La hormiga y la Luciérnaga
Cierto día por una empinada ladera



Cierto día por una empinada ladera, un ejército de hormigas se movía.
El trajín era de una disciplina estricta, todas a un mismo ritmo; más no todo siempre era así.
Una pequeña hormiguita que recién estaba acostumbrándose a marchas forzadas, agotada decidió descansar.
Ella, sin hacer caso a sus mayores estaba cometiendo el primer error.
Cuando reanudó la marcha, el ejército se encontraba muy lejos no le quedó más que apretar el paso y por más que se apuraba más las perdía. Pronto se dio cuenta que el día se iba y la noche llegaba el miedo poco a poco la envolvía lo único que le quedaba era esconderse para no ser presa de cualquier enemigo, que al verla sola y temblando no dudaría un instante en comérsela.
Y de un momento a otro todo era negro, dormir imposible, ahora sí que se lamentaba el haberse quedado a descansar.
La pobre hormiguita pensaba que nunca más volvería a encontrar a sus padres.
Amigos no había, al menos nunca los tuvo fuera de sus hermanitos el pánico podía llegar en cualquier momento
Pero allá, a lo lejos, una lucecita se veía.
Su atención no fue para menos, pues alguien se acercaba, pero venía volando, imposible sus hermanos no podían ser
Y de repente su alrededor se iluminó, estaba sobre ella una luciérnaga, la misma que al verla tan sola y abandonada a su suerte, decidió detenerse.
¿A qué se debe el haber dejado a los tuyos? Preguntó la luciérnaga.
La hormiguita más tranquila por la inesperada llegada contó lo que había pasado.
La luciérnaga, experimentada viajera de la noche no podía dejarla, algo tenía que hacer, y decidió pasar toda una larga noche con ella.
La hormiguita ahora sí comprendía lo que era la amistad dar antes que recibir pronto la alborada del nuevo día despertó a la hormiguita que dormida se quedó.
Las gracias al divino Señor no se dejaron esperar. Mas el destino algo todavía le tenía preparado, cerca de la luciérnaga un repentino enemigo se encontraba, se trataba de un pequeño pero peligroso Camaleón que no esperaba ninguna invitación para comer y la hormiguita sin pensarlo un instante su aguijón le clavó al descuidado visitante que ante el fuerte dolor decidió escapar.
Ahora si la luciérnaga más feliz que nunca dio las gracias a su pequeña y valiente amiga por haber actuado a tiempo.
La hora de la despedida había llegado
Nunca más te separes de tus mayores, le aconsejó la luciérnaga.
Sí, sí le contestó la hormiguita y levantando su manito se despidió de su gran salvadora.