Vivir del vino

No es este editorial una incitación a los excesos, sino todo lo contrario. Desde hace tanto tiempo que se habla del vino como uno de los principales motores de la economía tarijeña que parecería nada nuevo se puede decir más allá de constatar los recurrentes retrasos que han impedido...

EDITORIAL
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No es este editorial una incitación a los excesos, sino todo lo contrario. Desde hace tanto tiempo que se habla del vino como uno de los principales motores de la economía tarijeña que parecería nada nuevo se puede decir más allá de constatar los recurrentes retrasos que han impedido materializar la iniciativa. “Vivir del vino” era un eslogan manido, pero tal vez se empiecen a ver resultados en el corto plazo.

En los últimos meses las bodegas han dado saltos adelante en su calidad y en la especialización de sus productos, en una apuesta ya decidida por los productos de alto rango frente a una producción masiva. También ha habido noticias sobre nuevos mercados de exportación, incluso con anuncios relativos al mercado chino que sí demanda mayores volúmenes. A la vez también se han concretado proyectos de riego de gran envergadura y no solo los pequeños atajados comunales e incluso se ha tenido alguna dosis de suerte, como la promoción gratuita que se logra cuando una celebridad se enamora de nuestro singani.

Es verdad que también ha habido alguna iniciativa poco coherente, como aquellas pretensiones legislativas que pretendían adulterar precios de mercado con concurrencia pública o las restricciones de crédito y las propias del sector emprendedor, nunca bien ponderado.

Hasta ahora se había hablado del vino y sus posibilidades como futuro, pero comienza a ser realidad. Las ventas en el mercado nacional de la uva se han elevado a 40 millones de bolivianos, las intenciones de negocio exportador de vino suman millones de dólares y el turismo ya reporta cifras sensacionales de un tipo de turista culto atraído precisamente por lo que rodea a ese producto. La conclusión es que ya se puede empezar a hablar en presente del “vivir del vino”, pero falta.

Faltan muchas cosas por hacer porque evidentemente tenemos cosas que ayudan a que la demanda siga creciendo en un mercado mundial. El vino tarijeño tiene una característica intrínseca propia que lo diferencia con mucho de sus competidores, y es la marca “Vinos de altura”. En verdad son de altura, y eso, en una carta selecta de un restaurante de estrellas Michelin viste, pero también en los aparadores de un gran centro comercial a los que los no especializados se acercan a comprar cosas que puedan impresionar, marcan la diferencia.
La buena carta de presentación es además refrendada por la calidad del vino de altura que finalmente se descorcha, y es que, a pesar de las limitaciones y la preminencia artesanal, o precisamente por ellas, el vino de altura sabe estar a la altura.

Hay, claro, aspectos que no ayudan. Las bodegas tienen dificultades para crecer como la mayoría de las empresas en Bolivia, el crédito es caro y moroso y además, los responsables de las entidades educativas superiores siguen faltos de reflejos a la hora de ofrecer titulaciones acordes a lo que demanda el mercado.

La vida del vino se empieza a hablar en presente y las posibilidades son inmensas. No todo será bueno, pero en cualquier caso, hay que estar preparados.

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