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Del libro: Campero y Arce Esbozos biográficos

General Narciso Campero (Segunda Parte)

La guerra con Chile En su apacible retiro de «El Salvador»

Cántaro
  • Bernardo Trigo
  • 17/04/2022 00:00
Prologo Campero y Arce

Prologo Campero y Arce

Prologo Campero y Arce

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Album Castellanos Medinaceli

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Plaza Tarija Pacífico

Plaza Tarija Pacífico

Album Castellanos Medinaceli

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Prologo Campero y Arce
Prologo Campero y Arce
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La guerra con Chile En su apacible retiro de «El Salvador», Campero se informó de la invasión chilena a nuestro Litoral. El viejo general, conmovido profundamente, se dirigió al Gobierno, diciéndole: «Si mis servicios son necesarios, estoy listo para ocupar la plaza que se me indique. Pido se me conceda el derecho de defender a mi patria, como soldado». Daza agradeció su patriotismo y le encargó organizar la «Quinta División» del Ejército, debiendo trasladarse de inmediato a Potosí. Allí se fundó el «Club Patriótico», que cumplió altos fines, destacándose entre sus miembros las personalidades de Calvimonte, Fernández Alonso, Omiste, Jordán y otros. Se formaron los batallones «Bustillos» y «Ayacucho», que fueron trasladados a Tupiza, centro éste designado cuartel general de las fuerzas del sud. En realidad, el deseo del Gobierno era alejar a Campero del centro de las actividades políticas y militares, por temores y susceptibilidades personales. Se quería el fracaso del general Campero. ¡Daza y sus secuaces jugaban hasta en esos supremos instantes con la suerte de la patria!...

En Tupiza, recibió el general Campero una columna de voluntarios compuesta de bolivianos residentes en Salta, Jujuy y Tucumán (República Argentina) que vinieron armados y equipados perfectamente bien, al mando del mayor don Luis Gelabert, de nacionalidad uruguaya. Esa columna tomó el nombre de «Guías». Y ya estaban también allí las fuerzas organizadas patrióticamente en Tarija, que eran: «Granaderos de Tarija», con 500 plazas; «Rifleros», comandado por el doctor Eudal Valdez y «Escuadrón Méndez», bajo la jefatura del coronel Justo Villegas, con un efectivo de 250 hombres cada uno. El coronel Ezequiel Apodaca, comandaba esas unidades.

La «Quinta División», despreciada en extremo por el Gobierno por la circunstancia antes expuesta, pudo salir de Cotagaita con rumbo a San Cristóbal de Lípez, después de algunos meses de pérdida de tiempo y en espera de recursos que debía remitir el Gobierno. Sufrió las mayores inclemencias, falta de alimentos, vestuario, etc. La ayuda efectiva que le prestó la «Compañía Huanchaca» fue salvadora. Esta organización particular le proporcionó víveres y dinero, con lo que la División pudo viajar al teatro de la guerra.

Ya en pleno desierto, las fuerzas de Campero caminaban extenuadas. «Se supo que en Atacama — dice Ramallo—existía una buena brigada de .mulas del ejército chileno, custodiada sólo por veinte hombres». «Campero destacó a los «Franco Tiradores» para tomar esa recua. Carrasco, lejos de seguir esas instrucciones de su general, que le recomendó marchase por caminos extraviados, tomó el camino real y se dirigió al caserío de Tambillos. Sabedor el jefe chileno de esa línea de avance, destacó contra éste tres escuadrones de caballería».

Allí, en Tambillos, tuvo lugar el recio combate, en el que fuerzas de la «Quinta División» destruyeron al segundo Escuadrón chileno. Fué la entrada gloriosa de Campero a la guerra.

«Llegó la División a Tomavi, donde el general recibió una carta del general Buendía, que le comunicaba pase con premura al Litoral, donde su presencia era indispensable. En Salinas de Garci Mendoza, tuvo aviso del desastre de San Francisco y de la victoria de Tarapacá, así como de la retirada del general Buendía a Tacna. Allí mismo recibió órdenes del general Daza de regresar a Calama (más de 200 leguas de retroceso) y cuando se aprestaba a verificar esta retirada, fue llamado por el Capitán General a su residencia de Tacna». (Ramallo).

«A insinuación del gobierno peruano para ponerse a la cabeza de las fuerzas aliadas—dice Camacho—salió Campero con dirección a Tacna, donde el Ejército lo recibió con muestras de cariño y, lo que más vale en lo militar, con la fe que todo jefe debe inspirar al ejército que ha de comandar frente al enemigo».

El Gobierno del Perú, complacido de la preparación militar del general Campero, lo reconoció en el alto grado de «General de Brigada del Ejército del Perú, mandando prestársele todos los honores y distinciones de su cargo».

