Del libro ¨Estampas de Tarija¨ 1574 - 1974



EL QUE HACER RELIGIOSO:
LAS IGLESIAS, CAPILLAS, OBISPO Y SACERDOTES.
Para la extensión urbana de la ciudad, que no fue muy pequeña y la cantidad poblacional íntegra, fervientemente católica, pocos resultaban los templos y centros para el culto religioso; entre las principales puedo citar:
LA MATRIZ (CATEDRAL).
Hermoso y amplio templo de construcción colonial situado en el corazón de la ciudad, ocupando medio manzano con frente a la calle La-Madrid, que el pueblo por extensión llamaba “calle de La Matriz”. Entre los años 1.928 al 38 conservaba en su parte anterior un gran atrio rodeado de muros enrejados; dos torres de a una sola cúpula adonde estaban las campanas y en la parte central sobre un ornamento triangular reposaba la imagen del Patrono de Tarija: San Bernardo; todo el frontis forrado con revoque de cal lúcida dándole una buena perspectiva. Para ingresar al templo había una mampara con grandes puertas centrales y laterales, lo que no permitía la iluminación con luz natural que le daba un aspecto oscuro. Las tres naves siguen como hasta hoy separadas por gruesos pilares donde se encuentran enterrados vecinos notables del siglo pasado, con sus grandes lápidas de mármol. El altar mayor estaba separado por un barandado luego de dos gradas y en la parte central tenía un hermoso templete en el que se exponía al Santo Sacramento; en el interior, después de la sacristía quedaba la Casa Parroquial con puerta hacia la calle La-Madrid y más al fondo hacia la derecha había un huertillo que colindaba con el Colegio Nal. San Luis y en su parte posterior daba a la calle “La Palma”; toda la edificación, al cortar la calle La-Madrid, obligaba a dar un rodeo de una cuadra, al que llamaban “el martillo de la Matriz”; esa cuadra por lo oscura y silenciosa dio lugar a muchos cuentos de “aparecidos” que nos asuntaban cuando chicos, siéndonos peligroso atravesar por allí en las noches. En el otro costado existía un largo callejón colindante con el Colegio, por el que correteábamos para subir al campanario.
Después del año 1.940 seguramente con afán modernista se hicieron varias modificaciones afeando nuestra hermosa Catedral; así, primero suprimieron el atrio, luego retiraron la efigie de San Bernardo, aumentaron una cúpula más a las anchas y antiguas, forraron la fachada con piedras y cemento hasta retiraron el templete del Altar Mayor. Cuando después de algunos años de ausencia contemplamos .todas esas transformaciones, nos dio mucha pena al no encontrar aquellos detalles que tanto apreciábamos y que fueron parte consubstancial de la querida iglesia donde nos bautizaron, aprendimos las primeras oraciones, jugamos y pasamos las mejores épocas de nuestra lejana niñez.
EL OBISPO Y LOS CURAS.
Al hablar de la iglesia Matriz tenemos que recordar a los sacerdotes que la administraban, fueron 4 ó 5 curas españoles cordimarianos que se hicieron muy populares por su afán de mantener la fe. Recuerdo entre ellos a los padres Juan Núñez, Donato López, Ignacio Puig, etc., pero el cura más conocido fue un italiano: Carlos Piccardo, que no vivía enclaustrado, sino mantenía una vida independiente y liberal, con casa particular, servidumbre, negocios y frecuentaba todos los lugares públicos alternando día y noche con los “caballeros de la sociedad”, hasta dirigía un periódico; siempre se lo veía fumando su pipa por la Plaza o el Club; era una figura característica de las principales reuniones, se hizo rico con sus negocios, construyó dos o tres casas, una fábrica de no sé qué y, en suma, todo parecía, menos un sacerdote, pero aun así celebraba misas en la Matriz y en la Capilla de las monjas de Santa Ana.
