“Qué tiempos aquellos…”
“No hay ser. No tengo orden…”
Estamos en el mes de marzo de 1879



Estamos en el mes de marzo de 1879, inicios de la guerra del Pacífico. El ejército chileno avanza a paso victorioso, mientras las pocas fuerzas bolivianas trataban de contener ese avance. Un grupo de valientes bajo el mando de don Ladislao Cabrera se reúne en el puesto denominado “Aguada Bandera”.
En el lugar, una de las pocas construcciones que podía servir de fortaleza para repeler el ataque enemigo era el Depósito de Salitre. Don Ladislao dispone que ocupen los techos de dicho Depósito una línea de 4 tiradores, a la parte inferior destina 6 y el resto con él se repliegan hasta el pueblo de Calama.
Los chilenos se hacen presentes en la mencionada Aguada y comienza el enfrentamiento, luego de dos horas de intercambio de proyectiles de un lado y del otro, viendo que los defensores no se rendían traen una pieza de artillería con la que inicialmente intimidan a los defensores, luego una estruendosa explosión deja un hueco al costado derecho de la construcción; acabada la munición los tiradores del techo y los que quedaban con vida abajo se disponen a la lucha cuerpo a cuerpo.
Todos juntos esperan de un momento a otro el ingreso de los chilenos por el boquete abierto.
Aquí conviene hacer un alto en la relación para brindar algunos detalles que la historia oficial dejó al olvido y que la tradición mantuvo.
Los valientes defensores detuvieron a las fuerzas chilenas el tiempo suficiente para que los otros pudieran atrincherarse en el pueblo de Calama y alrededores.
Los 10 defensores que estuvieron en el Depósito del Salitre estaban bajo el mando del Sargento Norberto Andrade, oficial que fue ayudante del Coronel Exequiel Apodaca y que había decidido quedarse en el Litoral cuando la gestión de Apodaca culminó.
Andrade era nacido en Chocloca y debido a su formación militar era uno de los hombres más apreciados por don Ladislao, quien le dio el Comando de ese grupo de valientes que debía inmolarse para que los otros pudieran replegarse con seguridad.
Volvamos al relato
Ninguno de los chilenos ingresó por el agujero hecho por la descarga de artillería, más por el contrario cañonearon al centro del edificio hiriendo a dos de los defensores y dejando muertos a otros dos.
Los restantes valientes en un momento de profundo y supremo valor decidieron salir y enfrentar a la fuerza chilena apostada fuera. Bastó, sin embargo, una descarga de proyectiles para que quedasen en el suelo aferrados a sus armas.
El Comandante chileno, Pedro Hernández, viendo a uno de los defensores en su agonía, le indica que deje su arma y se rinda caso contrario lo ultimaban; el que agonizaba no era otro sino Norberto Andrade quien por toda respuesta, ocurrente y de desprecio a la vez –en momento tan sublime- responde al chileno: “No hay ser. No tengo orden para rendirme, así que dispare nomás…”[1]
[1] N.A.: Uno de los heridos que quedó dentro del Depósito y dado por muerto por los chilenos, llegada la noche salió de bajo los escombros y alcanzó a Ladislao Cabrera en Canchas Blancas, donde le informó estos hechos. Cabrera a su vez transmitió lo ocurrido a las autoridades en Potosí y parte de ese informe se publicó en Tarija en El Pueblo, en el número 89 del mes de abril de aquel aciago año de 1879.