 

Presidente provisional de Bolivia En Condo-Condo fue informado el general Campero de la  destitución de Daza y de la proclamación de su persona como Presidente Provisorio de la República, hecha por el pueblo de Oruro. Profundamente emocionado, don Narciso expresó que no podía aceptar la designación, porque tal acto no representaba la voluntad nacional y que esperaba el acuerdo de los demás departamentos. Sucre, Potosí, La Paz y Cochabamba se adhirieron al voto de Oruro, y el 17 de enero de 1880 fue investido de la suprema magistratura. Su primer acto fue designar Secretario General al doctor Ladislao Cabrera, encargando la Cartera de Gobierno al Dr. Severo Fernández Alonso; la de Relaciones Exteriores al Dr. Eliodoro Villazón; la de Instrucción y Justicia al Dr. Nicolás Acosta. Nombró Ayudante General de Guerra, al coronel Rafael Díaz Romero. En seguida, convocó a los comicios para la designación de Convencionales, que debían constitucionalizar y defender la situación de la República.

El coronel Uladislao Silva, fué designado Inspector General del Ejército, situación pública que dio motivo a este jefe militar para sublevar los cuerpos y proclamarse Presidente de la República. Campero fugó con su cuerpo de edecanes por la Villa de Obrajes y tomó el camino hacia Oruro. Luego formó una buena columna y de Cochabamba salieron efectivos con lo que se restableció el orden. La historia conoce ese acto desleal de Silva, con el nombre de «Motín de Viacha».

La energía del Gobierno se dejó sentir. Fueron fusilados los jefes Juan Tejada, Domingo Vargas y otros.

(Con la traición de Silva, Bolivia perdió dos mil hombres, que debieron haber ido al teatro de operaciones y quizá la suerte de las armas no hubiese sido entonces tan adversa al ejército unido).

Normalizado el país, el general Campero dedicó todas sus actividades a proseguir la guerra. Organizó un equipo de 1.500 hombres que marchó a Tacna bajo el comando del Gral. Claudio Acosta, y en Potosí se formó una división de 1.800 plazas mandada por el Gral. Nicanor Flores, que «no pasó al teatro de la guerra porque los chilenos trataron de invadir a Bolivia por Calama, por lo que Flores tuvo que situarse en Huanchaca».

El general Campero fué llamado urgentemente a Tacna, donde se había abierto beligerancia con el Contralmirante peruano Lizandro Montero. Llegó allí el 2 de abril (1880). El 25 de mayo debía reunirse la Convención Nacional, ante la que Campero resignaría el mando presidencial, motivo por el que dictó una Orden General disponiendo que el general Montero quedaba encargado del Comando del Ejército aliado. Montero y Camacho, a su vez, ordenaron que Campero se «ponga a la cabeza del Ejército, como General en Jefe». Campero, como soldado, obedeció. Después... ya sabemos. Vino el desastre. Largas serían las reflexiones que deberíamos hacer sobre el particular, por lo mismo que es un capítulo especial de nuestra historia.

 

Presidente Constitucional de la república Desbandado el Ejército aliado, Campero se situó en Yara-palca y marchó sobre Corocoro, donde le dio alcance una comisión desprendida de la Convención Nacional para informarle que había sido nombrado Presidente Constitucional de la República.

«En un momento de prueba tan supremo —le decía en una nota oficial el Presidente de la Convención — el pueblo boliviano se muestra digno y resignado en la desgracia sin perder la esperanza de recobrar el territorio y sus derechos con nuevos y más grandes esfuerzos de patriotismo. Justo para con los defensores de la patria les conserva intacta confianza. En cuanto a la persona de usted la elección de Presidente de la República que ha recaído en ella, después de conocido el desastre y el voto de confianza que acaba de reiterar la Convención Nacional, son los testimonios más solemnes de que Bolivia conoce que ha cumplido usted con su deber»...

El 19 de julio don Narciso tomó la investidura constitucional del mando supremo de la República. La Convención fue ilustre. Concurrieron estadistas y juventud brillante.

El Presidente Campero no ocultaba su tendencia guerrerista, al frente de la pacifista que presidía don Aniceto Arce, nombrado Vice-Presidente de la República.

Los mensajes del Presidente Campero a la Convención, son documentos históricos de tan enorme valor que al correr de los años crecen en significación. Al clausurar la Convención del Ochenta, el Presidente de la Asamblea, Dr. Nataniel Aguirre, dijo en un pasaje de su discurso, dirigiéndose al Primer Magistrado: «Si el porvenir nos reserva un desengaño, si es preciso luchar todavía, estaremos dispuestos a todo sacrificio. Os seguiremos siempre al campo del honor con las nuevas legiones que han de vengar nuestros pasados desastrosos. La patria que nos legaron nuestros padres, no podemos transmitirla humillada a nuestros hijos. Algo nos dice en lo más íntimo del alma que la veremos muy lejos engrandecida por la concordia interior, por la misma guerra injusta que nos hace un pueblo desleal a la antigua alianza de las Repúblicas del Pacífico, y, sobre todo, por la estrecha unión con otro pueblo hermano, participe generoso de nuestros infortunios».

La contestación, fue digna del estadista y del guerrero Narciso Campero. Entresacaremos algunos párrafos dignos de perdurar:

«Son amplias, según vuestra expresión, las facultades que me han sido acordadas por la Asamblea, sólo por la confianza que le he merecido; más, debéis en cambio estar seguro, señor Presidente, como debe estarlo la Asamblea, de que no abusaré jamás de esas facultades, y de que mi divisa, conforme a vuestro desiderátum, será la justicia, como verdadera fuerza del poder».