El jefe de la grey católica fue Monseñor Ramón María Fondt, un español alto, de cuerpo macizo, rostro colorado y simpático. Infundía respeto por su imponente porte; cuando había grandes celebraciones hacía retumbar el templo con su potente voz. Decían que era catalán, pero la gente que a todo le veía el lado chistoso, más lo conocía como “horpington”, asimilándolo a unos pollos de raza grande, a diferencia de los catalanes que son petizos. Tenía una casa sencilla, salía poco, casi solo para ir a la Catedral u otras iglesias; vivió muchos años, parece que de viejo se hizo ciego, falleciendo cuando yo ya no vivía en mi tierra: pero sus restos me dijeron que tuvieron que ser llevados al Cementerio público, a diferencia de sus antecesores que descansan en un sótano de la Catedral. Recuerdo cómo los chiquillos corríamos tras de nuestro Obispo para besar con mucha unción y respeto su brillante “esposa”.
SAN FRANCISCO.— SU CONVENTO.
Esta colonial iglesia y convento sufrió muchas transformaciones desde los años 1.930 al 40, así el hermoso atrio con muros y enverjados metálicos fue levantado, luego el templo mismo que tenía dos imponentes torres, una para el reloj público y otra campanario, con motivo de una ligera destrucción, fue remodelada reduciéndola a una sola torre central y dándole un aspecto tan diferente que hasta le quita categoría de Basílica que tenía.
El interior felizmente no sufrió muchas modificaciones, aparte de haberse suprimido los barandados de fierro que protegían el Altar Mayor y los dos laterales, así como los ángeles de pie que había a ambos lados del templete del Santísimo, que sostenían ramos de hojas y flores unidos a aquel.
Aquella antigua comunidad de los hijos del Seráfico de Asís, que nació junto con la ciudad, hasta el año 1.932 vivía algo así como en una ciudadela independiente, autoabasteciéndose en la mayor parte de sus necesidades, pues como la propiedad conventual abarcaba cuatro manzanos, contaba en su interior con hermosa huerta adonde había extensos y productivos viñedos que servían para proporcionar el vino que tanto necesitaban los frailes, tanto para la Santa Misa, cuanto para sus “gargueros” italianos acostumbrados a esa rica bebida; de manera que tenían su bien provista bodega, luego valiosos frutales, hortalizas, aves de corral y otros para la alimentación; también tenían una buena panadería, hostería, talleres para diferentes usos, imprenta propia, salón de actos, famosa biblioteca, gran palomar y hasta su propio cementerio. Pero todo esto tuvo que ir reduciéndose primero, para luego suprimirse cuando la Municipalidad, después de histórico pleito, les obligó a abrir su propiedad que cerraba las calles Ingavi y Colón; poco a poco fueron vendiendo las huertas que sirvieron como solares para construcciones particulares; así en un manzano completo se construyó el Palacio de Justicia; en otro sólo les quedó la mitad para el Colegio Antoniano, el tercero fue loteado íntegramente reduciéndose a un solo manzano, acabándose la vida de amplitud y tranquilidad de estos tan estimados frailes franciscanos.
Hubo sacerdotes notables muy conocidos, apreciados y respetados por toda la población, entre ellos recuerdo a los más antiguos los padres: Antonio María Falsetti, Julio Francescheni, Manuel Lourrua, Hermán Cattunar, Santiago Coppelli, Cornelio, etc., entre los nuevos que llegaron cuando yo fui niño (1.928-30) puedo citar a los padres Faustino Domicini, un italiano joven, alto, bien puesto y muy simpático que se hizo popular, era tan lindo que las mujeres lo hacían parecer a San Antonio; éste trajo la novedad de la devoción a Santa Teresita del Niño Jesús, haciéndole construir un lindo altar que fue pintado por el famoso artista tarijeño fray Angélico Camponovo (Helvecio) quedó muy bien y allí fue entronizada la imagen de esa joven y bonita santa; impuso su fiesta haciendo preparar a muchos niños para la Primera Comunión, entre los que yo me contaba (3-X-28), en suma fue un sacerdote activo, progresista y estimado. Casi por ese mismo tiempo llegaron los hermanos Ignacio y Ángel Coppedé, que también tuvieron mucha nombradía; el primero se quedó más tiempo llegando a mejorar y ampliar el Colegio San Antonio, estuvo muchos años y resultó apreciado por la feligresía.
