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Evo dijo no

Nunca dio la sensación de que el Presidente Evo Morales quisiera estar ayer en Potosí, ni en el Te Déum, ni en el desfile, ni mucho menos en la Sesión de Honor de la Asamblea Legislativa Plurinacional. Su propio porte, mucho más desencajado que en la peor que se le recuerde, dio alas a los...

Nunca dio la sensación de que el Presidente Evo Morales quisiera estar ayer en Potosí, ni en el Te Déum, ni en el desfile, ni mucho menos en la Sesión de Honor de la Asamblea Legislativa Plurinacional. Su propio porte, mucho más desencajado que en la peor que se le recuerde, dio alas a los asambleístas y al pequeño grupo de activistas del 21F que habían logrado romper el cerco para llevar su protesta hasta el segundo patio de la Casa de la Moneda de Potosí, un emblemático lugar cargado de simbolismo que ayer se convirtió en secundario en un acto que nadie parecía querer desarrollar.

Morales dijo no a las primeras de cambio, y atribuyendo las causales al frío, anunció que recortaría su discurso para salvaguardar la salud de los asistentes, como el Cardenal Ticona, desatando la algarabía de la oposición, que calculaba fuerzas para sostener el griterío unas dos horas. No hizo falta.

En los 33 minutos que el presidente se mantuvo frente al micrófono no logró acertar ni con el tono ni con el ritmo que requería una situación como la vivida. Hay que decir que tampoco Canal 7, aún a riesgo de que acaben metiendo en San Pedro a algún sonidista, logró filtrar adecuadamente los sonidos para que los bolivianos, desde sus camas – cocinas – autos, escucharan el mensaje del presidente y no un acumulo de gritos sobrepuestos y silencios cortados.

Morales quiso refugiarse en sus clásicos: los Chuquiago Boys, los indios que mandan y sobre todo, la catarata de cifras, porcentajes e indicadores dictados y aprobados por el Fondo Monetario Internacional que evidencian la ortodoxia neoliberal del brazo económico del Gobierno. Eso sí, Morales acabó al final asegurando que “ni la Embajada, ni el Banco Mundial, ni el FMI” dictan ahora las políticas en el país.

Más o menos desde que Walter Chávez ya no está en los hilos de la comunicación y la estrategia política del MAS, es prácticamente imposible descifrar la intencionalidad de los actos que se promueven y presentan. Nadie asume tampoco responsabilidades al respecto. En un acto como el de ayer, con un 6 de agosto totalmente polarizado y con los activistas del 21F copando la agenda en las redes sociales, lo normal y lo que hubiera recomendado cualquier estratega era realizar un gran anuncio, o varios, que tuviera entretenido a políticos de oposición y multimedias en descifrar sus alcances. Pero no.

El discurso de Morales ayer, si lo tenía, no logró ningún objetivo. Apenas hilar un puñado de datos cada vez más increíbles y, tal vez apenas, reivindicar un carácter nacionalizador que hace años no ejerce, que tampoco ha desarrollado y que casi ha dinamitado al perseguir hasta el infinito la nacionalización de la chilena Quiborax para castigar a Carlos Mesa.

Lo que sí logró fue mostrar un presidente acorralado y dubitativo, por momentos enervado y enojado, incómodo ante cualquier atisbo de crítica o disconformidad, producto seguramente del agotamiento del poder y de lidiar doce años con los mismos adulones.

Antes de que los teóricos de la estrategia y la comunicación política empezaran a teorizar sobre la destrucción de los partidos y el culto al candidato como llave del triunfo electoral, el MAS ya había sepultado a la oligarquía partidaria tradicional y había encumbrado a Evo Morales como presidente con mayorías magníficas. Era entonces un presidente más cercano, que sabía equivocarse, que era mortal y que no necesitaba una corte celestial que coreara su nombre sin atender a lo que dice. Entonces iban por delante. Ahora ya no. Lo de ayer pareció una deserción.

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