«Señores Convencionales: Sois vosotros quienes me habéis impuesto la obligación de conducir el enorme peso que hoy gravita sobre mis hombros; justo es, pues, que me ayudéis a llevarlo, siendo, como se ha asegurado, los primeros en la práctica de las virtudes republicanas».

«Sed, en fin, H. H. señores, los apóstoles de la ley, cuya guarda habéis tenido a bien encomendarme: y Dios y la Alianza os colmarán de bendiciones».

El 19 de octubre, el Presidente Campero lanzó a la Nación una proclama, como era de usanza en la época, y, en la misma fecha, se dirigió al Ejército, diciendo a sus miembros, entre otras cosas, lo siguiente:

«Ya no sois los servidores del despotismo, ni de las facciones de partido, sino los defensores constantes de la Nación. Mandatarios mal inspirados, abusando de vuestra buena fe y de la disciplina militar, habían convertido vuestras armas en instrumentos de su propio engrandecimiento, sobre las ruinas del pueblo».

El 3 de noviembre, saludó al pueblo de La Paz en vibrante frase: «Si a nosotros no nos fuera dada la satisfacción de reparar el agravio — dice — dejaremos a nuestros hijos, a nuestros nietos y aún más: a nuestras más remotas generaciones, el legado de cumplir el santo propósito que hoy hacemos. Sangre quiere Chile, pues sangre correrá a torrentes, hasta que se ahogue en ella la concupiscencia chilena»...

La figura de Campero asume majestad democrática en muchos pasajes de su vida presidencial. Respetuoso cual ninguno del voto de las mayorías, no permitió que se lastime su elevado criterio de estadista. Se inclinó ante el mandato, buscando un silencioso retraimiento. Tal nos lo demuestra la renuncia que hizo de la Presidencia de la República, formulada ante el H. Senado Nacional el 10 de noviembre de 1883.

Producido el desastre de la guerra con Chile, el Perú se agitó en incidencias de orden interno. El general Iglesias, para obtener la Presidencia de aquella República, sacrificó el honor nacional y poco le importó la integridad de su territorio. Emergencia de esa actitud es el pacto diplomático firmado en Ancón por los plenipotenciarios José Antonio de Lavalle y Mariano Castro Zaldívar, de parte del Perú, y Jovino Novoa, en representación de Chile. Por ese pacto se cedió el Departamento de Tarapacá y quedó por «contigüidad comprendido el Litoral boliviano con los puntos de Tocopilla, Cobija, Mejillones y Antofagasta, o sea toda la costa boliviana, situada entre las de Chile y el Perú».

El escritor Campuzano, dice: «Procediendo así el gobierno peruano de entonces rompió el tratado de alianza defensivo y ayudó al enemigo común a arrebatar a Bolivia sus riquezas salitreras y su salida al mar». Se descubría, a primera vista, un plan para estrangular a Bolivia, debiendo producirse lógicamente la guerra con el Perú, de cuyo hecho Chile consolidaba sus anhelos y rompía la vinculación boliviano-peruana. El general Campero comprendió la insidia y, para desbaratar el plan, reconoció al gobierno peruano de Iglesias y creyó «llegada la hora de poner término a la campaña del setenta y nueve». A este fin designó a los ilustres estadistas Belisario Salinas y Belisario Boeto miembros de la misión que debía marchar a Chile a fijar las negociaciones.

Ya hemos dicho que, Bolivia estaba completamente dividida en dos posiciones políticas: «Guerreristas» y «Pacifistas» que se combatían con pasión, odio, ardor. Justo es reconocer que ambos sectores estaban inspirados por sanos ideales patrióticos. Don Mariano Baptista, era el alma, cerebro y líder del grupo «pacifista», contrario radicalmente al «guerrerista» que encarnaba la política del Gobierno.

La misión boliviana recibió instrucciones para suscribir un tratado de paz conservando nuestros derechos en el Pacífico.    El Senado y la Cámara de Diputados creyeron de necesidad sugerir al Gobierno el nombramiento del doctor Baptista para integrar esa misión diplomática. Campero, amante de su prestigio y celoso guardián de los intereses del país, supuso que la política del líder «pacifista» podía estar envuelta en la turbia actividad de los negociadores del tratado de Ancón. La hora y las circunstancias de la guerra habían encendido las pasiones sin apreciarse que unos y otros se inspiraban en elevados sentimientos de nacionalidad. Había que ser «guerrerista» para ser patriota. No se aceptaba las formas del practicismo, que, sin perder los sentimientos de moral, posponían consideraciones de orden sentimental para buscar una solución decorosa para el patriotismo.

