ocupara de toda la cadena. Pero no todos los protagonistas de la cadena están dispuestos a discutir por lo mismo.

El departamento de Tarija ha generado condiciones para incentivar una industria agroalimentaria a escala real. Aquí donde nos gusta tanto lamentarnos, nos inventamos la canasta alimentaria para los adultos mayores y el Prosol, para fortalecer la producción. Mercado asegurado para nuevos emprendimientos y recursos a fondo perdido para emprender. Un lujo.

La canasta se convirtió incluso en blanqueo de contrabando y el Prosol en degeneración sectorial, pero lo cierto es que no es tarde para enderezar el rumbo. Obligar que la canasta se dote con productos hechos en Tarija no debería ser un problema; que el Prosol se invierta en matrices productivas tampoco.

Es tiempo de cambiar la historia y no solo porque el gas se agote; Tarija tiene condiciones y planes para apuntalar su sector primario y continuar así hacia arriba, dejando de lado los prejuicios y los complejos del pasado. No todo es cuestión de esperar que llueva.

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