Del libro Itinerario de Letras
Luces y sombras en la obra de Medinaceli
En el Congreso Internacional de Escritores celebrado en la ciudad de Potosí el 26 y 27 de abril de 2019



En el Congreso Internacional de Escritores celebrado en la ciudad de Potosí el 26 y 27 de abril de 2019, sobre el pensamiento, personalidad y obra de Carlos Medinaceli Quintana, organizado por Gesta Bárbara Siglo XXI y auspiciado por varias instituciones representativas del medio, como no podía ser de otra manera se destacó la figura del autor en visión integral que abarca obviamente luces y sombras. No sólo una cara de la moneda sino las dos.
Carlos Medinaceli, queda dicho, fue un destacado escritor en los rubros de novelista, ensayista y crítico literario. En verdad, el común de la gente le otorgó mayor realce a La Chaskañawi por su argumento e índole social indigenista, novedosa para la época y a la vez cuestionada. El médico y sagaz crítico tupiceño Enrique Vargas Sivila considera que en los libros En las tierras de Potosí, de Jaime Mendoza, La Misqui-simi, de Adolfo Costa du Rels, y en La Chaskañawi, de Medinaceli, se presentan temas comunes –el alcohol, el Carnaval, la chola y el viento— y se exponen en el desarrollo de la trama de cada uno de ellos. Otra coincidencia interesante que apunta el crítico es que los tres autores mencionados proceden de la ciudad de Sucre “aunque el escenario de sus personajes –y esto es doblemente interesante— sea siempre algún pueblo de provincia potosina (1).
Sin embargo, en el caso de Medinaceli, asunto central del presente trabajo, es en el género del ensayo y la crítica literaria donde mejor luce su pluma, acicalada y robusta, a menudo socarrona, con un sostenido y laborioso quehacer.
La socióloga Ximena Soruco Sologuren sostiene: “Resulta menos conocido que publicara lo que parece ser su primer texto crítico tan temprano como el 15 de mayo de 1915, en el primer número de la revista Brotes del Colegio Nacional Pichincha de Potosí” (2). Se refiere en él al escritor Eduardo Subieta, fallecido poco tiempo atrás. Carlos tenía 17 años de edad.
Aparte de ello, la labor desplegada dentro del magisterio en cuatro ciudades bolivianas fue meritoria, aunque con algunas reservas que las apunto más adelante.
Hasta aquí las luces son muy buenas, porque no obstante el tiempo transcurrido continúan alumbrando. Son intemporales, desprecian el paso de las agujas del reloj y las consideraciones momentáneas. Mas el reverso de la medalla, que quizás todos los humanos llevamos en nuestro interior y proyectamos al transitar los caminos de la vida, fue radical en Medinaceli.
Anoto algo que salió a flote en el reciente Congreso. A las “señoritas bien” debió parecerles tormento chino tratar con el profesor Medinaceli, pues el odio era retribuido y lo detestaban, aseveró una dama potosina que radica en el exterior, la escritora Ivette Durán Calderón, en su exposición. Y por mi parte agrego: Era admirador de las cholas, motivo por el que la sociedad chuquisaqueña de su tiempo lo rechazara y conforme pudo cambió de residencia a Potosí, en cuyo interior de la provincia su progenitor tuvo propiedades que luego él heredaría y al parecer siguen a su nombre.
En las sesiones del Congreso se puso de manifiesto que Carlos fue soberbio y se hizo bohemio sin ser pobre, aunque el magisterio nunca fue --ni lo es en la actualidad-- medianamente remunerado y, por tanto, la jubilación resulta penosa e insufrible. Quizás por ello Carlos Medinaceli expresó que nuestra mala estrella es haber nacido en un país “indigno” para nosotros. Asimismo se lo tildó de misógino, que no le quita nada respecto a su amplia producción bibliográfica y sí a su personalidad, ambivalente y controversial.
En un estudio publicado por J. Nelson Antezana R., bibliotecólogo, con motivo de recordar los setenta años de la muerte de Carlos Medinaceli escribe: “Su pluma estaba cargada de un poquillo de envidia al ver que gente muy mediocre, en comparación a él de acuerdo a la imagen que tenía de sí mismo, logró mejores sitiales en la vida. Esa fue su mayor frustración”. Y de manera franca, sin pelos en la lengua, como tiene que ser para juzgar la vida y obra de los escritores dentro de una amplia y bien entendida noción de la crítica literaria, continúa: “Existen también en el pensamiento y la vida del autor flagrantes contradicciones; mientras por un lado reivindica la cultura nacional, convive con una chola durante dos años, frecuenta chicherías y fiestas en los valles de Potosí y se siente más identificado con lo popular; por otro lado, su correspondencia no es muy generosa cuando se refiere a los indios denotando un sentimiento de superioridad con respecto a ellos y sintiéndose muy orgulloso por su origen español que retrocede hasta el general Medinaceli, el vencedor de Tumusla, la batalla con que se selló la libertad del Alto Perú” (3).