El Presidente Campero no aceptó la sugerencia legislativa y se limitó a renunciar su alta investidura, mediante el siguiente documento:

«Presidencia de la República.— La Paz, noviembre 10 de 1883.— Al señor Presidente de la H. Cámara de Senadores.— H. señor: Cumplo el grave deber de dar contestación a su respetable oficio del día 7, en el que se sirve comunicarme el voto formulado por el Senado Nacional, insinuando la conveniencia de incluir al H. señor Baptista en la comisión diplomática que debe marchar a negociar la paz con Chile.— Con todo el respeto que me inspiran los actos de tan alta corporación, me he de permitir declarar que el voto a que me refiero ha producido en mi ánimo la más dolorosa impresión, considerando que él viene después de sucesos parlamentarios tan notables como fueron los de las sesiones de los días 5, 6 y 8 del pasado mes de octubre y los de las anteriores sesiones emergentes, todo esto con motivo del informe de 27 de septiembre último, presentado por el H. señor Baptista, documento que causó honda impresión en todos los ámbitos de la República.— La H. Cámara de Diputados me ha trasmitido también un voto pronunciado en su seno, con el mismo fin de recomendar al H. señor Baptista.— Al propio tiempo llegan a mi conocimiento datos que hacen conocer que vienen sugestiones procedentes de la alta región política de Chile, en igual sentido. Las H. H. Cámaras, obedeciendo, sin duda, a diversos móviles y fines muy patrióticos, han formulado el voto insinuativo a que aludo; pero, esta extraña coincidencia de circunstancias no ha podido menos que causar en mi espíritu, debo confesarlo, el estupor al principio y después las más penosas reflexiones acerca de los futuros destinos de mi patria.— En lo concerniente a los sucesos de actualidad, me ha hecho comprender esa coincidencia que he perdido en el concepto de las Cámaras Legislativas los títulos que me hicieron acreedor a la confianza de la Nación.— En efecto, el Poder Ejecutivo, del que soy depositario, declaró en presencia de las Cámaras, por el órgano autorizado del señor Ministro de Relaciones, que se procedería a negociar la paz en términos compatibles con la honra y con los intereses de la Nación, empleando en breve los medios adecuados. Este compromiso está llenado. Los H. H. señores Belisario Salinas y Belisario Boeto, personas de la más alta distinción, han recibido la investidura de Ministros Plenipotenciarios, conforme a un plan que es acorde al voto del Congreso y a la aspiración general del' país, según lo ha reconocido el H. señor Arce en un manifiesto dirigido al , público, con fecha 25 de octubre último y corroborado por su discurso pronunciado en el Senado en la sesión del 27.— Después de estos antecedentes, que abonan la buena fe y la sinceridad con que procede el Poder Ejecutivo, las Cámaras han pronunciado un voto que, al designar al H. señor Baptista, manifiesta una de dos cosas: o que las Cámaras han creído conveniente modificar la política adoptada o que mi procedimiento en la dirección de este asunto ha sido desacertado. Cualquiera de estos extremos, por mitigadas y respetuosas que fueran las formas con que pudiera revestirse el pensamiento que entrañan, no podrían menos que redundar en menoscabo directo de mi autoridad como Jefe del Estado, en tan solemnes y difíciles circunstancias, siendo lógico prever que la prestigiosa opinión del Congreso se esparciría en todos los ángulos de la República, acabando por enervar mi acción y por privarme de los medios eficaces de acudir a la defensa nacional, si por desgracia fracasaran las negociaciones que han de iniciarse con el gabinete de Chile.— No me es posible aceptar resignadamente todas las responsabilidades que impone la defensa de la Nación si sus propios representantes me desautorizan y me privan de los medios efectivos de llenar los arduos deberes de mi cargo.— En tan grave conflicto, no siendo imposible que mi modo de apreciar las cosas sea equivocado y que la verdad resida en el criterio con que juzgan las H. H. Cámaras, considero que un deber de conciencia me prescribe imperiosamente eliminar mi persona de la escena pública, puesto que en lo sucesivo no serviría sino de obstáculo capaz de producir deplorables acontecimientos.— Deseo ardientemente que el orden público se preserve a todo trance y que el imperio de las instituciones no sufra entorpecimiento alguno, hallándome por lo tanto dispuesto a pasar por todo género de sacrificios personales en obsequio de la consolidación de tan inestimables bienes que la Providencia nos dispensa, como un premio a la cordura y a la sensatez de que estamos dando prueba, incluso en el actual período constitucional.—Movido por tan poderosas consideraciones, hago renuncia del alto cargo de Presidente de la República, con que fui investido en circunstancias excepcionales. En esta virtud, solicito que este asunto sea inmediatamente sometido al conocimiento del H. Congreso, a fin de que se sirva proceder conforme a las prescripciones establecidas para este caso en la Ley Fundamental,— Dígnese aceptar el homenaje de la respetuosa consideración con que soy su atento y obsecuente servidor.— (fdo.) Narciso Campero».

Temeroso el Presidente Campero de que el Ejército reaccionase, que pudiese aprovechar esa ocasión o ser utilizado para algún movimiento político-militar, dictó una orden que permite la más palpable comprobación de la actitud del Mandatario consciente del deber cívico, dentro del juego de la democracia. Leer esta orden, que está dirigida al General en Jefe del Ejército, tonifica el espíritu y arranca los mayores homenajes para el Ciudadano Presidente, que hizo de su vida un escudo y de su carrera una escuela,

A la letra, dice:

«La Paz, noviembre 10 de 1883.— Al señor General en Jefe del Ejército.— Señor General: Por motivos que sería cansado de explicar, pero que los sabrá usted en breve, pongo en su conocimiento que en esta fecha he renunciado ante el Congreso el cargo de Presidente Constitucional de la República.— Con tal motivo encarezco a usted la necesidad de redoblar la vigilancia en el Ejército y haga igual prevención a los Jefes, a fin de que se mantengan imperturbables la moralidad del Ejército y el orden público y se eviten noticias falsas que pudieran causar alarma en los cuerpos y en el pueblo.— Dios guarde a Ud. (Fdo.) Narciso Campero».