Los oficios y fiestas religiosas en San Francisco siempre fueron solemnes, principalmente por su melodioso órgano y la “Schola cantorum”, acompañamiento y coro que infundían emoción atrayendo a casi todo el vecindario; fue célebre la valiosa biblioteca que tenían en el convento y que la franqueaban a estudiosos e investigadores; se decía que guardaban pergaminos y obras antiquísimas.
Recuerdo bien los largos corredores, hermosos patios con naranjos, plantas y flores, fuentes de agua y otras dependencias por las que tuve el privilegio de andar con tanto respeto, silencio y hasta misterio como se acostumbraba.
SAN ROQUE. LA IGLESIA POPULAR.
Esta iglesia, para la zona alta y popular de la ciudad, no ha sufrido muchas transformaciones en su interior, exteriormente mantiene su alta torre con el tradicional reloj; sólo se modificaron las gradas de acceso y alguno que otro detalle; conserva su esplendor y nombradla porque allí se honra al santo de los pobres y enfermos, como fue considerado el Patrono San Roque, cuya tradicional fiesta será motivo de una Estampa especial. Recuerdo que en épocas de mi niñez era atendido por un solo sacerdote franciscano que tenía la Casa Parroquial a pocos pasos de la iglesia, durante muchos años y creo hasta su muerte la administró el padre Columbano María Puchetti, un fraile italiano de los tiempos de las misiones del Chaco; muy respetado y hasta temido por su enjundia para sermonear; yo ya lo conocí viejo, pero su prestigio alcanzó mucho tiempo. También fue Párroco el único sacerdote tarijeño: cura Fulgencio Gil Soruco Trigo.
LAS CAPILLAS.
Aquellas fueron las tres principales iglesias de la ciudad, pero también debo citar a las tres Capillas para completar los lugares del culto católico, actividad importante en aquellos años. Así puedo mencionar:
SANTA ANA.
Correspondía a la comunidad de las monjas hijas de Santa Ana; allí se celebraban misas matinales, una sola, y se festejaba al Niño Jesús de Praga y, desde luego, a la Patraña de la Orden; Capilla bien arregladita, siempre llena de flores, iluminada, con un aire conventual y alegrada con el bien timbrado coro de las monjitas.
SAN JUAN DE DIOS (Hospital).
Situada en el antiguo o viejo Hospital de la calle Campero, también fue linda, de una sola nave; se honraba a Santa Ana, San Juan de Dios y San Dimas, con hermosas imágenes; estas últimas estaban entronizadas a ambos costados del zaguán de ingreso al Hospital; generalmente sólo concurrían los enfermos, pero en ciertas fechas también ingresaba el público a escuchar misa.
HISTÓRICA CAPILLA DE SAN JUAN.
Ubicada en la Loma del mismo nombre, ingreso norte de la ciudad, histórica por muchos conceptos, pero que solo se la abría una vez al año con motivo de la famosa fiesta de la Virgen del Rosario, cuya bella imagen se reverenciaba en la mejor época primaveral, como ya tuve ocasión de referir.
Esta Capilla hubo un tiempo en que estuvo muy abandonada, casi derruyéndose, pero al finalizar la guerra (1.935) fue reparada convenientemente, aunque sin respetar su antiguo estilo. Recuerdo que antes de ésto existían a ambos costados de la puerta de entrada (única) dos grandes bloques de laja o roca, al retirar uno de los cuales la gente decía que el constructor, un ingeniero Aramayo, había encontrado un “tapado” (tesoro) consistente en una o dos tinajitas llenas de libras esterlinas; bueno, no sé si sería cierto, lo único que puedo decir es que las tan lindas lajas que servían para descanso de los feligreses, fueron sacadas de allí; luego la plazoleta que había delante de la Capilla, fue modificada quitándole un bonito mirador desde donde se contemplaba gran parte de la ciudad y, principalmente, el llamativo colorido de la procesión y el peregrinaje de los acompañantes.