Pero, más aún donde anduvo con paso cambiado por su insolencia, fue en Mi Homenaje a Miss Tarija, nota periodística escrita el año 1937 bajo el seudónimo de Tristán Shandy en el periódico La calle, alineado al partido Movimiento Nacionalista Revolucionario durante el gobierno de José David Toro Ruilova, en el que lanzó una sarta de incoherencias inaceptables en razón a contener generalizaciones dirigidas a los tarijeños, sin fundamento cierto y demostrable. Parte de la premisa de que: “El mejor homenaje que debemos rendir a nuestros semejantes, es el homenaje de la verdad. Es esa la manera que tenemos los hombres sinceros y respetuosos de la dignidad humana de honrar a nuestros prójimos”. Sin acabar de respirar y de forma subjetiva y precipitada, en abierta contradicción a tales palabras, de acento cínico, apunta: “Tarija es un pueblo hembra, mientras que Potosí es un pueblo macho, lo mismo que La Paz, a excepción de los gandules de la calle Comercio. Hay un tal ambiente de ‘eterno femenino’ aquí que mezclado con el fuerte olor de los naranjos, es algo que absorbe los sentidos y embota la inteligencia hasta enervar la voluntad”. Concluye que es lo peor que le puede suceder a un pueblo. Y su maledicencia le hace asegurar que aparte de don Aniceto Arce “Tarija no ha producido más un hombre superior. Las posibilidades que tuvo han sido aplastadas por el ambiente”. Pasó por alto a centenares de intelectuales, profesionales y hombres de bien, nacidos en esta pródiga tierra. Y añade: “Culpa Tarija su atraso al olvido de los gobiernos. Más justo sería que lo impute a sus propios hijos”.
A su especial y raro modo de entender reprocha: “La belleza de la mujer tarijeña y la hospitalidad hogareña de la tierra de Luis de Fuentes. Antes de la guerra Tarija vivía de la chicha que expendían las buenas caseras. Después de la campaña ha vivido de todos los lugares comunes que le han prodigado los grafómanos irresponsables y los poetas chirles a aquel pueblo que lejos de adormecerse con el sahumerio opiáceo que le suministraban aquellos pelafustanes, debiera alimentarse con el ‘tuétano de león de la verdad’, para ser lo que debe ser, un pueblo de hombres, y no de mujeres bonitas”. ¿Para qué más? Es la apología del machismo lo que propone el autor, condenable hoy más que ayer en todas las latitudes del planeta.
Además menciona el tema del bocio, que según él a criterio del médico escritor Gregorio Marañón provoca ineptitud mental. Casi al finalizar sostiene que en la tierra del Guadalquivir “reina un tal ambiente de zoncera que es una de las cosas más encantadoras del mundo”. ¡Vaya graciosa concesión!
Cuando se descalifica a todo un segmento de la población boliviana, como es el de los tarijeños, fácil suponer la reacción franca y natural que habría de surgir tras la lectura de semejante infundio. Fue así, los residentes en la ciudad de La Paz, primero, y luego el pueblo del valle tarijeño hicieron conocer su reclamo y repudio, se divulgó el nombre del autor y ¡ardió Troya..! Parafraseando a Medinaceli: es lo peor que le puede suceder a un escritor, o a cualquier periodista que trate de escudarse en el seudónimo, habría que acotar.
Entre otras cosas, como consecuencia de esta publicación el periódico Alas, mediante su representante potosino Wálter Dalence M., para “salvar el prestigio de la intelectualidad potosina” dejó establecido que Carlos Medinaceli no era oriundo de dicho departamento; por lo que Carlos en correspondencia con Gustavo Adolfo Otero se declara un escritor sin patria. Debió dolerle mucho esta actitud, ya que siempre se consideró la flor y nata de los intelectuales de Gesta Bárbara y, por tanto, de su tierra adoptiva: el departamento de Potosí.