El Presidente del Congreso, doctor Aniceto Arce, comunicó al Presidente de la República, Gral. Campero, que su renuncia no había sido aceptada porque la sugerencia del nombre de Baptista para integrar la comisión que debía tratar de la paz con Chile no importaba una imposición a los patrióticos actos del mandatario. Campero contestó: «Los fundamentos y explicaciones que aduce el H. Congreso, para motivar su decisión, satisfacen y tranquilizan mi espíritu, antes de ahora alarmado, y me obligan a continuar desempeñando las arduas y complicadas funciones de la primera magistratura, compromiso que llenaré con toda la firmeza y consagración que demanden las circunstancias.— Alimento al propio tiempo la fundada esperanza de que el H. Congreso Nacional y el sentimiento patriótico de los pueblos, haciéndose eco de la gravedad de la situación, me prestarán eficaz apoyo, no sólo en la esfera moral, sino también en el terreno práctico de la defensa nacional, caso de no poderse arribar a una solución de paz honrosa», etc.

Luego, la Comisión Salinas -Boeto viajó a Chile. «Abiertas las conferencias diplomáticas en Santiago, la Cancillería chilena se negó a discutir un Tratado de Paz, manifestando que a su juicio era un estorbo para ello el pacto que tenía celebrado con el Perú, el Tratado de Ancón, fechado el 20 de octubre de 1883. Propuso, empero, un Tratado de tregua indefinida. Aceptado éste en principio, se pidieron las bases para dar forma al pensamiento».

El gobierno de Bolivia encontró gravosas para el país las proposiciones de la tregua indefinida y «creyó acertadamente que no debía atenerse a su exclusivo juicio, a su solo criterio, en una materia de carácter esencialmente nacional, destinada a afectar la suerte de generaciones; en su consecuencia, solicitó la reunión de un Consejo Consultivo, en que estuviesen representados los matices políticos existentes en aquellos días. Fueron llamados para prestar su valioso concurso los señores Eliodoro Camacho, Gregorio Pacheco, Casimiro Corral, Jorge Oblitas, Serapio Reyes Ortiz, Nataniel Aguirre, Pedro García, Crispín Andrade y Portugal e Isaac Tamayo. Los señores Aniceto Arce y Mariano Baptista, fueron invitados a la reunión, pero éstos se excusaron de concurrir. El voto del Consejo, fue afirmativo por el Tratado de Tregua». (1)

Es en esa forma como el general Campero supo responder al alto cargo que se le había confiado y afrontar las delicadas situaciones que se presentaron en su ejercicio.

 

Desde el retiro Corrieron los años. En noviembre de 1895. las Cámaras legislativas de Bolivia discutían el Tratado de Paz. El viejo general salió de su retiro y publicó un interesante folleto titulado «Consideraciones Acerca del Tratado de Paz». Después de aportar datos y documentos de gran valor, concluye con un mensaje que es digno de reproducirlo y recordarlo siempre.

Dice así:

«Mucho y mucho más habría que decir tocante al Tratado que, con tanta reserva, se elaboró en Santiago de Chile, que ha sido cuidadosamente ocultado a los ojos de Bolivia y que ahora mismo se debate en sesiones secretas; más, siendo forzoso terminar este pequeño trabajo, porque el tiempo apura y porque está en vísperas de resolverse tan grave cuestión, de vida o muerte para Bolivia, vamos a concluir invocando el patriotismo de los Padres Conscriptos de Bolivia. Nos permitimos desde luego llamar su atención sobre las tres efigies que se ven en el gran salón del Congreso Nacional y que fueron allí colocadas, no como meros adornos, sino como recuerdos vivos, palpitantes, de las virtudes cívicas y rasgos gloriosos de sus ilustres originales. Recordad, Honorables señores, que el Libertador Simón Bolívar, adoptando a Bolivia por su «hija predilecta», confió al general Sucre (su brazo derecho) el cuidado de educarla. Pensad en el encargo especial que, en forma de súplica, dejó Sucre al separarse de Bolivia, porque así lo exigieron las circunstancias. Fijad también vuestra consideración, señores, en que bastó el esfuerzo eficaz de los patriotas que rodearon con entusiasmo al general don José Ballivián, para salvar la autonomía de la hija de Bolívar, a pesar de la debilidad en que ésta se encontraba a consecuencia de convulsiones internas. Sobre todo, H. H. señores, tomad el peso de las palabras del Fundador de nuestras instituciones patrias, escritas al pie de su retrato, en tetras de oro, por la importancia política y moral que ellas entrañan: «Aún pediré»... (dijo el Gran Mariscal Sucre en su último Mensaje) y nótese que esa solemne petición llega hasta vosotros, H. H. Representantes del pueblo boliviano, actualmente reunidos en esta capital Sucre, y que funcionáis en el Santuario de la Ley, como sucesores de los próceres que en 1825 elevaron a Bolivia al rango de Nación... «Aún pediré otro premio (dijo el Filósofo Guerrero) a la Nación entera y a sus administradores: el de no destruir la obra de mi creación; de conservar por entre todos los peligros la independencia de Bolivia y de preferir todas las desgracias y la muerte misma de sus hijos, antes que perder la soberanía de la República, que proclamaron los pueblos y que obtuvieron en recompensa de sus generosos sacrificios en la Revolución». A esa memorable demanda, séame permitido, señores, agregar la encarecida súplica del que, por seguir constantemente las huellas del general Sucre, prefirió el cadalso antes que firmar como Jefe Político de Potosí, la orden formulada por los sublevados para que se les entregase la Casa de la Moneda (año 1859); que, en Paria, se vio al frente de cuatro tiradores, con el rifle asestado por haber tenido el arrojo de hacer reflexiones a Melgarejo, para que legalizara sus actos (año 1865); y que, por fin, (año 1884), siguiendo siempre, como pauta de conducta, la política del general Sucre, tuvo la suerte, al través de mil vicisitudes y de las fatales influencias de los opositores a mi Gobierno, tuve la suerte, sí, de ser en Bolivia el fundador de la trasmisión legal del mando supremo, pasándolo con toda limpieza a uno de mis acérrimos adversarios políticos. Dos palabras más, por conclusión: ¡Honorables señores! Ved que en la presente crisis, vais a resolver, tal vez para siempre, los destinos de la Hija Predilecta del Libertador de la América del Sud; que es inmensa la responsabilidad que pesa sobre vosotros y que así como la presente generación tiene el deber de honrar y acatar la memoria de los próceres que constituyeron a Bolivia en Nación libre, soberana e independiente, así también la posteridad tendrá el derecho de increpar la conducta de los hombres de hoy, especialmente la de vosotros, Representantes del pueblo boliviano, si por debilidad o condescendencia sacrificáis el porvenir de la patria. Más, no será así. ¡No!; porque vosotros, con vuestro patriotismo y probidad, salvaréis, de seguro, la dignidad y los bien entendidos intereses de Bolivia».

 

Recuerdos de gobernante Dentro del Gobierno del general Campero, la administración pública recibió poderoso impulso. Se reorganizó el Ejército, elevando el efectivo a 7.000 hombres, se levantaron planos militares, se intensificó el trabajo de telas para el vestuario del soldado, se dictaron estatutos militares y órdenes de ascenso de escalafón, se organizaron exploraciones al Gran Chaco, se dotó a la judicatura de independencia para el ejercicio de sus funciones, se reorganizaron las Universidades Nacionales y la Hacienda Pública recibió claras orientaciones para la percepción de las rentas.

«Honrado Campero, hasta la exageración, tuvo rasgos que ningún Mandatario tuvo, ni los tendrá jamás, según se ve en el hecho siguiente: Llegado a Tacna, pidió prestado al Comisario de Guerra, la suma de cincuenta pesos, acusando el correspondiente recibo, en el que decía haber recibido dicha suma a cuenta de su haber del mes...» (Cnel. Julio Díaz).

Otro rasgo que se anota para demostrar la honradez de Campero, es el préstamo que obtuvo de una casa comercial siendo Presidente de la República, por la suma de Bs. 350.— Para cubrir esa deuda giró al Tesoro por su haber del mes. Hecha la presentación para el pago, el Tesorero representó: No estar vencido el mes para efectuar la cancelación...

Don Narciso fue tan respetuoso de la independencia judicial, que el bullado e importante juicio que sustentaba con su primo don Gregorio Pacheco, lo suspendió en su tramitación durante el periodo de su mandato. No quería que se ventile el proceso durante su presidencia, a fin de que los jueces no se sintieran obligados a dar fallos en su favor o para que no se diga que obtuvo la victoria judicial por sus influencias oficiales.

 

Político Campero, en política, era liberal. Estaba vinculado íntimamente al general Camacho, por idealidades, por partido, por camaradería y por simple amistad.

En este plano, y con los antecedentes anotados, hagamos un recuerdo concreto. Se aproximaba la renovación del Poder Ejecutivo. Los partidos se pusieron en juego: Conservadores con Arce, Demócratas con Pacheco y Liberales con Camacho. Pues bien. La primera palabra del Presidente Campero a los jefes políticos habría bastado para definir posiciones. La obediencia y el servilismo político en estas democracias enfermizas eran y son un imperativo pocas veces superado. Campero pudo, pues, imponer el triunfo de su partido y ejercitar el juego de las pasiones combatiendo a su irreconciliable enemigo señor Pacheco. No tal. Se elevó en su grandeza y ordenó, en circulares y correspondencia particular, reservada, que: «debía haber absoluta libertad en el sufragio, bajo personal responsabilidad de los funcionarios del gobierno».

