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Argentina en la trampa de la deuda; lecciones para Bolivia

El gobierno argentino ha vuelto a pedir auxilio a los guardianes de la ortodoxia neoliberal. Sus seguidores, en todos los países, se apresuraron en echarle la culpa su predecesora, Cristina Fernández de Kirchner. Pero las causas del actual problema no pueden ser achacadas a otros. Y es que...

El gobierno argentino ha vuelto a pedir auxilio a los guardianes de la ortodoxia neoliberal. Sus seguidores, en todos los países, se apresuraron en echarle la culpa su predecesora, Cristina Fernández de Kirchner. Pero las causas del actual problema no pueden ser achacadas a otros.
Y es que todo empezó cuando Mauricio Macri aceptó pagar a los “fondos buitre” –una deuda ilegítima-, apenas asumió la presidencia.
A principios de 2016, su exministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat-Gay, anunciaba que para cumplir los arreglos que demandan los bonistas en Nueva York, la administración estaría pagando un estimado cercano a los 20 mil millones de dólares.
Para poder pagar esto, el gobierno de Macri se endeudó aún más, a través de bonos que colocados tanto en el mercado local como en el exterior.
El economista argentino Julio Gambina advertía que con la colocación de bonos, la deuda pública alcanzaría un stock de 300.000 millones de dólares, “y habilita a nuevas rondas de préstamos que agravará la hipoteca” de su país.
Casi paralelamente al anuncio de pagar los fondos buitre, el Ministerio de Energía argentino anunciaba el incremento de tarifas eléctricas entre 200 y 500%, y poco después subieron también el gas y el agua en proporciones similares.
El argumento del gobierno era que con esas medidas se estaba previniendo “un impacto negativo en la economía nacional” y que además se “afianza las condiciones propicias para la incorporación de inversiones privadas”, especialmente extranjeras, en un intento desesperado por atraer dólares.
Precisamente en esa dirección apuntaba también la medida de eliminar los impuestos a las exportaciones mineras y agrícolas (fundamentalmente soya transgénica).
Pese a todo esto, la prometida “lluvia de inversiones” no llegó en 2016. Tampoco lo hizo en 2017. Los dólares que sí llegaron fueron fundamentalmente para comprar Lebacs (Letras del Banco Central argentino), para lo cual los inversionistas compraban primero pesos argentinos.
Sin embargo, tras beneficiarse de la rápida y elevada rentabilidad, los acreedores vuelven a comprar dólares y se los llevan fuera de Argentina. Con esta denominada “bicicleta financiera”, salen más dólares de los que ingresaron originalmente. Algo que sólo se sostiene con más deuda.
No en vano, a mediados de 2017, explotó la noticia la noticia de emisión de un bono a 100 años plazo por parte del gobierno de Mauricio Macri. Una operación financiera relámpago y secreta pactada a una tasa de interés altísima y a un plazo ultralargo. El interés: 7,125% anual. El monto: 2.750 millones de dólares. El plazo: 100 años.
El principal autor de la insólita emisión fue el sucesor de Prat-Gay en el ministerio de Finanzas, Luis Caputo, ex Deutsche Bank y JP Morgan, ganándose el apodo de “Ministro de la Deuda”. Los analistas del vecino país a su vez apodaron a esta emisión como “la deuda eterna”.
Casi un año después, los mismos problemas no sólo continúan, sino que parecen aún más complicados que antes. El peso argentino se ha desplomado, y el pedido de auxilio al FMI ha resonado por el mundo entero.
Está claro que se viene más deuda. El problema principal es que todas estas deudas sólo sirven para pagar las propias deudas. Acordarse de Grecia es inevitable.
En Bolivia hay quienes han estado pidiendo devaluación del boliviano. Seguramente con esta devaluación del peso argentino las voces crecerán. Aunque la realidad no parece mostrar que esa sea ninguna solución.
En todo caso, ojalá que lo que ocurre en Argentina sea ejemplo de lo que no hay que hacer en Bolivia, que en los últimos años se ha acostumbrado también a endeudarse cada vez más y pagando intereses altos (salvando las diferencias, claro).
Repetimos la advertencia: no se trata de hipotecar el futuro para maquillar el presente. Se trata de dejar un país saneado y económicamente viable para las futuras generaciones. Cuidado con la trampa de la deuda, y la de la devaluación.

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