En el libro Atrevámonos a ser bolivianos (4), publicado por Mariano Baptista Gumucio, manifiesta abierta contradicción al ocuparse del artículo mencionado. Entre paréntesis asevera el escritor cochabambino: “(a Medinaceli le dolía y preocupaba el atraso y el abandono en que vegetaba Tarija y su nota fue escrita como un llamado de atención, con ribetes de ironía, a los propios tarijeños, sin malevolencia. La prueba es que dispuso que su biblioteca fuera regalada a ese departamento, deseo que se encargó de cumplir su hermana Laura en 1975)”. ¿Cuántos años transcurrieron desde la muerte del escritor? Más de 25 años y, hasta donde pudimos indagar, nadie da razón en Tarija acerca del verificativo y cuantía documental de esta presunta donación. Para ello, en diciembre de 2019 me apersoné a la oficina de asuntos culturales del gobierno municipal y dirección de la biblioteca, sin que exista documentación alguna ni sección específica con las supuestas obras donadas.
Sigo dando lectura a la Introducción del libro y, líneas más abajo, de modo categórico Baptista pretende resumir las vicisitudes de la vida de Carlos y afirma lapidariamente: “¿Cómo capturar la esencia de esta personalidad tan compleja y atormentada? ¿Qué decir de una vida de medio siglo, de la cual los últimos 20 años están entenebrecidos por la bohemia y el alcohol, salvo pequeños lapsos de lucidez e inspiración creadora? Para todo efecto práctico, Medinaceli vivió en plenitud la mitad de su existencia física”, vale decir hasta 1924 –acoto para precisar el dato. Y Mariano continúa: “Lo demás es noche, abandono, desolación, amargura e inconciencia”. Por lo transcrito literalmente se deduce que el artículo de marras fue escrito bajo esas condiciones, con el aditamento de haberlo hecho usando seudónimo, para ocultar su propia identidad de redactor del periódico. Por tanto, no es evidente que no hubo señal de malevolencia en el autor, como de forma errónea y contradictoria señala Mariano Baptista Gumucio, tratando de aminorar la culpa y consiguiente ofensa inferida a los nacidos en Tarija.
El científico inglés fallecido el 4 de marzo de 2018, Stephen Hawking, una de las mentes más destacadas y brillantes de nuestro tiempo, desde una silla de ruedas explicó el universo y de modo admirable acercó las estrellas a millones de seres humanos; así mismo comparó los agujeros negros --base de sus hipótesis-- con la depresión, por lo que está claro es que ni de los agujeros negros ni de la depresión es imposible escapar, afirmó en su Mensaje para cualquier persona que padezca esta alteración anímico mental.
Del libro Ecce Homo publicado por el filósofo y literato alemán Federico Nietzsche, a quien admirara rendidamente Medinaceli, junto a millares de lectores en todas partes del mundo en distintas épocas, se afirma que su autor lo escribió en estado de locura; salvando las enormes distancias entre uno y otro, Medinaceli delata un cuadro de fuerte depresión provocado –no cabe duda— por el alcoholismo que lo llevó a la tumba a poco más de cincuenta años de edad. Su pluma pudo brindar otros títulos a la cultura nacional, pero su infortunado destino no lo permitió.
Nietzsche, en cambio, en esa célebre obra, cuyos capítulos denomina: Por qué soy tan prudente?, Por qué soy tan sabio?, Por qué he escrito tan buenos libros?, Por qué soy una fatalidad?, tuvo un gesto digno que aún de loco lo pinta como un ser excepcional. Daniel Hálevy, excelente biógrafo (5), relata que: “La inteligencia destruida no pudo ser salvada, pero el alma permaneció inalterablemente dulce y encantadora, accesible a las impresiones puras. Cierto día (un joven que trabajaba en la edición de sus libros, lo acompañaba en sus cortos paseos), vio Nietzsche al borde del camino a una muchachita cuyo aspecto hubo de atraerle singularmente. Deteniéndose junto a ella, apartó con una mano los cabellos caídos sobre la frente y, contemplando con una sonrisa el cándido rostro, dijo: --No se diría la imagen misma de la inocencia?”. Amén, hasta siempre Federico.
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(1) Ensayos críticos sobre literatura boliviana, pág. 16, Editorial Universitaria UMSS, Cbba., 1984.
(2) Artículo publicado en Letrasiete, suplemento del periódico Página Siete de 19 de mayo de 2019.
(3) En el mismo suplemento mencionado en el punto anterior.
(4) Plural editores, 3ª edición aumentada y corregida, pág. 13, 2012.
(5) Los libros evocadores, Emecé Editores S.A., pág. 430, año 1943.