El período electoral se caracterizó por la lucha del «cheque contra el cheque», del «billete contra el billete». Frente a frente estaban dos fortunas: la de Arce y la de Pacheco. En otro plano se encontraba Camacho, pobre e idealista, que contaba con una mayoría de opinión, pero no tenía dinero. El gobierno espectaba todo ese juego de la burguesía boliviana, ejercitado dentro del falso concepto de democracia... El escrutinio dio el siguiente resultado: Pacheco, 11.760 votos; Arce, 10.263 y Camacho, 8.202. Como no se había obtenido la mayoría requerida por la Constitución Política del Estado, correspondió al Congreso hacer la designación de Presidente de la República, con arreglo a la Carta Magna. El gobierno de don Narciso Campero se cerró en el más absoluto mutismo. Vio, con dolor profundo, que su partido fue desplazado por las combinaciones camarales; y entregó el mando supremo a don Gregorio Pacheco, enemigo político y personal del Presidente en ejercicio. ¡Sublime lección de honestidad!...

 

Escritor y publicista Narciso Campero fué un galano escritor. Siendo estudiante en Sucre, comenzó con un semanario de juventud, llamado «El Deber»; en Potosí, trabajó en «El Centinela» y «La Crónica»; en Cochabamba redactó «El Federalista»; y, en Buenos Aires, Madrid y Paris, escribió en varias revistas y diarios, relatando las riquezas de Bolivia y llamando la atención de capitalistas y hombres de empresa. Realizó una amplia propaganda.

En el orden publicitario, ha dejado libros importantes, tales como «Contestación a los reproches contra la conducta del ciudadano Narciso Campero, durante la revolución en Potosí», «Tratado de Matemáticas», «Mi Regreso de Europa», «Proyecto de Revolución», «Consideraciones acerca del Tratado de Paz», «Empresa Guadalupe», «Mi Defensa», «Recuerdos» y otros de gran interés e indiscutible mérito.

Semblanza «El general Campero — dice don Tomás d’ Arlach—, era de mediana estatura, enjuto y fuerte, de color trigueño, temperamento nervioso; espaciosa frente, ojos grandes y negros; de mirada vivaz; negros y espesos bigotes aumentaban el imponente aspecto de su fisonomía. De costumbres severas, metódico, serio, muy apegado a la legalidad, sincero, franco, de trato fino y agradable, culto, amanerado, muy modesto y de una honradez acrisolada».

El distinguido escritor Severino Campuzano, lo perfila en estas líneas:

«Vestía levita azul cerrada al cuello y sobre él un bordado angosto, pantalones del mismo paño sin franja y ciñendo al cinto la espada que le acompañó en el Campo de la Alianza. Ni alto ni pequeño; tez morena, bigote largo y grueso, formando contraste con la cabeza despoblada; la nariz recta y marcadamente prolongada desde la raíz de las cejas; redonda la quijada, los ojos negros, como del moro, reverberantes; la mirada dominante; labios delgados; mediana la boca cerrando una dentadura casi completa; los pómulos aplanados; serio el rostro; la voz apagada, pero clara y dulce; ancho el pecho; sereno en su expresión; finas sus maneras sin afectación; ágil al andar y sin dobladura en el cuello: revelaba su conjunto una envoltura delgada y un espíritu fuerte. Tal fue el general Campero el momento que ante el Congreso resignó el Poder Ejecutivo, haciendo práctica la prescripción constitucional».

A esto, poco habría que agregar: como soldado fue un valor; como político, un estadista; como ciudadano, un patriota; y, como esposo, un romano. Vivió para los suyos.

Al dejar la Primera Magistratura de la República, se adentró en el alma nacional. El pueblo lo veneraba. Pero ciertos políticos le guardaban rencor, odio. No se reconocía la pureza del ciudadano Presidente, que había silenciado el más vergonzoso juego con la conciencia electoral.

Es por esto que la Municipalidad de Chuquisaca, que estaba formada por elementos del partido de gobierno, que no simpatizaban con el caído y a quien se lo motejaba perversamente como el «Zambo de la Alianza», designó a don Narciso Campero «Juez Parroquial»... Campero, profundamente amargado, guardó el despacho sin proferir una sola palabra de protesta.

Y esta «ofensa» no es extraña, pues, como bien refiere el Gral. Ramallo, los enemigos de Campero no excusaron momento alguno para lastimar a aquél. Sin embargo, don Narciso jamás profirió una injuria.

Acción judicial. Persecuciones En el proceso judicial que sustentaba el general Campero con Don Gregorio Pacheco y que fue suspendido en su tramitación durante todo el tiempo que aquél ejerció la Jefatura del Estado — cual lo hemos dicho antes —y que se aceleró en el período presidencial del último de los nombrados, don Narciso presentó un escrito de recusación de uno de los Vocales de la Excma. Corte Suprema, fundado en la estrecha amistad que unía a dicho magistrado con Pacheco, y señalando, entre las causales de la recusación, el deberle a don Gregorio el puesto que ocupaba en el alto tribunal. Esto motivó que el Vocal Supremo acusara a Campero por «injurias y calumnias». Los jueces, con la mirada fija en los gestos del Presidente Pacheco, actor en el proceso principal, arrastraron a Campero de «corregimiento en corregimiento», sin respeto ni miramiento alguno, hasta reducirlo a prisión... Tan fuerte fue el sacudimiento que el atentado produjo en el ánimo general, que el escándalo salió de las fronteras del país. «El Diario» de Buenos Aires dijo: «Parece mentira, pero por desgracia para el crédito del Gobierno de Bolivia es un hecho que el general don Narciso Campero, ex-Presidente de la República y actual Senador Nacional, ha sido reducido a prisión por orden del Prefecto y Comandante General de Sucre... Si no se respeta en él los derechos del ciudadano, si no se respeta en él al noble soldado que ha defendido siempre la patria contra el extranjero, si no se respeta en él al patricio que ha cimentado las instituciones bolivianas salvando a la República de la anarquía y de la deshonra, si no se respeta al único Presidente de Bolivia que ha subido y ha bajado en la paz del solio presidencial, respétese al menos su carácter de Senador Nacional, sus derechos y sus fueros como tal. El general Campero es una reliquia y una gloria bolivianas; las reliquias y las glorias no deben manosearse, porque es lo mismo que manosear la patria...»

