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Sumas, miedos, lupanares y su responsabilidad política

La cadena de despropósitos parece no tener fin. Para algunos es por el agosto maldito – bendito; para otros, los nervios del Bolivia Dijo NO; para otros, conspiraciones imperialistas infiltradas en las filas del Movimiento Al Socialismo. El Gobierno parece haberse convertido en el camarote de...

La cadena de despropósitos parece no tener fin. Para algunos es por el agosto maldito – bendito; para otros, los nervios del Bolivia Dijo NO; para otros, conspiraciones imperialistas infiltradas en las filas del Movimiento Al Socialismo. El Gobierno parece haberse convertido en el camarote de los hermanos Marx y todo podría considerarse una hilarante parodia sin fin si no fuera por la trascendencia de los asuntos que se traen entre manos.

La comedia empezó el jueves, cuando la Unidad de Investigación Financiera (UIF) decidió por sorpresa publicar las cuentas de presidente y vicepresidente por su expreso pedido de levantar su secreto bancario ¡hace nueve años! En esas nos enteramos que detrás de la glamurosa y muy científica unidad especializada estaba ni más ni menos que Teresa Morales, política todoterreno y con varios entuertos a su espalda.

Tan singular era la publicación que corrió como la espuma por todos los medios de comunicación y redes sociales, con sus respectivos memes y chascarrillos. Morales reportaba 400.000 bolivianos, tres autos y un lote comprado a crédito. García Linera apenas 30.000 pesitos y dos créditos (¡uno de ellos social!) que sumaban algo menos de 1,5 millones de bolivianos, que aunque suene rimbombante es acorde al entorno paceño de la clase media y el empleado dependiente de ingresos moderados.

La cuestión empezó a tomar visos de comedia trágica cuando se informó de lo que ya muchos habían detectado, los totales no coincidían entre bolivianos y dólares y el presidente contaba con un patrimonio de más de 700.000 bolivianos en efectivo, que para un presidente 12 años en el poder es bastante modesto. En verdad daba vergüenza ajena que, nueve años después de su solicitud, la UIF tuviera que improvisar y corregir datos. Se convertía el fallo en una especie de alegoría sobre nuestro lamentable sistema educativo, tolerante al error hasta el extremo. Hasta semejante extremo.

Pero la situación tomó otro cariz cuando se supo que la responsable de la UIF denunció al funcionario que se equivocó y el juez lo mandó ni más ni menos que al penal de San Pedro. ¿Qué entenderán por responsabilidad jerárquica? ¿Alguien puede creer que nadie, salvo un funcionario sin nombre, revisó esa publicación “sorpresiva” nueve años después?

De comedia fue también lo que sucedió en el patio de la Casa de la Moneda el 6 de agosto durante el discurso institucional de presidente y vicepresidente, que como cada año se limitó a hacer arenga política, solo que esta vez se sorprendió de que otros hicieran lo propio en el mismo escenario. Triste fue la espantada del presidente Morales, que no pudo hilar su discurso y ni siquiera lo intento, pero más triste fue la transmisión por el canal Estatal, que como en la mayoría de países, es un mero canal del Gobierno de turno. Nada raro que algún sonidista acabe también en San Pedro.

El acabose fue el extravío de la medalla y la banda presidencial, a cargo de militares que prestan el servicio en la guardia del presidente Evo Morales. Mientras se aclara la veracidad de la historia del robo perpetrado al oficial custodio cuando este satisfacía sus necesidades en un lupanar y el milagroso hallazgo en el atrio de San Pedro, cual pecadores arrepentidos, lo cierto es que esta vez sí caerá el peso de la Ley sobre el burlado, civil y tal vez militar.

La responsabilidad es un valor esencial en el ejercicio profesional y político. Aquel que no esté dispuesto a asumirla, es mejor que se quede en escenarios cómodos, sin pretender llegar muy lejos. Una vez arriba, nadie puede patalear, ni escudarse en los subordinados, ni castigarlos con saña, ni entregarse a la lujuria sin que, al final, asuma las consecuencias de lo que ha hecho. La imagen pública de un Estado hay que cuidarla todos los días.

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