El cristianismo chiquitano/reduccional
Los chiquitanos no fueron receptores pasivos del mensaje cristiano.



Los chiquitanos no fueron receptores pasivos del mensaje cristiano. El encuentro con los jesuitas derivó en la formación de una nueva cultura indígeno/cristiana en la región, aspecto fundamental de la identidad que les reconocemos hoy en día.
Han pasado algunos siglos de aquel primer momento: diciembre de 1691. El padre José de Arce, montado en mula, decidió aventurarse por las preciosas ondulaciones de la Chiquitanía y estableció contacto con la etnia piñoca. Escudado en la fe, comenzó la labor misional que habrían de seguir durante setenta y seis años, hasta que, en 1767, el mismo rey de España los expulsara de América. Para ese comienzo, los distintos pueblos de la región ya temían a los esclavistas mamelucos paulistas e inclusive a los colonos de la gobernación. La misma ciudad, fundada en tierras chiquitanas, otrora de los quirabacoas, fue atacada, a decir de los historiadores, en ocasiones. No fue óbice ni impedimento para la construcción sostenida del maravilloso circuito de reducciones jesuíticas misionales. De estos enclaves salían a la búsqueda de infieles a su fe y a estos regresaban para labores; primero, a su decir, “civilizatorias” y luego evangelizadoras. Casi toda la edificación está en pie, aunque alguna se perdió al desaparecer la ciudad de San Francisco de Alfaro (1621) por abandono de sus habitantes.
¿Qué motivaba a aquellos religiosos tan valientes? La mayor gloria de Dios, por supuesto, a la par de la salvación de los infieles. Así mismo, la realización plena de la vocación y la penitencia de los propios pecados. Motivos fuertes en la mentalidad de la época. “Esparcir sudores y sangre por la gloria de Nuestro Señor”. ¿Qué motivó a los chiquitanos recibirlos y hasta buscarlos cuando les hizo falta? Defenderse de las pestes mediante nuevos ruegos y protegerse de los mamelucos y colonizadores esclavistas siempre acechantes. Ambas voluntades se necesitaban y se predispusieron a trabajar juntas en consecuencia.
Los jesuitas hallaron pronto la natural predisposición chiquitana al fervor religioso. La adoración de sus dioses femeninos, masculinos, como también cósmicos, así lo demostraba. Los jesuitas pensaron que había que alejarlos de la embriaguez y la poligamia, aunque pronto quedó claro que el segundo pecado recaía únicamente en el cacique, y que el primero se debía al extraordinario equilibrio que desarrollaban estos pueblos entre el trabajo y el ocio social. El amancebamiento y el adulterio fue desde siempre batalla perdida por la moralidad y tuvieron que resignarse, pero sí lograron triunfar ante el orgiástico trueque de parejas.
Los chiquitanos deben su nombre a sus viviendas pequeñas con una estrechísima abertura al ras del piso. Al parecer, no sólo evitaban flechas enemigas sino también zancudos. Sus artes guerreras, y su sociabilidad, les permitieron constituirse en una etnia articuladora de las restantes a juicio de los jesuitas. Estos evangelizadores promovieron que la lengua fuera común a todas, como el grueso de su cultura, pero los estudios indican que pronto, apenas los jesuitas se fueron, las etnias volvieron a agruparse en su propia matriz llevándose su cultura a cuestas (D’Orbigny). Mientras vivieron con los jesuitas, numerosos chiquitanos se convirtieron en evangelizadores y fueron claves para lograr la primera aproximación con los no-contactados. Así incursionaron por esos lares, y por otros bien distantes, como Salinas en O’Connor, Tarija, buscando comunicación con Paraguay.
Cuando los jesuitas se marcharon ingresaron los franciscanos, pero no lograron arraigo ni remotamente parecido en la región.
Han sido importantes la historia y la tradición orales. La primera ha permitido conocer las características y hechos evangelizadores de parte de los testigos; la segunda, ha conservado la larguísima memoria histórica hasta nuestros días. Esto se constata cuando se viaja por cualquiera de las misiones. El derrotero del cristianismo en la Chiquitanía señala el grado de asimilación recíproco de nativos y europeos, aquello facilitó que quedara la fe, la doctrina y los eventos con vitalidad asombrosa. El sincretismo se ha impuesto por donde el catolicismo arraigó, pero en esta región se conserva, además, la magia y fascinación del primer momento.
Es pertinente citar a Roberto Tamuchá Charupá, cuya tesis doctoral leí con entusiasmo hace apenas un tiempo y sirve de base a mi comentario: “El presente estudio pretende recuperar la dignidad de los nativos cruceños, en concreto de los chiriguanos, los cuales, como se ha podido notar, no sólo fueron marginados social y culturalmente por los mestizos de la región sino que incluso se ha pretendido negar la realidad histórica de su aportación a la formación sociocultural del oriente boliviano”.
Todos debemos hacerles justicia.
Cochabamba, junio-2020.