Pues bien, cuando don Gregorio Pacheco, siendo Presidente de la República, agitó el pleito sobre intereses de la Compañía «Guadalupe», contra el general Campero, es de notar un noble gesto, que lo fisonomiza al Catón Boliviano. En uno de los varios memoriales de defensa, dice Campero: «No son clubs los estrados judiciales para terciar en ellos sobre política. Conste, entre tanto, que si hubiese autorizado o permitido siquiera, cuando estuve en el poder, la intervención oficial y la coacción que me atribuye el señor Pacheco, muy distante habría estado éste de la Presidencia que ejerce».

A raíz de la acusación de que fue objeto el general Campero por el Vocal de la Corte recusado, y a que nos hemos referido anteriormente, se desenvolvieron los mayores ultrajes por el Prefecto de Chuquisaca, por los Intendentes de Policía y por los Corregidores de Cantón. Apresado, sin respetar su alta investidura de Senador Nacional, y sus prestigios de ex-mandatario. se cerró en un dolor profundo y concurrió a la Cámara Alta para presentar la renuncia del mandato, con las siguientes palabras: «Después de tal vejación, ¿seria dable que volviese yo a tomar asiento en la Cámara?... ¿Con qué investidura?; y, después del ultraje que se me ha inferido, ¿con qué semblante me presentaría yo y a hacer qué?... ¡Sarcasmo! ¿A legislar?; pero, ¿en qué sentido, cuando he acabado de perder la fe en la eficacia de nuestras instituciones y aún en nuestra ley fundamental?...»

Con justicia el señor Campuzano, al referirse a este hecho, dice: «Campero perdió la fe política. Es que se desmoronaban las instituciones de la República que había reconstruido. ¿No era esto sentir como Bolívar la convicción de haber arado el mar?...»

El doctor Modesto Omiste, mentalidad fuerte y vigorosa de Bolivia, escribiendo sobre Campero anotaba con sobrada razón: «Si sus contemporáneos no le han hecho justicia, rindiéndole el respeto, la admiración y la gratitud que merece, la historia se encargará de hacerlo».

 

Senador por Chuquisaca El viejo general se recluyó en el campo. Allí fue sorprendido con la  información de haber sido elegido Senador por Chuquisaca por una inmensa mayoría. Empero, lo asombroso no se dejó esperar, pues hecho el cómputo total, el número de votos en las Provincias cubrió a los de la Capital, dando por resultado la derrota de su candidatura. En carta a sus amigos, don Narciso les expresó su agradecimiento, y personalmente, se felicitaba del resultado por quedar libré de las infamias de la política criolla. Luego les pidió que lo         olvidasen, como la mejor demostración de amistad.

 

Últimos días Sus últimos días los pasó entregado al afecto del hogar, sujetando       sus gastos a un presupuesto módico. Escribió sus memorias y esas páginas sueltas y desordenadas se conservan como las reliquias de tiempos vividos en el fragor de la lucha y del combate. ¡Quiera el destino que no las cubra el polvo del olvido!...

 

Muerte Los años postreros de la vida de Campero se deslizaron en la culta ciudad de 'Sucre.

Murió a la edad de ochenta y tres años, el 11 de agosto de 1896.

Sus restos descansan en el «Panteón de Notables» de la capital chuquisaqueña.

Centenario El 28 de octubre de 1813, se festejó el centenario del nacimiento del general Narciso Campero. El Congreso votó la ley declarando tal día feriado nacional. En la ciudad de Tarija se organizó un Comité presidido por el Dr. Eriberto Trigo, Comité que desenvolvió actitud encomiable. Como recuerdo, se obsequiaron medallas conmemorativas de oro y de plata. Se ofreció a la sociedad una velada literaria y un gran baile. Se inauguró el «Parque Campero» (antigua «Plaza de San Roque»), colocando en el centro de ese paseo público un busto del prócer. Tarija estuvo de fiesta y se cubrió de gala.

Invocación Al recuerdo de la vida ejemplar de Campero, vuela  el aherrojado espíritu humano a horizontes infinitos y obra como un poderoso estímulo al patriotismo frente a las persecuciones, desengaños y perfidias...

Día llegará que Tarija, con derecho propio, traiga a su abrigo los venerados restos de don Narciso Campero para que a su lado se tonifiquen los espíritus y se conforte la unión, el afecto y la comprensión de la familia tarijeña.

 

(1) “La cesión de Tacna y Arica”, por Antonio Quijarro

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