Del Libro ¨Estampas de Tarija¨ 1574 - 1974 de Agustín Morales Durán
La Pista de Aterrizaje.
También por aquella época, o quizás uno o dos años después, (1925-26)



También por aquella época, o quizás uno o dos años después, (1925-26) se produjo otro acontecimiento que alborotó a toda Tarija y al que fui llevado por mis padres. Todavía era yo muy chico, porque me acuerdo que fuimos por los “callejones” que quedaban al final de la calle 15 de Abril, pasamos por “El Tejar”, famoso establecimiento agrícola del que me ocuparé más después, cruzamos la quebrada del “ojo de agua” y subimos hasta la extensa planicie de San Gerónimo cubierta por tupidos “churquiales”; bueno, ya por allí me cansé y tuve que ser alzado por una de mis hermanas; llegamos hasta unos “churquis” donde la gente se guarecía del ardiente sol; ya antes había andado por aquellos lugares cuando íbamos en día de campo con toda la familia. Cerca del mediodía y bajo un sol también esperamos con la vista hacia el cielo, la gente miraba al espacio, mostraban puntos en la lejanía, pero yo no veía nada, hasta que al fin después de tanto mirar hacia arriba pudimos divisar un puntito que iba creciendo y se acercaba con extraño ruido; seguramente el aparato se asentaría muy a la distancia, yo lo único que recuerdo es que vi un enorme remolino de viento y atemorizado por el contagio emocionante de la multitud, me agarré de mi madre; luego hubieron correteos, sustos, alarmas y bochinches. Una vez tranquilizado el ambiente la marejada humana se dirigió al centro de la pista a ver el famoso aeroplano; a un comienzo con la apretura yo no veía nada, hasta que por fin mi mamá se metió por un resquicio y levantándome en alto me mostró el extraño aparato; allí estaba, con sus dos alas superpuestas y sujetas al plateado cuerpo que brillaba más y le daba verdadero aire fantástico. Fue algo hermoso; después alzaron en hombros al piloto que me pareció un extraño personaje, con su gorro de cuero que le cubría cabeza y costados de la cara, llevaba enormes gafas o chofas y venía bien abrigado; luego se lo llevaron donde las autoridades y ya con menos apretura pudimos ir a ver y tocar al aeroplano, así se llamaba y no avión como después se acostumbró; era una máquina muy linda, con su cabina corrediza y abierta, el motor en la nariz rematado de reluciente hélice, la bandera boliviana pintada en círculos en las alas y el cuerpo. No nos cansábamos de admirar tan bella máquina voladora, “pajaru” i’lata” como le llamaban y temían los chapacos. Tal fue la impresión, que desde entonces nuestro principal juego fue construir aeroplanos de cañahueca, con todos sus detalles, hasta los hacíamos casi idénticos al original, claro que en pequeño.